¿Quién intoxica?

Como candidato socialista, Don Alfredo quizá tenga oportunidad en los próximos meses de rebajar su discurso, cuando haya dejado el Gobierno y el Parlamento, hasta el nivel que considere más rentable para sus legítimas aspiraciones políticas, pero como vicepresidente del Gobierno debería evitar -más aún en el Congreso de los Diputados- unos argumentos que no solo lo descalifican como parlamentario, sino que atentan contra los más elementales principios del juego democrático. Calificar de “debates tóxicos para la democracia” las cuestiones planteadas por el principal grupo de la oposición, como hizo el la última sesión del control al Gobierno, para ignorar y despreciar a la portavoz popular en la Cámara Baja, viene a plantear un nuevo espacio político, fuera del sistema, en el que sobran el debate e incluso las Cortes. Alfredo se presenta como encarnación de la democracia para tachar de tóxicos unos debates que solo afectan a su labor ejecutiva, nunca al sistema que pretende representar en exclusiva.

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