Invasión a discreción

No sé de qué va el juego pero, desde luego, Europa no tiene las mejores cartas ni, visto el nivel de sus regidores o su compromiso identitario, tampoco las mejores bazas en esta repetida partida de la inmigración. Hagan juego.

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Hace algo más de un mes publicaba el New York Times que, en la cuestión que nos ocupa, se había revelado una gran paradoja entre la masiva llegada de inmigrantes de 2015 en Lampedusa, Budapest, Viena o cualquier ciudad alemana y la supuesta "crisis" actual de ilegales tras la sorprendentemente relevante ausencia de inmigración en las plácidas playas griegas, los puertos sicilianos o, incluso, la citada isla de Lampedusa, vanguardia y referente de la crisis, en la que hasta Salvatore Martello, su alcalde, mostraba extrañeza por la tranquilidad que su población respiraba tras diversos años padeciendo el azote migratorio.

Pero era un espejismo y, en el caso de España, una lacra que, a fuerza del condescendiente buenismo y el efecto llamada del recién llegado a la Moncloa, se ha ido tornando en auténtica pesadilla no sólo para el ciudadano de a pie, sino también (y esto es lo peor) para nuestras fronteras, que también lo son de Europa, y nuestros indefensos, física y políticamente hablando, Cuerpos de Seguridad del Estado. A recientes pruebas e imágenes en la valla ceutí podemos remitirnos.

En el citado artículo, se extrañaba el iluso periodista de cómo, según él, estaba degenerando el concepto europeo respecto al inmigrante, como consecuencia de políticas y testimonios como los del húngaro Viktor Orban, el italiano Matteo Salvini, el austriaco Sebastian Kurz o el bávaro Horst Seehofer. Al parecer, no le salían las cuentas aunque a estos países y su gente, sí. 

Pero el periodista yankee, como si fuese un extraño en otra Corte, daba palos de ciego en su "approach". Los índices de popularidad, los sondeos recientes o la intención de voto de los europeos antes citados daban al traste con el tono inquisitorial de sus asertos.

Como, por desgracia, los continuos asaltos, tumultos, violaciones  y "ocultos" asesinatos en típicos países de acogida como Suecia, Alemania, Francia o España; todos ellos incapaces de dar cobijo a los casi 2 millones de migrantes, inmigrantes, refugiados (cosas de la moda) que, desde 2014, han pasado a engrosar ese otrora anhelado "santuario" europeo. El artículo, como en un naufragio, hacía aguas.

Otro asunto radicaba en la cuota migratoria, en tomar responsabilidades sobre los ilegales, en ubicarles en algún país receptor o, en el mejor de los casos, darles asilo político a los que, mayoritariamente, ni siquiera escapaban de la guerra. Puro postureo, ¿o no? Las casi inexistentes imágenes de mujeres o niños daban fe de ello.

Y su desafiante vaticinio también se tornó en error respecto a España, los miles de inmigrantes de los últimos años y el cacareado efecto del nuevo presidente; el "no deseado" para la inmensa mayoría de españoles. Ahí, podemos concederle el beneficio de la duda por la sorpresa que, hasta al propio agraciado con el cargo, le causó.

Como sorpresa causó en Bruselas su "aterrizaje". Y eso que el sentido común ya le había advertido, a nivel social y de seguridad en fronteras, de lo que se avecinaba tras su bochornosa y patética irrupción en Europa con los nuevos galones. 

Su sometimiento y el cheque en blanco a Merkel, las mafias, las ONGs para la cuestión migratoria hicieron el resto. 

 

Por si faltaba algo, George Soros puso la guinda al pastel con el tácito aunque consensuado paso por la taquilla de Moncloa. Éste olió la carnaza y, como buen tiburón, fue a por su presa para cubrir de gloria los intereses del mundialismo y fortalecer los pilares del enésimo proyecto "identity-less" de ingeniería social. 

Y, finalmente, para desesperación de cualquier compatriota, el anuncio de las vallas sin concertinas del nuevo Ministro de Interior, Grande-Marlaska, al que, para el pack completo, le faltó la promesa de la "barra libre" y prestaciones a discreción al servicio del ilegal.

Como diría Orban, "si defendemos nuestras fronteras, este debate sobre cuestiones migratorias carecerá de todo sentido ya que no podrán entrar en nuestro territorio". Razón no le falta.

Es hora de olvidarnos de normas, convenciones, tratados, deportaciones o de supuestas guerras ideológicas entre los que quieren defender sus fronteras y los que están haciendo algo, según ellos, para mitigar este problema intrusivo que, en modo "invasión", se cierne sobre Europa o, en nuestro caso, España con el silencio, beneplácito y connivencia de buena parte de una clase política ajena al sentimiento identitario, patriótico y de la protección que su pueblo precisa en vez de políticas, gestos o guiños encaminados a la fractura social, nuestras dudas o garantías como nación y la exposición al peligro de los que, en vanguardia, han de velar por nuestra seguridad en las puertas fronterizas de Ceuta y Melilla.

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