La justicia es ciega

Un extracto de “El libro gordo de Petete”. Se dice que la justicia es ciega, y por ello su símbolo es una figura femenina con una venda que impide su visión. Siempre hemos entendido que el significado es que la justicia, la buena justicia, no distingue entre las personas, busca la equidad y medir con el mismo rasero a todos los ciudadanos. O, por lo menos, era así hasta ahora. Pero, lo que son las cosas, los tiempos han cambiado, y algunos hay que pretenden arrebatarle esa venda que la hace imparcial no con la intención de que tenga clarinete a quién somete a su juicio, si no para reventarle los ojos con un puño y una rosa, o para sacárselos a golpe de hoz y martillo. Así parece, tal y como se está jugando la partida.

La Abogacía del Estado, cabalgando ufana a lomos de jumentos escuálidos, sale en defensa del Gobierno en la causa penal donde se investiga el supuesto delito de prevaricación por parte del máximo responsable de su órgano delegado en Madrid, José Manuel Franco, al autorizar la convocatoria de la manifestación del 8-M en plena expansión del coronavirus. Arremete contra la instructora, Carmen Rodríguez-Medel, cargando contra la jueza por iniciar un proceso penal sin indicios de delito, en base a sospechas e hipótesis. Toma ya. Sospechas e hipótesis. Las dos con dos y sin cortarse un pelo. Va en el sueldo, seguro.

Sigo, que ahí no termina el despropósito, continúa la charlotada. Dice la Abogacía del Estado que del contenido del informe que se encarga al forense y a la policía judicial no se desprende ninguno de los elementos típicos de los delitos de prevaricación o lesiones imprudentes. Vamos, que los documentos que hemos leído todos los españoles que nos hemos preocupado de tapar el sitio por donde nos la quieren meter doblada son las fábulas de Samaniego. Madre del amor hermoso. Si la justicia ya andorreaba medio tuerta con los cambios de cromos ejecutados por el Gobierno, ahora la van a emparedar con las cuencas vacías. Todo es fiel reflejo de la situación actual. Y, ahora que lo pienso, el estimado Samaniego me viene a huevo. Hay una de sus fábulas que se podría ajustar a lo que estamos padeciendo los españoles. Aquella de “El Cuervo y el Zorro”.

En la rama de un árbol, bien ufano y contento, con un queso en el pico, estaba el señor Cuervo. Del olor atraído un Zorro muy maestro, le dijo estas palabras a poco más o menos: “Tenga usted buenos días, señor Cuervo, mi dueño; vaya que estáis donoso, mono, lindo en extremo; yo no gasto lisonjas, y digo lo que siento; que si a tu bella traza corresponde el gorjeo, juro a la diosa Ceres, siendo testigo el cielo, que tú serás el fénix de sus vastos imperios”.

Al oír un discurso tan dulce y halagueño, de vanidad llevado, quiso cantar el Cuervo. Abrió su negro pico, dejó caer el queso; el muy astuto Zorro, después de haberle preso, le dijo: “Señor bobo, pues sin otro alimento quedáis con alabanzas tan hinchado y repleto, digerid las lisonjas mientras yo como el queso”.

Moraleja nueva, que no la vieja. El Zorro es el de Galapagar. El Cuervo, el morador de la Moncloa. Y el queso, es España. Samaniego lo clavó. Y Petete también. Supuestamente.

Salud qué no falte.

 

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