Las otras muertes

Tumbas en un cementerio.
Tumbas en un cementerio.
Volverán a producirse nada más se levanten las restricciones y vuelvan las juergas de las noches interminables. A las calles volverán  los botellones, y los locales que nunca cierran volverán a llenarse de insomnes. De esos que jamás dicen ¡basta ya! de alcohol y drogas. Y a los hospitales volveren los cuerpos rotos. Los accidentes y las peleas a altas horas de la madrugada serán la antesala de las llamadas a los servicios de urgencias donde muchos arribarán. Y si tienen suerte, quizás vuelvan a sus casas. Los menos afortunados acabarán sobre una fría mesa de acero o, lo que es peor, postrados en una cama, con la mirada perdida de por vida. Un país sin normas, no es más que la escombrera de los otros que sí controlan a su población, y aquella se viene a delinquir a nuestro país. Por eso, la baja incidencia del coronavirus no debería hacer bajar la guardia al Gobierno. Fiesta sí, siempre y cuando no mate más que el Covid. La otra pandemia, la que no se irá jamás, es la que hay que controlar, para que nadie sufra sus nefastas consecuencias. Morir puede no ser lo peor que le puede pasar al ser humano: la desaparición en sí quizás no duela más que la muerte en vida. Pero eso a un Gobierno automático como el nuestro le da igual, porque sólo le importan los datos, los números. Y ahora hay que cuadrar los del coronavirus. La otra pandemia las otras muertes, no importan porque, para los políticos, solo son daños colaterales del mal vivir de unos, a pesar de llevar por delante a muchos otros inocentes. Lo importante es ganar votos. Y el libertinaje, al parecer, favorece a nuestros gobernantes. 

 

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