La Legión: el hechizo del Tercio

No es posible avanzar sin obstáculos, no es posible progresar sin metas, no es posible emprender aventuras sin pensar en el éxito final de la empresa. Y, seguramente, así pensó el teniente coronel Millán-Astray cuando recibió la orden de establecer los cimientos del Tercio de Extranjeros allá por 1920.

Entonces, como ahora por distintos motivos, no eran tiempos sencillos. La Guerra de Marruecos, además de los conflictos coloniales de décadas atrás, se había convertido en la continua e incesante pesadilla de un pueblo español agitado, agotado y abocado a seguir en una guerra cuya duración no hacía más que minar la moral de la Nación y percutir sobre muchos jóvenes inexpertos que, desgraciadamente, iban a cavar su tumba en aquel destino no deseado.

Los combates se recrudecían en aquellos territorios norteafricanos en los que sus lugareños aprovechaban sus fortalezas para incidir en la debilidad y bisoñez de los españoles, sacar el mayor rendimiento a su hostilidad y hacer valer su ventaja ante tropas que, en la mayoría de los casos, acababan de llegar de la Península. Y para sofocar aquel constante "incendio", minimizar las bajas con una mayor profesionalización, evitar el envío de imberbes quintos a aquel matadero y concebir algún resquicio de esperanza nació la Legión.

Así, irrumpió la lealtad del legionario desde aquellas primeras firmas en el Cuartel del Rey de Ceuta hasta la ostentosa demostración de los compromisos contraídos una vez que aparecieron los espíritus del Credo Legionario. Su lectura, su aprendizaje, su recitación en público y, sobre todo, su puesta en práctica, si cabe, perfilaron los códigos de honor y guerra de aquellos soldados que, embaucados por la llamada del Tercio, voluntariamente darían el primer paso en pos de la gloria.

Gloria, gestas y heroicidad constituían el anhelado botín para aquellas almas errantes, procedentes de diversos y tortuosos caminos, que iban a unir y fortalecer sus vidas en el quehacer diario de sus Banderas y el fragor de unas batallas que, en ocasiones, requerían acciones temerarias derivadas del compromiso firme previamente adquirido, aquella decisiva rúbrica que no dejaba lugar a posibles dudas tras enfundarse el sarga legionario por primera vez.

Hoy, al cumplir un año más, han vuelto a aparecer efemérides recientes en un almanaque repleto de las heroicas gestas de aquellos primeros legionarios. Lugares como Zeluán, Monte Arruit, Annual, Melilla o Dar Hamed y sus sangrientos lazos con la Legión también han cobrado un siglo este pasado verano y, tras los nuevamente apagados e inusitados actos "cientuneros", seguirán apareciendo nombres como Dar Drius, Ambar, Alhucemas en próximas páginas de oro de otros centenarios grabados en la memoria histórica legionaria.

Y en esos heroicos recuerdos no exentos de sufrimiento y dureza jamás faltará el primigenio hechizo del Tercio, esa atracción fatal de la Legión representada por una arrebatadora doña Muerte dispuesta al redentor enlace nupcial con sus bravos e impetuosos "legías", cuya sangre y vida seguirán dando un paradójico sentido a la mística legionaria y, a su vez, fortaleciendo el significado de un ideario grabado a fuego en el corazón de todos y cada uno de los legionarios.

 

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