Mayo y María

Mayo se caracteriza por la belleza de sus campos, bien regados este año. Es el mes de María. En la antigüedad ( s. XII), se dedicaban “treinta días a la veneración de la Virgen”, el «Trigesimum», que tenía lugar en agosto y septiembre. Llegados al siglo XIX, la Iglesia quiso que fuera mayo el mes de María y se la honre con el “Ejercicio de las flores”, una devoción que se practicaba en todas las escuelas de España y no ha dejado de hacerse en los templos.  

María es la flor más bella que el Señor plantó en la Tierra. Es Madre de Dios y, también, madre nuestra, porque Cristo, desde la Cruz, se la entregó a San Juan ( “Madre, he ahí a tu hijo”), y, en él, estábamos representados. Ahora, no descansa hasta vernos felices en El Cielo. A la Virgen, le preocupa la pérdida de las almas para siempre, y la paz del mundo. Por eso, da avisos y se aparece (Fátima, Lourdes …). Pide oración y penitencia por la conversión de los pecadores. 

En la vida necesitamos un asidero fuerte, una madre que nos cuide cuando nuestra madre terrena nos deja o no puede. Por eso, las madres cristianas acercamos a nuestros hijos, desde pequeñitos, a la Madre de Dios. Ella es compendio de todas las virtudes,  y, como afirma el Venerable jesuita Padre Tomás Morales, “la  Inmaculada nunca falla”.

Se dice que la Virgen exhala perfume de rosas. Por su pureza, la simboliza la azucena; por su amor sacrificado, el encendido clavel; por su delicadeza exquisita, los lirios del valle; es tanta su humildad, que la evoca la violeta, y “se complace en las margaritas porque gusta mucho de la sencillez”.  En el Ejercicio de las flores, se suele cantar: “Venid y vamos todos con flores a porfía, con flores a María que Madre nuestra es”. 

 

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