¡Melilla y su salvación a la vista!

¡Melilla a la vista! Desde la borda, Millán-Astray dirigió su mirada hacia la multitud que allí aguardaba y, al mismo tiempo, ordenó que la música cesara para que el eco de los vivas de sus legionarios se oyera en la antigua Rusadir.

De repente, un silencio sepulcral invadió el muelle y el teniente coronel con su característica marcialidad por bandera, a sabiendas del terror y sufrimiento padecidos en días previos, procedió con un balsámico discurso a los melillenses para minimizar su temor e inquietudes ante la amenazante presencia de Abd el-Krim a las puertas de la ciudad. 

Toda aquella gente congregada en el puerto era consciente de un desalentador e incierto futuro si las harcas del líder rifeño entraban en la ciudad. La Muerte rondaba, estaba al acecho, como los cuchillos de aquellos rebeldes ávidos de sangre.

Y llegó la arenga del fundador de la Legión:

– "Melillenses: os saludamos. Es la Legión la que viene a salvaros; nada temáis; nuestras vidas os lo garantizan. Manda la expedición el más bravo y heroico general del Ejército Español, el general Sanjurjo. Vienen detrás de nosotros los Regulares de Ceuta con el laureado teniente coronel González-Tablas y Artillería de Montaña, Ingenieros y fuerzas de Intendencia. ¡Melillenses!, los legionarios –y todos– venimos dispuestos a morir por vosotros. Ya no hay peligro."

"¡Viva España! ¡Viva el Rey! ¡Viva Melilla!".

La moral de todos los presentes ascendió hasta límites insospechados de un despejado y soleado cielo entre enérgicos e incesantes aplausos que provocaron que la tierra temblase. Melilla aplaudía a rabiar, sin pausa, recibiendo a sus salvadores. Y para ese momento de éxtasis, la Legión había vivido en primera persona y en sólo 48 horas el significado de su espíritu de sufrimiento y dureza.

Dos días antes, el 22 de julio, a las cuatro de la madrugada, una llamada del general Álvarez del Manzano dio la orden de salir inmediatamente con una de las Banderas desde Tazarut hacía Tetuán. Nada hacía presagiar entonces lo que realmente estaba aconteciendo a cientos de kilómetros de distancia.

El campamento de Robba-Gozal quedaba atrás después de una marcha forzada antes del amanecer. La travesía era larga y complicada para unos hombres que, en pleno mes de julio, aguantaban un sol de justicia durante horas con la esperanza de que su misión pudiera tener el efecto deseado. El cansancio hacía mella en aquellos legionarios que, con el valor y la valentía de su particular Credo, estaban obligados a cumplir fielmente con su dictado entre risas y canciones que alegraban su extenuante marcha.

 

Y su meta era una Melilla asediada, a punto de que su españolidad expirase entre gritos desgarradores de una población que enviaba un emotivo SOS a las tropas, poniendo en jaque a quienes pretendían invadir y menoscabar la integridad territorial de España.

La I Bandera del Tercio al mando del comandante Franco llegaba a Ceuta después de esas dos jornadas intensas. La información de Tetuán les obligaba a llegar a Melilla con prontitud ante la crueldad y vileza de sus invasores.

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Reunida con la II Bandera del comandante Fontanes procedente de Beni-Arós, ya en Ceuta, ambas banderas acudieron al Cuartel del Rey donde el teniente coronel Millán-Astray estudiaba la estrategia idónea y efectiva contra el dantesco panorama que les aguardaba una vez embarcasen en el vapor "Ciudad de Cádiz". No quedaba lugar para la improvisación ni el error. El plan trazado tenía que ser magistral para, en muy poco tiempo, hacerse con el control de su punto de destino y revertir el pesar de la ciudad cercada.

Los "legías" formaron de rapidez y su padre legionario les arengó sin tapujos, de manera directa, con pleno conocimiento de causa de la misión que afrontaban:

– "¡Legionarios!, si hay alguno que no quiera venir con nosotros, que salga de la fila, que se marche. Queda licenciado ahora mismo.

Legionarios, ahora, jurad:

¿Juráis todos morir, si es preciso, en el socorro de Melilla?"

– "Sí, juramos".

– ¡Viva España! ¡Viva el Rey! ¡Viva la Legión!

Tras la unánime y afirmativa respuesta de los allí presentes, "La Madelón" empezó a sonar en las aguerridas voces de aquellos valerosos y curtidos soldados al mismo tiempo que el barco zarpaba en la tarde del 23 de julio de 1921.

Un día después, el barco atracaba en su destino maniobrando lentamente hasta alcanzar aquella tierra en peligro. Los legionarios eufóricos gritaban "¡Viva la Legión!" con sus chambergos y banderas en alto. Melilla, expectante, recibía la respuesta a sus plegarias con la llegada de sus salvadores que, entre vítores, comenzaron a desfilar enérgicamente al desembarcar.

Había arribado el Tercio de Extranjeros, hombres heridos con zarpa de fiera, temerarios en presencia de su más leal compañera, con el sagrado juramento de morir si fuera necesario, como contemplan los versos de José Luis Santiago de Merás: 

Obedece hasta la muerte,

cumple tu deber y calla.

Acude y arriesga todo

si te llama un camarada

y, con razón o sin ella,

cúbrele siempre la espalda.

Acércate al enemigo

no le des paz ni distancia,

entre él y tú, solamente

la bayoneta calada.

No abandones al herido

en el campo de batalla,

protege su cuerpo inerte

con la hombría de tus armas,

y aprende a morir también,

si Dios un día te llama.

Los rezos y oraciones de los atemorizados habitantes habían provocado el efecto deseado. El miedo y la incertidumbre se vistieron de fe y esperanza para que Melilla siguiera abriendo nuevos capítulos de la Historia de España. Y, entonces, los libros de la Legión comenzaron a llenarse de páginas con renglones teñidos de la gloriosa sangre de bravos hombres que allí, en aquel desembarco del 24 de julio de 1921, hicieron acto de heroica presencia tras el grito de socorro del pueblo melillense.

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