“Somos militares, no basureros”

Cualquier persona con un correcto raciocinio, militar o paisano, habrá sentido igual indignación al leer las declaraciones del alguien que representa la institución castrense manifestando, "somos militares, no basureros", como si hubiera algún tipo de incompatibilidad, y hasta indignidad, en una de las más necesarias y honrosas labores a las que debe enfrentarse un trabajador, ya sea público o privado. Hablaríamos e una ultrajante omisión del deber y abandono de funciones propias. Es una falta de respeto a los contribuyentes. "Que disuelvan la UME", exclamarán.

Estas declaraciones, casi descalificaciones, son las que marcan distancias y enemistades entre opinión pública, sociedad civil y Fuerzas Armadas, como si estas últimas fueran una casta intocable al margen de la misma colectividad a la que nunca dejan de pertenecer y de la que partimos todos sin excepción. Somos miembros de una misma sociedad, compartimos los mismos valores, ejercemos una actividad tan digna como la de cualquier otro empleado, hasta el de más bajo rango y más elemental cualificación, como también servimos a esta sociedad única sin cuyo sacrificio personal e igual aportación tributaria cargada en las nóminas de millones de civiles, no obtendríamos nuestros haberes mensuales ni el presupuesto que consumimos cada año.

Tanto o más importante son las misiones en nuestro propio país como en remotos territorios donde somos incapaces de mantener el orden e incompetentes para instaurar una mínima garantía de estabilidad. En escenarios lejanos no obtenemos ninguna victoria. No podemos fracasar en ambos frentes, o al menos, no en nuestra propia casa.

Si por cualquier circunstancia adversa, como puede ser una catástrofe natural o por acción u omisión de las personas, se propaga el desorden, la violencia, la insalubridad, o cuando advertimos una desproporcionada siniestralidad, las Fuerzas Armadas tienen la ineludible obligación de actuar, incluso sin una orden previa de la autoridad central o gubernativa cuando se trate de una inmediata emergencia a la cual se debe responder con los medios que la misma sociedad proporciona a los militares mediante la respectiva cuota presupuestaria. Cómo podemos permitirnos despreciar o abandonar a quienes nos dan de comer y financian todos nuestros gastos. Nosotros somos ellos y ellos son nosotros.

Cómo se puede vacilar en un medio público sobre si "las huelgas de sanidad las cubriríamos con médicos militares, las huelgas de transporte de Metro en Madrid con conductores militares, las huelgas de pilotos con pilotos militares, las de farmacéuticos con farmacéuticos militares, asimismo las huelgas de jueces (que también tenemos jueces militares), de vigilantes, de bomberos, y así de cualquier colectivo que a la autoridad de turno le viniese bien". Pues señores, es lo que hacen en cualquier otro país del mundo.

Faltaría más que no fuera así. Nos abrasaría recoger la inmerecida nómina de no cumplir nuestra más sagrada obligación para con el resto de la población de la que formamos parte. Qué es un militar sino. Tremenda injusticia insinuar que somos distintos, mejores o superiores. Sin el esfuerzo económico y la confianza de los contribuyentes no seríamos nada. Somos nosotros los que dependemos de su generosidad y entrega para que podamos sentirnos algo al enfundarnos la guerrera, que muchos paisanos también han llevado sin más premio que el desagradecimiento por un servicio por que el no cobraban más que malas palabras e indebidos abusos de mandos poco inteligentes y viciosos.

Presumimos de un estatus a cuenta de otros, los auténticos héroes anónimos que ejercen una ingrata labor como puede ser la recogida de basuras, levantar edificios subidos en andamiajes de vértigo, arriesgar la vida faenando en el mar, conducir miles de kilómetros por accidentadas carreteras de Europa y Marruecos, o extraer mineral en las entrañas de la tierra. Y ¿pretendemos darles lecciones? Deberíamos aprender de su abnegación.

Si la Unidad Militar de Emergencias dice que no está para esto, si la tropa recogida en los cuarteles, pagada por todos los españoles, no está dispuesta a darlo "todo por la patria", cómo esperan ganarse la admiración del pueblo. O es que piensan que los cientos de personas que miran los desfiles únicamente aplauden a los vehículos, las armas, el diseño de los uniformes, las insignias, sin importar realmente la clase de individuos que los acompañan. Ante el ridículo fetichismo popular, hasta la mascota merecería igual respeto y consideración, cualquier objeto inanimado, como un fusil vestido con un uniforme, sería digno de veneración y consumiría menos recursos.

Cosa bien distinta sería proponer la creación de una especie de guardia nacional sedentaria en cada comunidad autónoma para este tipo de situaciones, aunque la UME ya es lo más parecido que tenemos para afrontar cualquier contingencia y no estamos para ampliar plantillas.

 

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