Odium fidei (Odio a la fe)

Diego Valencia in memoriam

Funeral por Diego Valencia, sacristán asesinado en Algeciras por un yihadista (Foto: Nono Rico / Europa Press).
Funeral por Diego Valencia, sacristán asesinado en Algeciras por un yihadista (Foto: Nono Rico / Europa Press).

Cambia el mundo y la Cruz permanece firme, erguida e inalterable a pesar de los cada vez más repetidos ejercicios de acoso y derribo contra sus representaciones, las cruces, que, lejos de las malas intenciones de manipuladores al uso o advenedizos inquisidores, aguardan un nuevo ejercicio práctico de odio por parte de una grúa, curritos de turno fieles a las órdenes y los que, desde su indigna poltrona institucional, mercadean con la fe, con el arraigo de profundas creencias, con la pasión y sentimientos de un pueblo y gran parte de sus conciudadanos.

Y llueve sobre mojado, con "lobos solitarios" o aprendices de yihadista, salafista o terrorista. ¡Qué más da! El Mal no entiende de actores. Te llama, te embauca, caes en su trampa y ejecutas sus infames designios con el disfraz adecuado para la ocasión. Y cada vez nos sorprende menos la irrupción estelar de tantos "extras" de la, casualmente, la misma religión, la musulmana, convertidos en potenciales estrellas del prime time de un pánico paradójicamente promovido y subvencionado por el buenismo occidental sin necesidad de la aparición de un Caballo de Troya dentro de nuestras fronteras.

Así, acuden al objetivo externamente señalado por su "religión de paz" o, aquí en España, por los estigmatizadores profesionales del odio a la fe, de ese eterno odium fidei cuyas desgraciadas víctimas pasan, como preámbulo a la consideración de mártir, a engrosar la lista negra de asesinados por muestras de amor a Dios.

Él es el paradigma de los mártires por, de manera voluntaria, exhibir y testimoniar su amor misericordioso por el Padre. Y aquella sangre, como la del sacristán vil y traicioneramente asesinado –sin paños semánticos calientes ni presunciones–, es el caldo de cultivo de nuestra fe, esa de la que Él y Diego Valencia (q.e.p.d.) son testigos y semillas de cristianos, como escribía Tertuliano a los presos en espera de su martirio, desde hace más de dos mil años y, por desgracia, en nuestra más rabiosa y sanguinaria realidad.

Sin embargo, leyendo infames tuits institucionales, escuchando desafortunadas declaraciones de nuestros regidores, de "hunos" y "hotros" –el que esté libre de pecado que tire la primera piedra–, e indignos testimonios de pseudoperiodistas, "poseedores" de la verdad absoluta y generadores de la discordia, en sus subvencionados escaparates de pantalla, algún despistado podría incluso pensar que el humilde y entregado Diego "falleció" por muerte natural ante la aparición del "bueno" de Yasin Kanza que, machete en mano, solicitaba su inclusión para una murga en el próximo carnaval, unas raciones de comida o un lugar para, una vez bendecido, ocultar el arma por la incomodidad de tenerlo 24/7 bajo su colchón.

Y si llovía sobre mojado con los vociferantes "migrantes" del Allahu Akbarel diluvio sigue cayendo sobre esta versión descafeinada de una Europa sumisa que huye del espíritu y valores de su fe fundacional. Aquella fe que hizo grande a la civilización occidental cobardemente se cobija ahora en su propia tibieza ante variopintas imposiciones de un Islam en crisis –como la propia cristiandad– cuyos hijos, en millones de casos a nivel europeo, parasitan y sobreviven a costa del ocaso de un continente ciego, el nuestro, asomado al más profundo de los abismos espirituales en espera de definitivamente abrir el vientre de sus inocentes hijos a modo de ceremonioso y ritualizado haraquiri.

Diego Valencia, D.E.P.

 

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