Pablo Hasél, el peón del tablero político

La detención de Pablo Hasél ayer, 16 de febrero, ha servido para el conjunto de piezas como movimiento que precede al jaque contra el rey del tablero, evidenciando un juego sucio donde todo vale y nada importa.

Sostuvo Unamuno que, en cierto modo, los hombres buscan la libertad bajo la tiranía, y buscan la tiranía bajo la libertad. Si bien la frase del tan merecidamente reputado filósofo no requiere aquí de un profundo análisis lógico, su contenido en el presente posee tanto sentido como lo tuvo en la fecha en que murió su autor, el último día del año 36. Y es que se podría sentenciar sin duda alguna que no es coincidencia que las recientes discusiones que han trascendido bajo el pozo mediático, infestado de tantas e incapaces opiniones, hayan puesto en tela de juicio la libertad que ofrece la algunas veces vanagloriada, otras denostada, democracia española. ¿Parecería entonces que, bajo los anteojos del salmantino, viviéramos en una tiranía?

La cuestión, que trasciende de debates superfluos y del parecer de los cientos de millones de opinólogos en Twitter, fue abordada, sin embargo, en las redes sociales durante la jornada de ayer tras la esperada detención de Pablo Hasél, el ahora archiconocido rapero leridano, sentenciado a prisión por múltiples condenas de enaltecimiento del terrorismo y varias agresiones. Al margen de los hechos, resulta curioso que los mismos que la semana pasada habían atacado al youtuber Elrubius tras su decisión, ejerciendo su libertad —nos guste más o menos—, de partir a Andorra para no pagar más impuestos al fisco, ayer fueran víctimas de una enfermiza ecolalia, repitiendo hasta la saciedad que España es un Estado fascista porque un rapero va a ingresar en prisión tras desear públicamente incontables veces la muerte de políticos, guardias civiles y personalidades que no comulgan con su ideología. Lo normal en cualquier régimen político, vaya. Ahora bien, es una obviedad que el encuadre del caso de Hasél tiene un claro sesgo, pues, al parecer, una amplia mayoría ruidosa considera que el artista catalán tan solo dijo «verdades» acerca de las fechorías cometidas por el rey emérito Juan Carlos I de Borbón. También es todavía más evidente que si esta versión tergiversada fuera cierta, España tendría que solicitar el regreso de El Rubius y de todos sus compañeros de gremio para poder afrontar económicamente la manutención de las cárceles estatales mediante sus impuestos por culpa de la ingente cantidad de nuevos presos. Lo cual también es absurdo.

Cabe señalar, tras lo anterior, que bajo el prisma del concepto schmittiano del amigo-enemigo, es decir, la poderosa aunque espuria distinción entre partidos opositores con el fin de fraccionar al electorado, el rival, en este caso, es la Monarquía española, y, siendo la institución de la Casa Real uno de los únicos organismos que mantienen con vida la unidad nacional, la amalgama multicolor de formaciones políticas dispares converge en el ‘todos a una’ frente al mismo enemigo. De este modo, no sorprende que el vicepresidente Pablo Iglesias, quien mantuvo cierta relación con Hasél, comparta ideario con los dirigentes del proceso independentista catalán, con el objetivo de unir fuerzas como hicieron Enkidu y Gilgamesh, personajes de la mitología sumeria y adversarios, para derrotar a Khumbaba, el Toro del Cielo.

Así mismo, frente a un enemigo tan poderoso, hasta la fecha, la alianza está más que asegurada y perdurará hasta la muerte de una de las facciones.

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Por lo tanto, si el fin justifica los medios por los cuales el poder político corta cada cabeza de la Hidra de borbónica, nadie quedaría abrumado al concluir que las violentas protestas transcurridas la pasada noche en múltiples ciudades españolas no estuvieron sino alentadas y programadas por los tejemanejes de aquellos infames que juegan a ser dioses, mientras sus acólitos, que no son más que peones en un extensísimo tablero de ajedrez, coadyuvan a su causa originando caos y destrucción. Eso sí, el esfuerzo hercúleo lo emplearán los servicios de limpieza municipales y los empresarios que, tras ver su ciudad y sus negocios completamente destrozados, tendrán que arreglar los estropicios como consecuencia de los resabios de una sociedad enferma, torcida e iracunda.

Para desgracia del exaltado héroe, el rapero Pablo Hasél, que también comparte la categoría de pieza de baja jerarquía, y cuya efímera victoria es pírrica, será olvidado por el ruido que durante esta semana anegará las redes sociales hasta que reciba el tercer grado de su condena y suponga, de nuevo, una útil herramienta para el ardid político. Y es que, aunque Orestes tuviera motivos para la venganza de la muerte de su padre, la autoridad no dudó de la inmoralidad de su horrendo acto.