Padre Huidobro, el páter de la reconciliación

Padre Huidobro.

"Acaba de perder la Legión a un verdadero padre; la religión, a un santo y España, a un héroe". Estas fueron las palabras del comandante de la IV Bandera del Tercio, haciendo referencia al fallecimiento del padre Huidobro cuyo adiós cumple hoy ochenta y cinco años en los que, devotos por y para su causa, seguimos escuchando aquel atronador silencio que, impregnado de sangre, dejó una estela de dolor el infausto 11 de abril de 1937.

Desde su infancia, el “curilla” —conocido así entre los “legías” de su Bandera—, había querido ser "militar sin armas", convirtiéndose con los años en el ejemplar portador de un crucifijo que, resplandeciente y osado, se había hecho notar en la vanguardia de multitud de frentes para vencer en un sinfín de escalofriantes batallas libradas por uno u otro bando. El capellán de la IV Bandera siempre estuvo al servicio de todos dando ejemplo del servir para servir entre unos hombres que cumplían a rajatabla el dictado de los espíritus del Credo Legionario.

Fernando José María Melitón de Huidobro y Polanco había nacido en Santander el 10 de marzo de 1903 y había crecido en el seno de una familia numerosa y acomodada, siendo el sexto hijo de nueve hermanos de los que uno fue jesuita y dos hermanas ingresaron en las Religiosas Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.

Sus primeros años de educación se desarrollaron entre Melilla y Madrid y, finalizados sus estudios de Bachillerato en la ciudad madrileña, se matriculó en Derecho en el Colegio de los Padres Jesuitas antes de expresar su firme deseo de ingresar en el noviciado de Granada en la Compañía de Jesús para alcanzar sus votos en 1921.

Humanidades, Filosofía, Magisterio y Teología fueron objeto de sus estudios en distintos países europeos para lograr una formación basada en una excelencia que no estaría exenta del exilio forzoso provocado por la disolución de la Compañía de Jesús en 1932. Las circunstancias de aquella España anterior a la Guerra Civil habían sido culpables del ambiente que se respiraba en la antesala de la contienda.

En 1936, ya iniciado el conflicto español, el padre Huidobro solicitó regresar a nuestro país para ayudar y atender a los más necesitados y, así, se lo haría saber al Padre General de la Compañía. Atendiendo la petición, sus superiores centroeuropeos no le pusieron ningún obstáculo para que emprendiese la aventura de una guerra fratricida en la que el socorro espiritual, por desgracia, podía ser de gran ayuda para los combatientes.

A su regreso a España fue enviado a Talavera de la Reina (Toledo) como capellán de la IV Bandera de la Legión "Cristo de Lepanto", difícil destino en el que pronto obtendría el cariño, afecto y reconocimiento de aquellos bravos hombres que nunca se sintieron solos en los puestos de mayor peligro, en esos instantes en los que tensión y tragedia convivían entre balas y proyectiles. Varios fueron los combates en los que, con grandes dosis de heroísmo y valor, asistió a soldados angustiados o agonizantes a través de consoladoras palabras que transmitían el necesario sosiego y la precisa paz espiritual en los últimos segundos de vidas acabadas antes de tiempo.

Herido en una pierna el 9 de noviembre de 1936 en el enfrentamiento de la Casa de Campo (Madrid), fue trasladado al Hospital de Griñón y, posteriormente, al de Talavera. Un mes más tarde, pidió el alta de manera voluntaria para seguir acompañando a su Bandera a pesar de la ostensible cojera tras una muy corta estancia hospitalaria.

A principios del mes de abril de 1937 y con un breve permiso, el Padre Huidobro se trasladaría Villafranca de los Barros (Badajoz) para realizar sus últimos votos e incorporarse de nuevo a su IV Bandera. Nada hacía presagiar que aquellos iban a ser los últimos días de vida de un "soldado de Dios", discípulo del Tercio y de la Patria, excepto sus pensamientos y reflexiones internas plasmadas en cartas a su hermano sacerdote. 

 

Después de duros enfrentamientos en la madrileña Casa de Campo, el 11 de abril de 1937 quedaría reflejado en nuestro calendario como un día teñido de la sangre derramada por el padre Huidobro atendiendo a legionarios heridos en el puesto de socorro al que, con disciplina, había acudido en cumplimiento de las órdenes de su superior que, continuamente, controlaba sus arriesgadas carreras en las posiciones avanzadas del frente.

̶—¡Padre! ¡Guárdese, que le van a matar!, le gritaban los legionarios mientras las balas cargadas de muerte silbaban por todas partes.

Despreciando su propia vida y aplicando junto a los suyos el Credo Legionario, el páter de la reconciliación afrontaba su destino final, la muerte, gloriosa y fiel compañera, con asombrosa valentía y una desconocida ilusión de hallarse ante el Señor en compañía de más de cuarenta almas que, ese día, pusieron fin a su camino terrenal.

Un obús soviético de calibre 12,40 fue el culpable de aquel prematuro adiós en la Cuesta de las Perdices y, de lleno, encontró la faz del padre Huidobro en el lado izquierdo de su rostro. Fue el principio de un final, el final de una vida que impregnó de luto y dolor a la Legión entre los desesperados sollozos de los que, durante meses, habían sido sus hijos espirituales.

El padre Huidobro fue un valiente, un santo legionario, el capellán de unas almas que, en la actualidad, reclaman justicia en la merecida apertura de su causa de beatificación en enero del pasado año.

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