Una pareja de hecho y de derecho

En nuestros días muchos hombres y mujeres se unen en matrimonio mientras otros, a su vez, deciden romper este vínculo; pero todos ellos buscan y buscaban la felicidad en la unión conyugal. La cuestión que decide el resultado -salvando los casos límites - no es tanto el conocimiento de lo que se busca y desea, sino el del camino para encontrarlo. Por ello, acompañar en su devenir a una de estas parejas y tratar de identificarnos con ella, nos ayudará a reflexionar y a sacar nuestras propias conclusiones al respecto. Puede que ellos se conocieran en el trabajo, o a través de unos amigos comunes, o incluso en un desencuentro. Lo cierto es que se enamoraron y que tras un periodo de noviazgo, donde profundizaron en su mútuo conocimiento, decidieron unir sus vidas, para siempre, en el matrimonio. En los comienzos todo parecía fácil; la intensa sensación de enamoramiento, como un poderoso motor de arranque, les hizo pasar fácilmente a través de las primeras dificultades en la convivencia. Cuando aquellas comenzaron a ser más frecuentes y complejas, decidieron plantarles cara mediante el diálogo y la reflexión. Cada uno descubrió en el otro un ser distinto al de la imagen idealizada que se había forjado en los inicios, un ser con defectos y contradicciones, pero también con evidentes valores; un ser complementario y real al que no hacia falta impresionar, en el que podían apoyarse en momentos de debilidad, un verdadero compañero de vida. Esta bajada a tierra no acortó sus ilusiones, sino que por el contrario, con los pies puestos en el suelo encontraron más y mejores motivos para darse mutuamente, ayudando cada uno al otro a realizarse. También comprendieron que el cariño recíproco no podía encerrarles en la esterilidad de una burbuja, sino que tenían que abrirse a otras personas, y sobre todo a nuevas vidas, en los hijos. Todo este esfuerzo no les sirvió para evitar algunas crisis en su crecimiento como pareja, pero les proporcionó los medios para sacar provecho de ellas, madurando y superando juntos las dificultades. En las propias disputas, aprendieron a reconocer el sufrimiento e inseguridad del otro, oculto tras el enfado. Percibieron que el amor que perdura no es tanto un sentimiento como una decisión, que opera habitualmente a través de actos cotidianos y aparentemente intrascendentes, como puede ser prevenir un fallo de memoria para recordar una fecha inolvidable para el otro, anotándola con antelación en la agenda. Estas experiencias les llevaron a procurarse un espacio propio de cada uno, no entendido como concesión al egoísmo, sino como requisito indispensable para afirmar desde aquel, la voluntad de dos personas libres y autónomas, de permanecer unidas para siempre en fidelidad entendida como un "sí" rotundo y gozoso al otro. Quienes les conocen aseguran que están hechos el uno para el otro, pero ellos saben que más bien se han hecho, día a día, el uno para el otro, hasta llegara a ser con plenitud el hombre y la mujer de sus vidas.

 

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