Polonia, la delgada línea roja

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No hay nada que perder y Alexander Lukashenko, el presidente de Bielorrusia, lo sabe desde hace tiempo. No te vayas a engañar, el asunto viene de lejos.

Después de conseguir su renovado e impositivo mandato tras las elecciones de agosto de 2020, hace algo más de un año, nada nuevo bajo el sol, aunque sí que ha habido importantes novedades en la fría frontera con su vecina Polonia como consecuencia de lo acontecido y orquestado dentro y fuera del territorio bielorruso en los últimos meses. Era cuestión de días tras el ajetreado tránsito que Minsk y su aeropuerto o los caminos y carreteras bielorrusas han tenido en los últimos meses.

Si las continuas y masivas protestas después del resultado de las urnas le entraron por un oído y, tras más de 30.000 arrestos policiales, le salieron por el otro, ¿crees que Lukashenko anda preocupado por estos miles de inmigrantes ilegales? Pues no, no te equivoques, para nada. Ni le va ni le viene una vez cerrado el infame trato con los países de origen de la "mercancía" depositada en su país recientemente. Es más, no sería de extrañar que, con la cobertura habitual de Putin para con su aliado, goce de privilegios e, indudablemente, tenga voz y voto como estrella invitada de los inminentes saraos del reparto humano y, evidentemente, económico. Por otro lado, tampoco nos sorprendería la ausencia de Duda o Morawiezki, los polacos, en la lista de invitados al contubernio. Lo que diga Lukashenko; digo, Putin. La Unión Europea se encargará de la vaselina.

Como consecuencia de aquel pasteleo electoral, Bielorrusia se puso en el punto de mira de unas sanciones occidentales que, además, iban a verse aumentadas después de que el periodista Raman Pratasevich fuese arrestado en mayo del presente por las autoridades de Minsk tras ordenar éstas el aterrizaje de un jet privado en el que el disidente volaba desde Grecia con destino a Lituania.

El incidente, como no podía ser de otra manera, supuso una traba añadida en la consideración de Occidente hacia una Bielorrusia empeñada en ejercicios prácticos de piratería que supondrían el  cese de importaciones extranjeras de petróleo, fertilizantes y otros productos, así como una serie de restricciones a sus vuelos en el espacio aéreo europeo. Su producción interior disminuyó y Lukashenko clamó vendetta a los cuatro vientos por esas acciones contra su pueblo.

De aquellos barros sancionadores, estos lodos actuales atenuados por el partido opositor al presidente en lo referente a la revelación de los contactos establecidos por éste con operadores y agencias turísticas controladas por el estado para promover el flujo migratorio de ilegales de Afganistán, Irak, Siria y otros países del entorno envueltos en un clima bélico. Más bajo, no se podía caer. 

Lukashenko, al que la reputación internacional se la trae al pairo, empezó a tejer esa red migratoria con la promesa de un happy ending en cualquier destino de la Europa occidental para los recién ingresados en Bielorrusia. Al mismo tiempo, y como suele ser habitual en estos casos, echó mano de la manida victimización tras la pérdida de unos fondos procedentes del buenismo europeo con los que decía haber aguantado la presión migratoria hacia su propio país u otros como Letonia, Lituania y la propia Polonia.

Sin embargo, a la históricamente sufrida Polonia no le van ese tipo de pactos; sobre todo, como también ha ocurrido a lo largo de su historia, si su territorio forma parte de lo que está por venir que, por cierto, ni trae ni promete nada bueno a corto plazo. La historia jamás nos ha dicho lo contrario.

Los polacos, injustamente acusados de ser un pueblo acostumbrado a la queja —los estereotipos es lo que tienen—, no están por la labor de ejercer de sparring o de lumi barata para unos, la "valiente" y arrogante Unión Europea con sus millonarias progre-multas diarias contra el pensamiento identitario de una nación, y otros, los que establecen su negocio personal y mueven los hilos de las relaciones internacionales con el mercadeo humano y, por lo tanto, el sello de la indignidad en estos trasvases sociales, económicos y trashumantes. 

 

Polonia, con todo el derecho que le otorga la salvaguarda de sus fronteras y su nación, no desea crear ese anhelado pasillo humanitario para filtrar a millares de "refugiados" en territorio europeo; principalmente, Alemania, sino de plantar cara como aquel regimiento de Highlanders británicos en la Batalla de Balaclava en 1854 durante la Guerra de Crimea. Aquella acción militar, la delgada línea roja establecida por los casacas rojas se ha trasladado en el tiempo a miles de militares polacos enviados por Varsovia al bosque de Bialowieska donde la frondosa naturaleza hace de testigo de un enfrentamiento sin armas, pero con suficientes instrumentos y argumentos que invitan a la latente tensión e inminente confrontación.

El tira y afloja entre los contendientes, una embravecida Bielorrusia contra la dadivosa Unión Europea, ha comenzado con la baza moral de la primera en una partida que pretende poner a prueba los valores occidentales, la fortaleza de un continente sumiso y las copiosas muestras de protección de derechos a los ilegales. Este asunto, por otra parte, no nos es ajeno por nuestros lares hispanos y así nos va.

El ataque híbrido estaba servido con varios miles de fichas humanas estratégicamente dispuestas y desplegadas sobre el tapete como fuerzas de presión contra una de las fronteras orientales de Europa. Desgraciadamente, algo similar vivimos en Ceuta y Melilla, las puertas del sur del continente, cuando el "amigo" Marruecos se dedica a gastarnos provocativas "bromas" de mal gusto —también a sus ingenuos nacionales por redes sociales— cerrando los ojos y haciendo la vista gorda en sus pasos fronterizos con España. La época estival dio fe de ello como, por desgracia, de nuestra fragilidad en las fronteras y la vergonzosa debilidad gubernamental. 

El órdago bielorruso está echado, como la triste suerte que pueden correr tantos inocentes en la persecución del sueño germánico una vez erosionadas la resistencia polaca y la infame disposición de aquellos dirigentes e intermediarios europeos que sólo atisban el peligro y la fractura de los valores de un continente y su cultura cuando la ilegalidad merodea por su jardín, llama a su puerta o entra hasta la cocina de sus domicilios.

Las concesiones de Europa están a la vuelta de la esquina, entre los alambres de espino de aquel vallado fronterizo, cuando Bielorrusia "se despiste" y permita que se multiplique el número de ilegales dentro de sus fronteras. Entonces, la presión humana no será de miles, sino de decenas de miles de "nómadas" invitados a la fiesta de una servil Europa que, acostumbrada a la barra libre incluida, volverá a mirar para otro lado y sacará la billetera al mismo tiempo que una nueva dosis de ignominia cruza victoriosa esa delgada línea roja ante la perpleja mirada de los fornidos e incrédulos guardianes polacos.

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