A propósito del día mundial contra el Hambre

Los días 16 y 17 de octubre han sido  respectivamente los días mundiales contra el hambre y por la erradicación de la pobreza. Buena ocasión para reflexionar sobre el peligro de que a causa de la sequía y la pobreza, puedan morir de hambre varios millones de personas en algunas zonas de África, si la comunidad internacional no toma medidas con urgencia.

Mientras tanto, resulta lacerante que aquí estemos asistiendo a bodas y celebraciones en las que nos sirven unos aperitivos pantagruélicos que hacen que después vaya a la basura una buena parte de la también suculenta comida. Y cuando lleguen fiestas especiales como la Navidad, tiraremos la casa por la ventana con el marisco, pavos, turrones y demás delicias.

Es un sarcasmo que mientras una buena parte de la población mundial sufre déficit calórico, en el mundo occidental el exceso de calorías y la obesidad son causa de muchas enfermedades. Quizá alguno intente tranquilizar su conciencia pensando que la responsabilidad en la solución a los problemas del hambre en el tercer mundo es de los gobiernos e instituciones internacionales, y que en el plano personal es muy poco o nada lo que se puede hacer. Y en parte quizá tenga razón.

No entiendo que la política agrícola de la Unión Europea y de Estados Unidos prime el no cultivo de algunos productos básicos y la destrucción de excedentes, mientras que vecinos nuestros en esta aldea global en la que vivimos se estén muriendo de hambre. Como tampoco concibo que a pesar de las promesas reiteradas nuestro país y muchos otros del primer mundo todavía no destinen el 0.7% del PIB a ayudas al desarrollo del tercer mundo.

No es cierto, sin embargo, que no podamos hacer nada personalmente. Podemos por ejemplo, privarnos de algo de lo que nos sobra o malgastamos y ayudar a los Bancos de Alimentos extendidos ya por todas las provincias de nuestro país, y que se dedican a facilitar alimentos a ese cuarto mundo que son los marginados de los suburbios de las grandes ciudades.

A pesar de que anualmente distribuyen millones de toneladas de alimentos, todavía no llegan a satisfacer todas las necesidades, pues son también muchos los que pasan hambre en nuestro entorno inmediato. Y así mismo podríamos personalmente dedicar el 0.7% de nuestros ingresos a ayudar a distintas obras asistenciales o de promoción social.

Si los ciudadanos estamos más sensibilizados por estos problemas y lo demostramos con obras, quizás nuestros gobiernos también empiecen a responder a ese clamor de ayuda de los que tan mal lo están pasando.

 

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