¡Qué nos lo llevan! (sobre el 2 de mayo de 1808)

Contexto sobre la revolución iniciada en Madrid frente a las tropas invasoras francesas

Fusilamientos del 2 de mayo.
Fusilamientos del 3 de mayo.

Cuando algunos vecinos de Madrid ven a soldados franceses introduciendo al infante Francisco de Paula Antonio en un coche, los ánimos estallan…el cerrajero José Blas de Molina abre la puerta del patio de Palacio y grita una frase que resonó en todo el imperio: «¡Qué nos lo llevan!» …La gente se abalanza contra la escolta francesa y se produce el primer enfrentamiento contra las tropas napoleónicas. Una primera reacción defensiva causa algunas víctimas.   

La multitud huye presa del pavor y propaga la noticia de las muertes y heridos por toda la ciudad. Los vecinos se reúnen en plazas y calles para saber más sobre lo sucedido, para mostrar su enojo, su indignación … Las tropas españolas son acuarteladas y la furia de los vecinos se desborda, se echan a la calle con lo poco que tienen a mano, prácticamente nada, los utensilios de trabajo y algunas viejas espadas roperas, que es lo único que poseen para defender a su infante, a su monarquía.

La revuelta es sofocada a sable, sangre y pólvora por un batallón de granaderos integrado por mamelucos en el centro de la ciudad.

El gran duque de Berg, mariscal Murat, gobernador del Madrid invadido, dicta un bando que pocos conocieron; aplica la pena de vida a todo el que llevara armas, a todo el que hiciese resistencia, a todo el que no la evitare, en suma, todo vecino fue condenado.

Ese bando se publica en El Diario de Madrid el 4 de mayo de 1808, dos días después del levantamiento. Murat da  instrucciones precisas: Todos los que han sido presos en el alboroto y con las armas en la mano, serán arcabuceados; toda reunión de más de ocho personas será considerada como una junta sediciosa y será deshecha por la arcabucería; todo lugar en el que sea asesinado un francés será quemado; los amos quedaran responsables de sus criados, los jefes de taller, obradores y demás de sus oficiales; los padres y madres de sus hijos y los ministros de los conventos de sus religiosos; los autores de libelos, impresos y manuscritos provocando a la sedición serán considerados como agentes de la Inglaterra y arcabuceados.

Los enfrentamientos se propagan por distintas calles y plazas de Madrid esbozando estampas de gran patriotismo. En el barrio de la Latina, a los pies de la antigua Puerta de Toledo, una muchedumbre de hombres, mujeres y ancianos intentan impedir el paso a la villa de mil coraceros franceses.

De la Cárcel Real, un grupo de 56 reos, bajo juramento, son dejados libres para auxiliar al pueblo de Madrid. Rinden en la Plaza Mayor a un destacamento de artillería gala que se encuentra acuartelado. Todos regresan a prisión menos tres reclusos, uno muerto, otro herido y el tercero desaparecido.

En la Puerta del Sol, la caballería francesa carga hasta en tres ocasiones para disolver a todos los vecinos que se agolpan obstaculizando el tránsito del ejército francés a la Calle Mayor desde Alcalá y S. Jerónimo.

En el Parque de artillería de Monteleón (plaza del Dos de mayo hoy) , los capitanes de artillería Daoiz y Velarde, junto a un piquete de 20 soldados mandados por el teniente de infantería Ruiz, el auxilio de algunos paisanos y tres cañones, se proponen defender la plaza. Logran rendir a 100 franceses, pero acuden las tropas de Lefrane, en numero de 2.000 hombres. Entablan un combate que se prolonga durante tres horas de intensa lucha. Los madrileños fueron vencidos. El teniente Ruiz y el capitán Velarde mal heridos y Daoiz muerto a bayonetazos. Entre los muchos caídos se encuentra Manuela Malasaña, una costurera de 19 años que, tijeras en mano, se sumó a sus vecinos contra el extranjero invasor.

Los patriotas capturados son fusilados el mismo dos de mayo por la noche. A nadie se le procuró consuelo espiritual y todos fueron ejecutados en pelotones… en el paseo del Prado, en Recoletos, en Cibeles, en la Puerta de Alcalá. El día tres de mayo en la montaña del príncipe Pio y en el parque del Retiro.

Las noticias de los combates se esparcen por distintos pueblos de Madrid, pero en vez de producir abatimiento y terror, encienden las pasiones y acrecienta una ira contra un invasor que engañó a España.

En Móstoles, los alcaldes Torrejón y Hernández, dictan un bando para auxiliar a la capital. La noticia se propaga con rapidez y con la misma inmediatez se levantan las ciudades españolas. Como escribió Amador de los Ríos en su obra «Historia de la Villa y Corte de Madrid» de 1864, la indignación que había exhalado Madrid el día 2 de mayo resonó por las provincias de España y estremeció todos los ángulos de la monarquía.

Los episodios que transcurrieron en Madrid durante los días dos y tres de mayo fueron pintados por Goya en dos oleos. El primero, titulado El dos de mayo de 1808 o La lucha contra los mamelucos, óleo sobre lienzo de 268,5 cm. X 347,5 cm, pintado en 1814.  El segundo cuadro se titula Los fusilamientos de la Moncloa o El 3 de mayo de 1808, óleo sobre lienzo de 268 cm. X 347 cm., pintado en 1815. Ambas pinturas se exhiben en la sala 64 del Museo del Prado.

Los fusilamientos de la Moncloa del 3 de mayo de 1808, obra expresionista dramática, refleja el terror del momento último antes del fusilamiento. Una atmosfera oscura envuelve la pintura salvo el de un patriota que, con una camisa blanca y los brazos en cruz, ofrece su pecho a las balas. Junto a los cadáveres de los ajusticiados tendidos en el suelo, los que esperan serlo, se tapan el rostro para no ver el horror inminente. Es un testimonio trágico de esta jornada del 3 de mayo.

Presenciamos un hecho histórico de un pueblo que luchó por su infante, por España, por la fe de sus mayores, ofreciendo lo más preciado que posee el hombre, su vida y su alma.

Hoy, cuando asistimos a una desvalorización del importante sustantivo España, bien merece recordar estos acontecimientos y este carácter frente a lo extraño y ajeno que pretenden arrebatar lo propio y nuestro de siempre.

Reconocer las plazas, calles y parques en donde fueron pasados por las armas estos españoles es honrarles con un recuerdo evocador de su sincero y desinteresado sacrificio.

Hay que recordar que los leones del Congreso, popularmente se conocen como Velarde y Daoiz.

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