Rebelión en las aulas

No hace falta que un puñado de alumnos díscolos monten la de San Quintín para que el profesor de turno, el jefe de estudios, el sustituto salvador o cualquier consejería de Educación decidan tomar cartas en el asunto y poner freno a hechos que perturben la convivencia educativa o, más en concreto, el clima de determinadas aulas.

Como pensábamos que ya lo habíamos visto todo, de golpe y porrazo, nos hemos topado con la lengua, nuestra lengua madre, en modo "rebelde con causa" ante la imposición lingüística a la que una gran parte de la población catalana viene siendo sometida con las normas y regulaciones de unos y la complicidad, tibieza y beneplácito de otros. El factor de las amenazas y estigmatización en redes sociales ha sido la gota que ha colmado el  vaso al mismo tiempo que ha demostrado la ruindad y mezquindad del cobarde.

Y es nuestra lengua, su deseo de pervivencia y amistosa coexistencia, la que se ha erigido en estandarte de una dignidad manchada de infamia tras el acoso al niño de Canet de Mar y su familia por la inocente petición y "osada" reivindicación de tener algunas horas de clase en español con el consiguiente linchamiento mediático de vecinos, políticos, regidores, juntaletras y algún que otro representante de otros oficios empeñados en sembrar la discordia gratuita que alimenta el odio del servil rebaño. La "actuación" de las instituciones y algunos partidos políticos nacionales, el papelón del "defensor" del pueblo o las declaraciones sobre privilegios de algún trasnochado ministro son harina de otro costal, del de la equidistancia que otorga el posicionamiento de perfil tan al uso por estos lares patrios.

(David Zorrakino / Europa Press).

Estábamos acostumbrados a que los elementos insurgentes y los distractores educativos fuesen los de siempre, los alumnos "malotes", aquellos encargados de torpedear el proceso de aprendizaje de sus semejantes hasta toparse con el balsámico y conciliador advenimiento de un docente "especial", tipo Thackeray en "Rebelión en las aulas" o LouAnne en "Mentes peligrosas", para, a su manera y estilo, cambiar el rumbo equivocado de la vida y jornada lectiva del alumnado hostil. Era cuestión de facilitar las cosas. Sin embargo, el asunto de marras va por otros derroteros.

En esta ocasión, se trata de un novedoso episodio con un protagonista que, desde el minuto uno, se ha convertido junto a su familia en el objetivo, la presa fácil del matonismo supremacista que, de un tiempo a esta parte, se estila por el noreste de España, allí donde competencias y prebendas estatales se han ido asentando al objeto de que otros mantengan su poder y poltrona en el ámbito nacional mientras los de "la raza superior" impunemente percuten contra todo lo que huele a identidad española. 

Y no es una cuestión de que un determinado currículum o las programaciones de ciertas áreas incluyan u omitan un período histórico concreto, desprecien el mismo idioma que los nacidos en el mismo país o corran un tupido velo por la riqueza cultural de una nación, la española, como tarjeta de presentación de las desafiantes directrices de los gerifaltes del separatismo catalán, convertidos en instigadores de un delito de odio contra los que, justicia en mano, exigen el fiel cumplimiento de las leyes para poder aprender parcialmente el idioma hablado por los nacionales de su mismo país.

Así y llegados a este punto, el pulso está echado y los guantes en el cuadrilátero para calzárselos en este nuevo combate lingüístico —tras el de las plataformas—, un tira y afloja que no puede olvidar que el poder de la lengua española está repleto de históricos aportes a la cultura de innumerables partes del orbe, de la importancia otorgada por los más de quinientos millones de hispanoparlantes, y de la absoluta certeza de un prometedor futuro no exento del enorme potencial de campos que van desde el comercio a las Artes y Humanidades sin dejar de lado las comunicaciones, la tecnología y esa educación que, de manera infame y lamentable, tanto se echa en falta en sociedades, regiones y sistemas educativos de nuestro entorno peninsular. 

Aquel pretérito poder, lingüísticamente hablando, es más fuerte ahora y, sin duda, seguirá consolidándose en el futuro para beneficio de toda la humanidad, desde España, Cataluña incluida, a cualquier otro lugar del mundo sin caer en vanos fanatismos o soberbios excesos respecto a otras lenguas con las que compartimos comunicación, progreso, desarrollo y expansión cultural a través de la riqueza de nuestra historia e idioma.

 

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