Resistencia de manual

Es el escenario que desgraciadamente nos ha tocado vivir en nuestra más rabiosa actualidad. Invertido, sí, respecto al que alguno titulaba no hace mucho y que pareció convertirle en el gurú de tiempos venideros. Excepto por la atrincherada resistencia de la que estamos haciendo gala, nada más lejos de aquella lejana realidad y los planes previstos.

Contra cualquiera de sus mesiánicos pronósticos, los de sus asesores o la de su "ivanesca" mano derecha; sus postulados se han tornado en fracaso; éste, en pesadilla y ésta, en una silenciosa realidad, sólo quebrantada por el llanto anónimo de aquellos que ni siquiera pueden dar el ultimo adiós a sus muertos, que se cuentan por centenares, y los incansables aplausos de las 20h resonando desde los balcones hasta el corazón de los verdaderos héroes, los profesionales de nuestra admirada Sanidad. Ellos, como los militares o los integrantes de nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, doblan sus esfuerzos y derrochan su protección ante ese agente desconocido, el COVID-19, que ha encontrado en las personas el caldo de cultivo ideal para la expresión de todo su poder destructivo. Y todo ello sin necesidad de ir a la guerra. El enemigo ha venido a ti y ha llamado a tu puerta.

Y no son los únicos héroes. Hay más. Desde los agricultores hasta los proveedores de nuestros servicios más básicos, pasando por otros colectivos cuya "misión" tristemente pasa desapercibida en el bullicio de nuestro día a día. 

O los que encontramos entre los múltiples y diversos avatares de nuestra cotidianeidad, ese conductor de autobús o la cajera del supermercado, borrados de nuestra mente por las prisas habituales o la maleducada fijación por una pantalla del móvil que ni siquiera nos permite dar las gracias o los buenos días. Es lo que tiene nuestro frenético día a día del que, por una u otra razón, echamos pestes, pero que, en nuestro confinamiento obligado, paradójicamente añoramos cada vez más. Y así será con el paso de los días, las semanas...

Por todos ellos, propongo tu gesto personal de heroicidad dentro de la resistencia que opones a ese enemigo que, de manera vírica, pretende infiltrarse en tu vida y en los que constituyen tu círculo más cercano. No es momento de criticar, de reprochar, de confundir. ¡Ahora no! Ya habrá tiempo, seguramente más tarde de lo inicialmente previsto, para que las mascarillas y los trajes EPI dejen paso a la soga del pueblo y las sentencias judiciales. Será entonces cuando la fiscalía tenga que sacar músculo ante ese dubitativo estado democrático en el que, como Winston Smith en "1984", caminamos erráticos pero sin dar pasos, como nos advierte perpleja nuestra aplicación del móvil. 

Porque todo pasa, incluso el mal. Es cuestión de fe; de la esperanza que nunca debemos perder, de lograr la victoria sobre lo que nos oprime en esta batalla disfrazada de pandemia sin banderas y que nos ha colocado en el punto de mira de un conflicto híbrido alejado de los convencionalismos bélicos de guerras pretéritas. Eso pasó a la historia e, incluso, forjó historias personales y experiencias vitales de muchos de los nuestros, de aquellos que nos precedieron, de esos por los que hoy tenemos que luchar con más fuerza y convicción, a golpe de heroicidad, convertirnos en sus mejores protectores, en los mejores agentes de su seguridad sanitaria. Ellos lo dieron todo, ellos lograron tu estado de bienestar, ellos vencieron la adversidad. Ahora te toca a ti. Toca reclusión, toca obediencia, toca disciplina espartana. Ante su vulnerabilidad, tú has de convertirte en el héroe que lucha contra ese villano letal, apátrida, que, camuflado en el caos y desconcierto, busca aumentar su insaciable tasa de mortandad. 

Es tu momento, el de limitarte a cumplir con el manual, con las recomendaciones y consejos que pretenden fortalecer tu resistencia ante el duro tránsito de una modernidad volátil cuya estructura se tambalea no por un conflicto bélico, la ciberguerra, el hambre, el Brexit, el desabastecimiento de alimentos o cualquier otro obstáculo visible o predecible a corto plazo. Esta vez, no ha habido previsión, se ha menospreciado el daño potencial de ese enemigo desconocido y, en la guerra, nunca se puede subestimar al adversario. Las máximas han de cumplirse a rajatabla. Y en el combate, si cabe, aún más. Es cuestión de vida o muerte. 

Y tu resistencia demanda vida. Para ello, has de buscar aliados. Piensa en la unidad, esa que algunos cacarean pero perturban con caceroladas fuera de lugar; en los valores que nos transmiten esos héroes sin capa y, en muchos casos, a pecho descubierto en la trinchera del hospital; en la solidaridad de los que combaten con hechos el discurso en clave electoralista de los oportunistas de turno. Y en tener fe, sobredosis de fe, que fluya en tus reflexiones y pensamientos para afrontar y sobreponerte al lado trágico de una vida que, tal vez, siempre te llegó presentada en un sobre de azúcar. Acuérdate de Él.

Y la vida, por otro lado, exige resistencia ante lo que está por venir. Queda lo peor. Aquí y en algún otro continente con bastantes menos recursos de los que tú dispones, con menos edulcorante del que tú disfrutas en tu dosis diaria. Quédate con la resiliencia, pura y dura. Será entonces el momento de saborear tu victoria.

 

Luego, a toro pasado, cuando cojas el autobús, pagues la compra, entres en el ascensor, des las gracias o los buenos días...luego, con una perspectiva radicalmente diferente, te darás cuenta del valor de esas acciones, de la persona que tienes a tu lado, del peligro de extinción al que tu zona de confort ha sido expuesta, del valor de tu resistencia.

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