Sobre la inmigración

Un hombre con las banderas de Ecuador y España.
Un hombre con las banderas de Ecuador y España.

Con este artículo sobre la inmigración no pretendo hacer una enmienda a la totalidad de ningún discurso, ni apología de lo contrario. No creo que vaya a alumbrar la verdad sobre esta cuestión yo solo. Es un tema con demasiados matices a tener en cuenta. Quiero hacer una aportación lo más sincera posible y ofreciendo mi punto de vista con la idea de ayudar.

Hay en general una creciente crispación social, un enconamiento cada vez mayor, que va poniendo el foco, a veces me parece que de manera metódica, en los asuntos más polémicos, como es el caso de la inmigración, y con ello seguir fragmentando la sociedad y distanciando a las personas.

Los partidos están haciendo de ello uno de sus principales argumentos en las campañas electorales, las cuales últimamente son más frecuentes, y cada vez que estamos en ese período electoral donde triunfa siempre la burrada más grande, los argumentos que se esgrimen acaban siendo simplistas, demasiado reduccionistas pese a que se trate de cuestiones tan complejas.

Pero muchas veces buscamos cobijo en este tipo de argumentos porque la realidad es tan cambiante, tan incierta, que nos abruma. Por eso optamos por los argumentos que nos ofrecen más tranquilidad frente a una creciente incertidumbre que muchas veces ya no se puede enfrentar solo desde una perspectiva local o nacional, ni mucho menos con cuatro eslóganes.

Se oyen todo tipo de comentarios del estilo: “se están quedando con nuestras ayudas”, “están colapsando nuestros servicios sociales y nuestro sistema sanitario”, “el efecto llamada, avalancha de inmigrantes”, “vienen aquí a delinquir” o el ya mítico y manido “se están quedando con nuestros trabajos” y un sinfín más de clichés.

España suscribió la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la cual dice que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, sin importar la raza, color, sexo, religión u opinión política.

Por otro lado, el artículo 14 de la Ley de Extranjería establece que no hay ningún tipo de ayuda social que se preste solo a personas extranjeras por el mero hecho de serlo y de las que puedan quedar excluidas los nacionales españoles. Eso no existe, aunque la idea no para de sobrevolar el debate.

Según los datos, a pesar de que los inmigrantes se encuentran en especial situación de vulnerabilidad, solo el 15% de los usuarios de los servicios sociales son extranjeros. Según las estadísticas, los extranjeros acuden de media menos a las consultas médicas que los españoles (36% de españoles, frente al 31% de extranjeros, según datos de la Encuesta Nacional de Salud para 2017).

Y en este punto no podemos olvidar que hasta los inmigrantes irregulares financian la Sanidad vía el pago de impuestos indirectos (como por ejemplo el IVA), mientras que la Seguridad Social o las pensiones se hace por la vía de las cotizaciones

 

Datos de este tipo deberían hacernos ver que la cosa no es tan tremenda, ni que se corresponde con los eslóganes que no paran de repetirnos como mantras. Pero esto son solo datos, y eso es lo preocupante.

Es triste que un discurso, un debate que refiere directamente a la vida de personas que enfrentan multitud de riesgos, personas en una situación precaria y lamentable en la mayoría de sus casos, tenga que justificarse en datos estrictamente económicos. ¿Cómo es posible que esto pase en Occidente, siendo la cuna de los derechos humanos y de la tradición humanista? Que siempre nos consideramos con la suficiente autoridad moral como para decir a los demás países cómo se tienen que gestionar para mayor libertad de sus gentes.

¿Cómo es posible que pese a todo tratemos este asunto desde una perspectiva meramente económica? Nos hemos llenado la boca, y los oídos, de discursos en favor de la integración, pero en cuanto la situación económica se ha torcido, y parece que se seguirá torciendo, nos hemos olvidado de ellos y hemos pasado a decir que aquí sobra gente.

Es paradójico escuchar a ciertos partidos que no paran de decir que defienden el humanismo cristiano, que son provida, participan en procesiones y no sé qué cosas más (todas muy respetables por supuesto), pero al mismo tiempo lanzan discursos sesgados, simples como amapolas, con los que siembran una sombra de sospecha y criminalizan a una gran mayoría que solo vino aquí a trabajar, ojo a trabajar, que no quieren “una ayuda”, quieren trabajar y ganarse la vida.

No conozco nada más contrario a los principios de la caridad, la hospitalidad o la fraternidad del humanismo. El inmigrante, sin entrar en más especificaciones, dejó atrás una historia personal, su patria, su familia, su profesión y cualquier consideración social que tuviera allá para venir aquí en busca de algo mejor, aunque muy incierto. Se enfrentan a trabajos precarios, mal pagados, inseguros, insalubres, y que en muchos casos violan todos los derechos y la dignidad de la persona. Gentes con estudios superiores en sus países que aquí tienen que realizar los trabajos que nosotros no queremos hacer, pero ellos los hacen (no he oído a nadie quejarse por eso).

No quiero decir que no haya aprovechados, que retuerzan las leyes para obtener ayudas, que vengan con intenciones poco nobles. Pero sí digo que son una minoría. No son la mayoría, y no creo que sea de recibo coger un caso aislado para sembrar la duda sobre millones de personas dispuestas a trabajar y lograr una vida mejor. Como tampoco es justo esparcir prejuicios que sentencian a personas que ni siquiera han tenido ocasión de presentarse.

Hemos edificado fronteras, creado pasaportes, barreras físicas, legales e imaginarias, que nos separan los unos de los otros. No dejo de pensar que aunque cada día hay más avances tecnológicos y progresos impresionantes, al mismo tiempo estamos retrocediendo a otras épocas de las que pensábamos que nos habíamos deshecho.

Al final la historia de la humanidad es una historia constante de avances, retrocesos e inmensos sacrificios para volver a avanzar. La tecnología, la economía y todas las teorías macroeconómicas, no nos van a salvar por sí solas.

Necesitamos volver al centro, al motivo de todos nuestros esfuerzos, necesitamos volver la mirada a las personas y no mercantilizar los discursos, validando solo las opciones económicamente heterodoxas o rentables. Nunca fue de eso este debate. 

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