Aunque no son las 20:00

Terminal 4 del aeropuerto de Madrid Barajas
Terminal 4 del aeropuerto de Madrid Barajas

El lunes 16 de marzo de 2020 nuestro vuelo despegaba a las 15.50. Madrid-Munich-Singapur-Sydney. Durante esa semana los aeropuertos internacionales fueron cerrando sus puertas a pies españoles. Así, cada mañana era una incógnita. Los informativos desplegaban mapas en los que a cada minuto un estado nuevo se teñía de rojo.

El viernes 13 me desperté con un WhatsApp a las 8.20: Singapur prohibía la entrada a españoles a partir de las  00.00 del domingo. El caos y las prisas se apoderaban de nuestra mañana al mismo tiempo que en las redes sociales y en los informativos matutinos resonaban tres palabras: estado de alarma. Por aquel entonces nadie sabía lo que era ni en qué consistía, pero no tenía buena pinta y nosotras no queríamos deshacer la poca maleta que habíamos preparado para entonces. Fue en ese momento en el que tuvimos que hacer una videollamada Santander-Madrid para plantearnos qué opciones teníamos si queríamos continuar con nuestro plan de estudiar en el otro lado del mundo. No nos lo pensamos mucho. El tiempo, las dudas, el barajar opciones eran lujos que no nos podíamos permitir, por eso en menos de 20 minutos teníamos una reserva en el móvil: Sábado 14 de marzo, Madrid-Londres-Singapur-Sydney. Esa misma mañana Sánchez pronunció las tres palabras y otras dos nuevas que recordaban a la pizza y las ruinas romanas: confinamiento voluntario.

La madrugada del sábado el despertador sonó a las 5.30. Llegamos a Barajas a las 11.00 y las mascarillas ya no eran cosa de unos pocos hipocondríacos del metro. Mirásemos donde mirásemos había gente frotándose las manos, sin querer tocar ninguna superficie, pero queriendo volar. Recuerdo que un grupo de amigos pasó a mi lado, su avión tenía rumbo a Punta Cana y ya podían o más bien querían poder saborear los mojitos.

Nuestro Boeing tardó en despegar, llegamos a Londres con una hora de retraso. Allí, mientras en las pantallas del aeropuerto de Gatwick se sucedían imágenes de los presidentes y primeros ministros internacionales, nosotras cenábamos el que sería nuestro último bocadillo casero.

En la puerta de embarque del vuelo a Singapur el drama continuaba. Los pasajeros provenientes de China, Irán, Alemania, Francia, Italia o España teníamos que esperar el 'ok' de Singapur que finalmente y tras una larga espera nos dieron.

30 horas después de haber arrancado el Renault en Santander, estábamos pisando suelo Australiano. Sin embargo, éramos incapaces de deshacernos del miedo y la inseguridad que traíamos en el equipaje de mano.

‌Los días y las semanas se sucedían y España y el estado de alarma empezaban a sonar lejanos. Las mascarillas, el alcohol y sobre todo, el miedo formaban parte de una realidad que ya sólo sentíamos a través del WhatsApp y las redes sociales.

‌Hoy veo Instagram lleno de amigos reunidos, de playas y terrazas llenas de gente con mascarillas en el cuello y sonrisas en la cara y ya me siento menos mala. No me siento tan culpable de no haber vivido el Covid-19. De no haber estado allí los más de 60 días que los españoles han tenido que reinventarse cada mañana.

‌Este año el verano será inolvidable. Será tan obligatorio recordarlo, como lo es ahora mantener en la memoria las cifras, las comparecencias del mediodía o el Palacio de Hielo. Las sombrillas y la arena no pueden dejar caer en el olvido las once letras más pronunciadas estos meses porque de ser así, el invierno pasará dos veces por la misma flor.

 

El veinte veinte ya tiene un lugar en la memoria de todos, incluso de los que estamos lejos. Seguid apoyándoos y trabajando como hasta ahora. Un aplauso desde aquí a todos y todas, aunque no sean las 20.00.

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