El tema filosófico preferido de los jóvenes

Contaba un profesor, algo sorprendido, que sus alumnos habían elegido casi al unísono, como tema más sugestivo a profundizar, el del sentido de la vida. Sí, porque a esta generación, como a las anteriores, el saber para qué existe uno y que le espera allende de la muerte es un enigma a resolver y sólo encuentra solución si uno que ha vuelto del más allá se lo explica.

Pero tenemos a ese Alguien, que no sólo ha vuelto de la muerte sino que se ha instalado con nosotros como el Dios humanado, ávido de nuestros intereses y progresos, no sólo en el campo material, sino sobre todo en el espiritual, ya que la joya eterna que llevamos en nuestro interior pide a gritos ser escuchada, atendida y custodiada hasta el otro lado, con aquello que la enriquece y la hace hermosa a los ojos de Dios: la gracia de las buenas acciones y del cumplimiento de los decretos divinos para cada hombre.

Entonces el sentido de la vida queda completado extensivamente cuando un hombre siente que hay algo en él que lo trasciende, un alma inmortal que le fue regalada en el instante de su concepción, y que debe ser trabajada para ser apta de entrar en el descanso eterno del Rey de reyes, en un gozo que consume y absorbe al que fue creado, en la inmensidad de Dios, atrapado en una felicidad que no conoce límites pero que debe ganarse con el esfuerzo de la voluntad de modo que atesore bienes que no perecen con la vida mortal sino que son guardados en los bancos del Cielo. 

Que no tengamos que escuchar de nuestros hijos lo que aquella mística, Matilde Oliva, describió en sus revelaciones del lugar de condenación: miles de jóvenes maldiciendo a sus padres porque jamás les hablaron del pecado, ni mucho menos de un Infierno del que nunca más saldrían por haber hecho de su voluntad un ídolo, arrinconando los Mandamientos de la ley de Dios.

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