Un pueblo engañado

“Si alguno en quien el pueblo tenga confianza no le persuade, demostrándole que eso es un mal y donde está el auténtico bien, traerá sobre la república infinitos peligros y daños”

Nada de lo que estamos viviendo y soportando los españoles durante estos ya largos meses de pandemia sigue las reglas de la lógica y de la razón: un virus extraño y desconocido que ha cambiado de raíz nuestros usos, costumbres  e incluso nuestros hábitos sociales, culturales o religiosos; un vertiginoso derrumbe de nuestra economía que ha originado ya una peligrosa caída del 18,5 % del PIB durante el segundo trimestre de este año, lo que nos hace entrar de lleno en una recesión sin precedentes con las dramáticas consecuencias sobre el empleo y la sostenibilidad de nuestro sistema de Seguridad Social y una estrafalaria gestión política del gobierno de coalición filocomunista que ha conseguido, entre otras cosas, desquiciarnos a la mayoría de españoles con el torbellino de  informaciones contradictorias y sus  múltiples engaños y falsedades.

 Lo sorprendente ha sido además,  la absoluta desfachatez con la que Sánchez y su macrogobierno fantasmagórico han abandonado el barco, dejando la gobernabilidad de la pandemia en manos de las comunidades autónomas y todo ello después de unas  vacaciones al más puro estilo franquista disfrutando de los bienes y dineros públicos, mientras las empresas y empleados del sector turístico lloran por las esquinas, temblando ante el catastrófico panorama que sufren y que se avecina en el oscuro horizonte.

Por si esto no fuera poco, en lugar el gobierno de afanarse en coordinar, impulsar e incluso legislar medidas y normas para enfrentarse y atacar a ese enemigo desconocido que ha revolucionado nuestras vidas y la de millones de familias, dedica su tiempo, que le sufragamos con nuestros  impuestos “todos” los españoles, en “reflexionar” sobre si derriba la Cruz del Valle de los Caídos, en perseguir, reprimir y encarcelar a los fantasmas del pasado o en dar vía libre a la eutanasia de la que el Papa Francisco ha dicho textualmente que “se puede y debe rechazar la tentación de usar la medicina para secundar el deseo de muerte de un enfermo, dando asistencia al suicidio o causando directamente la muerte con la eutanasia”, palabras que son un toque serio de atención  a todos los legisladores de izquierdas o de derechas que se tengan por católicos.

No es exagerado calificar de caos la actual situación de la gobernabilidad de España, donde el dúo Sánchez/Iglesias está más empeñado en dañar y perturbar al ciudadano que no comulga con sus pensamientos e ideología que en buscar el entendimiento y la empatía de la oposición para hacer unos presupuestos creíbles y rigurosos que fortalezcan los tres pilares que hoy sufren el embate de la trágica epidemia: la sanidad, la educación y la economía productiva.

Lo que menos necesita España en estos difíciles momentos es que las televisiones inunden los hogares de los españoles con la suciedad de la corrupción política de unos y de otros. Decía Nicolás Maquiavelo que “el pueblo engañado por una falsa apariencia de bien, desea muchas veces su propia ruina, y si alguno en quien el pueblo tenga confianza no le persuade, demostrándole que eso es un mal y donde está el auténtico bien, traerá sobre la república infinitos peligros y daños.”

Si esta es la batalla en la que de nuevo se van a enzarzar nuestros representantes políticos, el pueblo clamará por el advenimiento de alguien que le persuada de que lo que está ocurriendo en nuestra sociedad es un mal que nos puede conducir inexorablemente a “infinitos peligros y daños” y de que solo por el camino de la racionalidad, que en las actuales circunstancias es mucho pedir, podremos  regresar a la senda de la democracia, la libertad y el respeto a nuestras diferencias y sentimientos.

 

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