¿Una Ley sobre Eutanasia?

Escuchamos en los noticiarios que algunas formaciones políticas pretenden aprobar una ley sobre Eutanasia y venden esta idea como muestra de su carácter progresista, dando por indiscutible que “progresista” significa la búsqueda del culmen del bienestar en el mundo que conocemos, en pocas palabras, de un “cuasi paraíso en la tierra”.

La palabra Eutanasia, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, significa muerte sin sufrimiento. Legislar sobre este momento concreto de la existencia de una persona y asociarlo con la idea de progreso o bien social, sólo puede comprenderse si se piensa que el médico, cuando asiste a un enfermo terminal, es insensible al sufrimiento del moribundo y de sus allegados y por esa razón “el progresista”, mucho más sensible, pretende evitar dicho sufrimiento ya que, con mas o menos frecuencia, el médico practica “el ensañamiento terapéutico”, entendiendo por tal la prolongación artificial de la vida de las personas afectas de una enfermedad incurable en su fase terminal.

Nada mas alejado de la realidad creer que el médico es insensible al sufrimiento del paciente porque ello sería contrario a su sensibilidad y principios éticos que le obligan a alcanzar un diagnóstico correcto que permita la curación y, cuando ésta no es posible, al menos mitigar el dolor y el sufrimiento de su paciente. Mitigar el dolor y el sufrimiento es hoy tarea al alcance de todo médico y mucho más cuando el moribundo es tratado en Unidades especializadas como las que hoy conocemos como de enfermos “Paliativos”.

Intentar legislar sobre los últimos momentos de nuestra existencia o, dicho de otra manera, sobre nuestra propia muerte, sólo puede tener una motivación ideológica y no se me ocurre otra que la de imponer que “una o más personas” puedan señalar o decidir el momento en el que un paciente cumple los requisitos “legales” para su “sedación final”, antesala de su inmediata muerte. La prensa ha informado de que estas prácticas han sido posibles, y han existido incluso sin cobertura legal, en casos de gran impacto informativo cuando se han conocido. La “sedación terapéutica”, como un medio de paliar el dolor y el sufrimiento, es una parte más de la cotidiana y correcta praxis médica que hemos practicado todos lo médicos, y se sigue practicando cuando las circunstancias así lo aconsejan. Pero entre “sedación terapéutica”, como arma terapéutica para aliviar el sufrimiento y “sedación final”, como instrumento para acelerar la muerte, media un abismo aunque entre ambas sólo exista una sutil y muchas veces imperceptible línea divisoria, cuyo cruce puede tener consecuencias tan nefastas como las que voy a intentar esbozar.

En un Sistema de Salud como el nuestro, con 17 “reinos taifas” diferentes; con ausencia de una tarjeta sanitaria única, a semejanza de nuestro DNI, y que consecuentemente considera al ciudadano como “un desplazado” cuando precisa atención sanitaria en una Comunidad diferente a la de su residencia habitual; que sectoriza el territorio para asignar un determinado Centro de Salud y Hospital, no como garantía al ciudadano de que va a recibir asistencia urgente en el que corresponde a su residencia sino para negarle el derecho a elegir médico y centro asistencial, derecho que si se reconoce en naciones de nuestro entorno; un sistema sanitario en el que no se incentiva al profesional para incrementar su número de pacientes, método eficaz para aliviar las listas de espera; en el que no existe la libre competencia entre centros públicos y privados, mediante conciertos de colaboración transparentes y equitativos y en el que, con frecuencia si no siempre, los puestos directivos se asignan por afinidad ideológica más que por verdaderos y objetivos méritos profesionales, difícilmente puede alumbrar una Ley sobre Eutanasia de la que se deriven derechos y beneficios para para el enfermo incurable en su fase terminal, como es su derecho a la VIDA.

¿Somos capaces de imaginar las consecuencias que podrían derivarse si alguien, con una concepción meramente materialista de nuestra existencia, pudiera decidir impunemente el momento de la muerte de una persona con una enfermedad incurable, consumidora de todo tipo de recursos y que ni siquiera esta en condiciones de votar?

Cuando se argumenta, y quizá justificadamente, que muchos pacientes afectos de enfermedades incurables llegan a situaciones de desesperación tan intensa que sólo ven en su muerte el único medio de liberación, debemos preguntarnos si no es mucho más “progresista” legislar sobre los cuidados que debemos proporcionar a estas personas y a su entorno más próximo, como remedio más eficaz que cualquier otro para mitigar el sufrimiento y el dolor y, por supuesto, de mucho mas valor humano que una EUTANASIA FINAL.

La atención al enfermo incurable es motivo de preocupación creciente en naciones de nuestro entorno hasta el punto de que su cuidado merece números monográficos en revistas médicas, como “Der Internist” y es motivo de la creación de la especialidad médica de “Cuidados Paliativos”. Es en esa dirección en la que debemos caminar y no en determinar, mediante una Ley, cuando y cómo alguien puede decidir sobre el fin de nuestra existencia en este Mundo.

 

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