La mirada crítica

Nuevas acusaciones de Bruselas al sector del automóvil. La solución a las emisiones tiene que ser global

La acusación de la Comisión Europea se basa en que los fabricantes pueden aprovecharse del periodo de transición entre el anterior sistema de medición de consumos y emisiones (NEDC) y el nuevo ciclo WLTP.

Contaminación en las grandes urbes

Al contrario de lo sucedido con el dieselgate, Bruselas acusa ahora a los fabricantes de automóviles de inflar artificialmente las emisiones con el propósito de suavizar los objetivos de reducción de gases contaminantes previstos para después de 2020.

Vientos acusadores, que tienen su origen en Bruselas,  vuelven a soplar sobre la industria europea del automóvil. Tanto el comisario europeo de Clima y Energía, Miguel Arias Cañete, como la comisaria de Mercado Interior e Industria, Elzbieta Bienkowska, han dirigido una carta conjunta al Parlamento Europeo en la que alertan que los fabricantes de automóviles podrían declarar mayores emisiones con el objetivo de fijar unos niveles más favorables en 2025 y 2030, es decir, señalan un hipotético aumento artificial de las emisiones en 2020 aprovechando la transición entre el ciclo de medición de consumos y emisiones NEDC y el nuevo sistema WLTP.

De cara a 2025 y a 2030, Bruselas está estudiando bajadas respectivas del 15% y del 30%  de CO₂ sobe los niveles emitidos con el nuevo sistema de medición  WLTP, pretendiendo que los objetivos de reducción para la próxima década tengan como punto de partida las cifras del WLTP obtenidas en 2020. En base a las cifras recogidas en 2020  se establecerán los objetivos de reducción de CO₂ para los años siguientes.

Contaminación ambiental en las grandes ciudades

Los fabricantes de automóviles niegan estas acusaciones. Si en la mayoría de países de la UE la fiscalidad del automóvil se basa en las emisiones de CO₂ la verdad es que no tiene mucho sentido inflarlas puesto que se encarecerían los vehículos.

Además no deja de ser contradictoria la actual cruzada desde distintas instituciones contra el motor diésel, cuando es el más eficiente en lo que respecta a emisiones de CO₂. Por otro lado, rebajar éstas un 30% en 2030, como propone Bruselas, es un tanto exagerado.

Ante estos datos, ante este cruce de acusaciones y réplicas no hay más remedio que invitar a la reflexión profunda a todos los actores implicados. Que hay que cumplir con la legislación es algo que resulta de libro. Pero quien legisla tendría que hacerlo en base a criterios lógicos a la par que coherentes, de tal forma que las distintas normas se puedan cumplir sin descomunales esfuerzos.

Haría bien Bruselas, en lugar de estar ejerciendo de inquisidor con los fabricantes de automóviles, de proponer medidas más concretas en torno a los vehículos diésel que sirvieran, si no de obligado cumplimiento en toda la UE, al menos de orientación para los distintos países miembros y, sobre todo, ayuntamientos.

No es de recibo, aunque forme parte de sus competencias, que un ayuntamiento anuncie o insinúe que a partir de determinada fecha va a prohibir la circulación de los diésel, sin más. Igual habría que revisar ciertas competencias de los ayuntamientos si hay una institución de naturaleza superior que ha legislado de manera clara y concisa sobre un determinado tema.

Al final, uno de los problemas radica en las dichosas competencias. El principal es la falta de información o el desinterés de la clase política, porque cuesta creer que haya tanto necio. Cuesta creer que algunos con mando en plaza confundan todavía el CO con el CO₂.

 

Y cuesta creer que aún no se hayan enterado de la eficiencia del motor diésel, caracterizado por sus recortados consumos, además de emitir menos CO₂ que un propulsor equivalente de gasolina. Sin dejar en el tintero que un diésel moderno que cumple con la norma Euro 6 contamina prácticamente lo mismo que uno de gasolina.

Nadie en su sano juicio renuncia a la idea de proteger el medio ambiente. Pero de lo que no se ha dado cuenta o no quiere darse cuenta buena parte de la clase política, sobre todo los legisladores, es que el problema de las emisiones es un problema global que requiere soluciones globales.

De nada sirve que Europa juegue limpio si el presidente de Estado Unidos, Donald Trump, no quiere saber nada de malos aires, ni de agujeros en la capa de ozono, ni de calentamiento global. Una actitud bastante en línea con la laxitud mostrada por las grandes economías emergentes como China, India o Brasil, que van poco menos que a escape libre.

Es más fácil para los burócratas de Bruselas apretar las tuercas a los fabricantes de automóviles que poner en funcionamiento la diplomacia para convencer a los más influyentes y poderosos mandatarios del planeta que vivimos en una aldea global que todos, absolutamente todos, sin excepción, debemos cuidar.

Una aldea global envuelta por una atmósfera que requiere ciertos cuidados por parte de todos los países, especialmente los más grandes y los que mayores emisiones arrojan.

Porque de lo que algunos todavía no se han enterado es que la atmósfera no entiende de fronteras, no conoce fronteras.

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