Desde mi castillo

Castillo.
Castillo.

Creo han sido las vísperas de nuestras fiestas patronales de San Roque que me han inundado de nostalgia por un tiempo ya pasado que, sabiendo es y está siempre presente, no puedo evitar percibirlo como pretérito por pérdida de mi juventud.

En contadas ocasiones he comentado el momento del que tengo consciencia ha sido el más feliz de mí ya larga vida y que me traslada a PEÑAFIEL, pueblo donde nací y tierra que me aportó los nutrientes de mi niñez a la sombra del CASTILLO desde cuyas almenas se divisan los parajes de la Vega del Pinar, Espantalobos, Valdeviñas, Pajares, Valdemudarra, etc., etc., nombres que evocan una adolescencia transcurrida entre el acarreo de la mies a la era, al trillo y a la beldadora.

Fue una tarde de diciembre y había nevado cuando los chicos y chicas de la cuadrilla, todos en el entorno de los 15 años subimos al Castillo, esta vez sin intención por razones obvias de la nevada de cruzar lo que conocíamos como "el estrecho", paso angosto y muy peligroso que constituía para nosotros "los chicos", además de un juego, el certificado de una incipiente carrera hormonal preludio de valentía ante "nuestras" chicas.

En esta ocasión bajamos por la falda trasera de la loma sembrada de unos pinos que cruzan su mirada con los abetos del cementerio donde reposan mis antepasados, preñados aquella tarde de la nieve cuajada entre el ramaje de sus copas, pinos a los que de inmediato comenzamos a sacudir sus troncos provocando entre risas de sana y maravillosa alegría la caída de la nieve sobre nosotros.

No hay más lectura o como se dice ahora, no hay más relato de aquella inolvidable tarde que la voluptuosa sensación de libertad facilitada por el entorno y una naturaleza sin sofisticaciones, una jornada donde los protagonistas éramos chavales llenos de una ya evidente y también bien vista "en aquel entonces" por las chicas de inocente virilidad, tiempos donde ser "un chico sano y además machote" no se consideraba entonces pudiera estar traspasando el umbral del delito, además de lograr el milagro de pasar unas horas muy felices que, pasados más de cincuenta años, prevalecen cuan imágenes oníricas en mis sueños troqueladas en mi entonces mente joven.

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