La guerra ucraniana y el valor de la historia

¿Cuándo comenzó esta guerra?

"No a la guerra de Putin".
"No a la guerra de Putin".

En 1898 dos revistas encuadradas en lo que se denominaría pacifismo democrático como fueron la revista italiana Vita internazionale y la belga Humanité nouvelle formularon una pregunta que fue dirigida a los lideres del mundo: ¿la guerra entre las naciones civilizadas es exigida aún por la historia, por el derecho y por el progreso? El tiempo contestó a esa pregunta con la llegada de las dos guerras mundiales que asolaron Europa.

Hoy, la invasión de Ucrania obliga a plantearnos esa misma pregunta. Más aún cuando la guerra agota los tiempos e incrementa el sufrimiento, la ruina y la desesperanza; también converge en la economía, en la sociedad, en la seguridad internacional…  cuarteando la arquitectura de un entramado de cooperación que a todos resultaba positivo.

La guerra es impredecible, razona Clausewitz, ninguna actividad humana guarda una relación más universal y constante con el azar como la guerra.  Pero bien entendido que no se trata de un irrefrenable ímpetu sin meta ni fin, de una conducta teñida de exuberantes pasiones. Antes, al contrario, la guerra se trata de un medio serio para alcanzar un fin serio, un medio que debe estar ordenado por la sabiduría y la prudencia.

Si no fuera así, no estaríamos ante una guerra definida por los cánones del derecho internacional, en donde se regula el derecho a la guerra, el llamado ius ad bellum; en donde se aplican límites a sus excesos, el calificado ius in bello, mediante la exigencia de la justa conducta en el conflicto.

La guerra justa, procede de la escolástica con Aquino, con raíces en Agustín de Hipona y desarrollado con brillantez por los teólogos españoles Francisco Suarez y Francisco de Vitoria. En la guerra justa se aplican unas premisas para que el conflicto se desprenda, de alguna forma, de la iniquidad de la violencia. Para que pueda ser así justificada deben concurrir varios factores:  tener una causa legitima, una recta intención, que la guerra sea declarada por la autoridad competente, que haya proporcionalidad con relación a los medios usados; que exista una posibilidad razonable de éxito y que la guerra sea el último recurso.

Fuera de estas reglas, la guerra es un fracaso que genera devastación.

La evolución del hombre a través del pensamiento y de su espíritu, afecta a todos los ámbitos de su actividad y la guerra es uno de ellos, desde siempre. Una mayor civilización debe implicar unos conflictos bélicos más ajustados a criterios profesionales y técnicos, menos emotivos. Es una deducción en la que creo con firmeza, aunque hay un mundo en cada persona, con sus días y sus noches. La guerra, con todo su significado y sus efectos cruentos, es la última respuesta de un país ante amenazas y agresiones injustificadas.

Hay una conexión directa entre la capacidad militar de una nación y su soberanía territorial.

La desmilitarización, como corriente de pensamiento que muchos países adoptaron tras la II Guerra Mundial, ha acabado siendo una ficción, una inconsistencia como la historia siempre demostró.

 

Hoy presenciamos con asombro la ocupación de Ucrania y la pregunta surge de manera espontánea ¿cómo ha sido posible que este conflicto haya podido suceder? ¿cómo es posible que la historia vuelva a repetirse recordando los lejanos sucesos de Checoslovaquia de 1968 y los más próximos de Chechenia y Georgia ?  

Y una pregunta que nace desde la candidez de la inocencia ¿Quién ha demostrado que con menos ejército se garantice más y mejor la independencia de una nación?

La insuficiencia de ejércitos propios, sin hombres, sin armas y sin tecnología, como opción política de una nación, no garantiza su independencia, ni su integridad territorial y tampoco su modo de vida. Además de ser una provocación suculenta para sus enemigos.

No ofrece seguridades ni para si ni para sus socios. Bertrand de Jouvenel acoge el pensamiento de Aristóteles en su obra Sobre el poder, cuando escribe que la libertad se pierde cuando en busca de seguridad se coloca en manos de otros hombres, de otras naciones, cabe añadir para contextualizar la reflexión. En este sentido el Memorándum de Budapest de 1994, acordaba unos compromisos de defensa a la integridad territorial de Ucrania por las potencias nucleares de la época: Rusia, EE. UU. y Gran Bretaña, sumándose posteriormente China y Francia.

Los analistas internacionales observan cambios de calado en el mundo globalizado que vivimos. Algunos estadistas han reparado en este fenómeno, José María Aznar, por ejemplo, en unas declaraciones recientes en prensa, ha hablado sobre la fragmentación del mundo globalizado y el fortalecimiento de los bloques, uno de ellos, el Atlántico. Bloques vinculados por una alianza militar y por un sistema político y económico semejante, países que integran esos bloques preparados en hombres, en material y en tecnología.

Es necesario conocer la historia pues como quiera que se interprete, esta pertenece al saber necesario acerca de la realidad en la que nos encontramos. Schiller, en esta frase, nos ofrece la retrospectiva como instrumento para percibir el futuro. Ningún caso se hizo a esta reflexión y una gran parte de Europa sufre hoy sus consecuencias.

En el contexto de la Guerra Fría, el presidente Ronald Reagan en 1982 advirtió a Francia, Reino Unido y la República Federal Alemana que renunciaran a la construcción conjunta con la URSS de un gaseoducto que proporcionaría a Europa Occidental gas siberiano. En 2022 el conflicto bélico ha provocado que la energía se convierta en un elemento estratégico. Rusia a través de su empresa pública Gazprom detendrá el suministro a la empresa Shell Energy que abastece a Alemania y a la empresa Orsted que provee a Dinamarca. Desde el 31 de mayo esta medida se ha aplicado a los Países Bajos. La consecuencia es que tendrán que buscar el combustible en el mercado de energía europeo.

¿Cuándo comenzó esta guerra?

Rusia se anexionó Crimea en marzo de 2014. En abril, comienza la guerra de Donbas, territorio integrado por las provincias de Donetsk y Luhanskcuando independentistas prorrusos proclamaron la República popular de Donetsk y la República Popular de Luhansk. Tras ocho años de enfrentamientos, entre nacionales y sediciosos, Rusia invade Ucrania en febrero de 2022.

Estos hechos no hubieran tenido que ocurrir porque como ya expuse en mi artículo publicado en este periódico, la agresión de Rusia violó un tratado internacional y tres tratados bilaterales: el Memorándum de Budapest de 1994, el Tratado de Amistad y Colaboración entre Ucrania y Rusia de 1997; el Tratado sobre la permanencia de la Flota del mar Negro rusa en territorio ucraniano hasta 2017 y el Tratado de Járkov de 2020.

La infracción de los tratados suscritos no es un hecho, a priori, amparado por el derecho internacional, es más, a través de los convenios internacionales se manifiesta una voluntad que persigue regular una situación problemática en beneficio de todas las partes. Confiere estabilidad y previsibilidad. Elementos necesarios para que las comunidades avancen y progresen en la perfección que todo humano está obligado a alcanzar en beneficio de la comunidad, en beneficio de lo civilizado.

Contrariamente a lo que se adujo en algunos medios, no existe ningún instrumento internacional en donde se hayan establecido áreas de influencia estancas a favor de distintas potencias; en donde se haya acordado sustraer derechos políticos reconocidos a los ciudadanos de países en diferentes convenios internacionales, el más relevante, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966.

No lo encontramos en la Carta de Paris para una Nueva Europa, firmada en 1990 en vísperas del colapso y hundimiento de la URSS por veintidós Estados integrantes del Pacto de Varsovia y de la OTAN.

Incluso aplicando las reglas de interpretación recogidas en la Convención de Viena sobre Derechos de los Tratados de 1969, arts. 31 y 32: texto del tratado, preámbulos y anexos, no se extraen otras consecuencias que sean diferentes al resto de instrumentos internacionales firmados por las naciones. Las áreas o zonas de influencia es un concepto político unilateral pero no jurídico que sea vinculante para alguien.

A fecha 3 de junio de 2022, transcurridos 100 días de confrontación, el conflicto comienza a generar fatiga, un desgaste en ambos bandos incrementado por una inflación feroz que empobrece, por una energía en subida libre que impide lo que no hace muchos meses se disfrutaba con agrado.

Muchos expertos en relaciones internaciones comienzan a alzar sus críticas hacia un conflicto que muchos lo califican de agotado. Las voces que claman por la paz se multiplican porque no es placentero vivir bajo la sombra de un conflicto nuclear.

Para Clausewitz existen dos motivos que inducen a firmar la paz: lo aleatorio del éxito o el precio excesivo que haya que pagar por él. No debiendo ser la guerra un acto de pasión ciega sino un fin político y racional, tan pronto como el gasto de las fuerzas sea excesivo, el objetivo político tenderá a ser abandonado y ello causará la paz.

La sugerencia del Dr. Henry Kissinger, ofrecida en Davos el 23 de mayo de 2022, fue la cesión de territorios del este de Ucrania a Rusia para lograr una paz razonable. Se trataría de ceder el Donbas y Crimea.  Declaró el estadista norteamericano que las negociaciones deberían comenzar en los dos próximos meses porque mantener el conflicto más allá no sería una guerra por la libertad de Ucrania sino una nueva guerra contra Rusia. Todo es discutible, desde luego.

De las dos opciones posibles o mantener el statu quo ante bellum o el uti possidetis iure, es decir, reponer las cosas al estado que conservaban antes del conflicto o adquirir lo conquistado hasta la adopción de la paz es el quid de la cuestión, aunque posee menos trascendencia que una paz restablezca los lazos rotos y devuelva un entendimiento constructivo.

Paz es una demanda que se reclama, pero no una paz a cualquier precio.

Ya que se ha citado a la historia, debe recordarse que en vísperas de la II Guerra Mundial la posición del Reino Unido a través de su premier Neville Chamberlain y de Francia, por su primer ministro Édouard Daladier, fue aceptar las revisiones del Tratado de Versalles exigidas por la Alemania nacionalsocialista. Se consintieron distintas acciones:  el rearme de Alemania desde 1933; el envío de tropas a Renania; la anexión de Austria en marzo de 1938, la de los Sudetes, territorio entre Checoslovaquia y Polonia, y tras las conversaciones de Múnich entre las potencias europeas, la invasión del oeste de Polonia en 1939 (la URSS invadió el este). A estos hechos en general se los llamo política de apaciguamiento, que no fue correspondida por Alemania.

El Tratado de Versalles fue el precursor de estas acciones. Incluso en los trabajos de preparación se violó una regla consuetudinaria en el derecho internacional: la de que las potencias derrotadas participaran directamente en las conversaciones de paz. De siempre, en Europa, el adversario fue tratado como enemigo político, pero no como enemigo absoluto.

Estos hechos, estos antecedentes, invitan a una negociación seria de la paz entre las naciones involucradas, en la creencia de que una guerra perpetua no alcanza ningún destino provechoso. La política debe reconducir esta situación porque como apunta Clausewitz muchas causas pueden provocar una confrontación, pero entre naciones civilizadas solo puede haber un motivo que siempre es político.

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