Habrá un lugar

Representación gráfica de El Cielo. Fuente |Wikipedia
Representación gráfica de El Cielo. Fuente |Wikipedia

En la columna semanal del pasado jueves escribía mi amigo Emilio sobre “el más allá”. Y planteaba su teoría: al mudar a otra realidad donde ya no hay tiempo, decía, despertaremos todos juntos, aunque vayamos pasando al “otro barrio” por reemplazos, como en la antigua en la Mili. En todo caso, ofrecía su sitio a cualquiera que se le quisiera adelantar. Porque, en el fondo, una duda le asaltaba: “¿y si no hay barrio?”.

Más allá del mar habrá un lugar, donde el sol cada mañana brille más… cantaba el extraordinario Nino Bravo. Y continuaba con aquella portentosa voz, apagada tan prematuramente: Cruzaré llorando el jardín y con tus recuerdos partiré lejos de aquí…

Al partir, un beso y una flor, un te quiero, una caricia y un adiós; un ligero equipaje para tan largo viaje… El último verso, con textura de epitafio, apagaba la canción: lo que nos es querido siempre quedará.

Afirma Álvaro Petit, en su poemario compuesto tras la muerte de su padre, que “Lograr el amor es alcanzar a los muertos”. Seguro que no le falta razón. Lo que tanto se amó, muchas veces oculto por discreción o inapreciado, se hará evidente. Igual que la falta de correspondencia, especialmente con Quien es El Amor en sí mismo, y manantial del que brota nuestra posibilidad de amar. Y, también, la de reparar.

Es cierto que en este “barrio” no tenemos experiencia de vida en ausencia de la magnitud “tiempo”. Y aún andamos cavilando sobre lo que realmente es. Pero si conocemos las ansias de permanencia del ser humano, que manifiestan su “diseño” con perspectiva de eternidad.

Diversas culturas y religiones viven y acogen esa realidad, considerando que no ha sido configurado así por error. Algunas presentan creencias contradictorias con la dignidad del ser humano, como lo es suponerle sucesivas vidas reencarnadas en un árbol, una rana o una flor. Más que una broma de mal gusto, constituiría un verdadero desprecio a la dignidad de quienes, habiendo sido capaces de conocer y amar, quedasen capados de semejante manera.

Nuestro espíritu rechaza su destrucción definitiva, porque se sabe inmortal. Y espera el conocimiento de la Nueva Realidad unido de nuevo a su cuerpo “recreado”. Porque nada creado lo ha sido con aptitudes y anhelos que jamás podrá alcanzar. Contra la tristeza de la muerte cierta lucha esta intuición esencial, que abre la puerta a la esperanza y que El Resucitado confirmó: “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar” (Jn 14, 1-2).

Más allá del mar de la vida hay un lugar donde el Sol brilla más. El Jardín de la Nueva Creación en el que llanto se apagará, y ya no habrá oscuridad, dolor o pesar. Sólo plena felicidad.

“Ni ojo vio, ni oído oyó, ni por mente humana han pasado las cosas que Dios ha preparado para los que lo aman.” (I Cor 2,9).

 

Un largo viaje al que nada vamos a llevar, salvo el equipaje de las obras de amar. Esas siempre nos acompañarán.

En mar calmo o bravo, firmeza al timón y ¡feliz arribada!. A la vez o por llamamientos; eso qué más da

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