El periodismo amargo de Larra
Mariano José de Larra, nacido el 24 de marzo de 1809, se suicidó en la noche del 13 de febrero de 1837. Prototipo de escritor precoz: 27 añitos contaba cuando decidió desengancharse de lectores, familia, amante y mundo. La misma noche fatal, tras recibir la visita en su domicilio de la antigua amante, Dolores Armijo, eso sí, con la carabina de rigor (acompañante femenina), ella le comunicó que se desenganchaba definitivamente. En realidad, lo había abandonado en 1834. Ambas salieron de la casa. Acto seguido nuestro infortunado dandi tomó una pistola y la dirigió contra su sien.
Ya fuera por propia voluntad o por la tuberculosis, ¡qué fatalidad el paso de tantos románicos a presunta mejor vida a una edad en la que hoy muchos jóvenes aún no se han emancipado del nido familiar! Claro, tener el condumio y la ropa planchada por ama (madre) debe ser parte fundamental de eso que leo por ahí, "zona de confort".
Intuyo que Larra sufría lo que ahora llaman TOC (Trastomo Obsesivo Compulsivo) con el número 24. ¿Por qué? Porque, lo he escrito al principio, fue en tal día de marzo de 1809 cuando vino al mundo. Y como su corta vida y su periodismo, inseparables, llevaron la marca de la amargura, temía ese número por ser el de su aterrizaje en el valle
de lágrimas. Así que, él mismo lo señala, doce veces al año tenía que ponerse en guardia desde el 23 hasta llegar el 25 para intentar no hacer nada por temor a que le trajera mala suerte. Supersticioso, obsesivo y quizá también compulsivo (esto último es intuición mía, no he podido constatarlo).
Lo escribe en "La Nochebuena de 1836", 26 de diciembre, "El Redactor General". Claro, la Nochebuena se celebra el 24 de diciembre. Ese trabajo y "El día de Difuntos de 1836", 2 de noviembre, "El Español", contienen un lúgubre mensaje premonitorio de lo que iba a hacer con su vida el joven y brillante periodista.
En 1809 España padecia la Guerra de la Independencia. Sirva este dato para indicar que su existencia estuvo marcada, además de por los sinsabores sentimentales dentro y fuera del matrimonio, por el dramatismo de los vaivenes bélicos y políticos sufridos por nuestra patria en la primera mitad del siglo XIX, casi inaugurado con la citada guerra, seguido por las trágicas traiciones del rey felón (Fernando VII) y con la Primera Guerra Carlista sin terminar cuando decidió abandonar el valle de lágrimas .
Sí, esa conocida expresión encaja bien con el pesimismo del mordaz e inquieto periodista. Pero creo que lo lleva demasiado lejos, igual que, casi un siglo después, Ortega y Gasset en "España invertebrada". En ambos podemos leer juicios terribles sobre la realidad española, dictados por la plausible intención de mejora, aunque en bastantes casos exagerados e incluso desacertados.
Lo más perenne de Larra, lo que le dio fama en su tiempo y se la sigue dando hoy, es su labor periodística. Muchos de sus artículos, no descubro nada, han quedado cincelados con letras áureas en el frontispicio del templo del periodismo español, que debería tenerlo como patrono: San Mariano José.
Con poco más de una década de aguante habría podido escribir sobre la primera línea ferroviaria peninsular,1848, cuando aquella otra España que era Cuba ya llevaba desde 1837 con ferrocarril. Traigo esto aquí para indicar que, desafortunadamente, España perdió el tren del XIX: Napoleón, tres guerras civiles, o dos y media (carlistas) y, de guinda, 1898.
Haciendo un breve guiño a nuestra actualidad también habría sido interesante, con un Larra trasladado como por arte de birlibirloque a 2023 conocer su tratamiento del asunto Tamames. Ahora con teclado pero sin IA (Inteligencia Artificial) que, en mi desautorizada opinión, jamás podrá adueñarse de la originalidad de un genio.
Repasando estas líneas ayer 23 por la mañana, y mientras ponía en negrita "24" he escuchado en una emisora de radio, casi gritando, a pesar de tener bajito el volumen, “!24, 24, 24!” Era un anuncio de no sé qué. Y resulta que me ha hecho pensar.
