Reinventar la Hispanidad

Universidad de Oñate.

En la fachada de la antigua Universidad de Oñate (Guipúzcoa), fundada en 1545 por Monseñor Rodrigo de Mercado, puede verse el escudo real de Carlos I, nieto de los Reyes Católicos, bajo cuyo cetro España extendió sus dominios en gran parte de América. No en vano es él a quien se le acuña el lema plus ultra (más allá), derivado de su negativa non plus ultra, que al parecer grabó Hércules en el Estrecho de Gibraltar, para dar a entender que más allá del mismo no había mundo (RAE, Diccionario Panhispánico de Dudas, 2005).

Es sin duda chocante este escudo y lema en pleno centro de una de los territorios más rupturistas de la España de hoy, si bien merece la pena recordar que fue Carlos I quien patrocinó la que sería la primera Universidad del País Vasco, y Mercado su aventurado fundador, quien no conoció el Nuevo Mundo, pero fue lo suficientemente visionario para entender que sus compatriotas, «desa villa y toda tierra vascongada», necesitaban formación universal, según escribió a Cisneros (24/09/1534). No cabe duda de que tanto rey como el sacerdote fueron gente de miras más aperturistas que el Hércules semidiós.

España pasaría a ser entonces matriz de un gran imperio, definido como aquel en que «no se ponía el sol». Las Españas alcanzan, sin lugar a dudas, su máximo esplendor e influencia universales habiendo albergado multitud de pueblos, naciones y lenguas, que bajo un misma corona fueron parte de una misma razón y futuro, hasta que el ansia de independencia de sus colonias lo fueron laminando. Es así obvio que el enorme alcance de la lengua castellana y gran parte de la visión cultural de América han sido marcadas por aquel imperio, independientemente de la oscuridad conquistadora que se le reconoce, y que ha sido recordada con polémica por un Papa Francisco que insta a pedir perdón.

Si bien las exigencias de Francisco no han sentado bien a un buen número de tertulianos, a mí me parecen ética y cristianamente recomendables, pues no he denotado en ellas ningún afán de descrédito hacia la que en Latinoamérica llaman Madre Patria. El mismo Papa es argentino, y da buena parte de su prédica en castellano, segunda lengua más hablada del mundo (Ethnologe, 2021). Así, la presencia que dio (más) vida a las naciones que retoñaron en el nido del águila de San Juan –después enjaulada por el franquismo–, es un valor tangible a recordar y mantener, del mismo modo que los portugueses conservan la lusofonía, los franceses la francofonía, y los ingleses la commonwealth y derecho anglosajón, sin que nadie se avergüence de ello.

El Día de la Hispanidad, concepto acuñado por otro religioso vasco, Zacarías de Vizcarra, desde Buenos Aires y en detrimento del «mal titulado Día de la Raza» (1926), debería ser así un símbolo de hermanamiento, cuya lectura histórica no puede obviar los excesos de los colonos, pero tampoco olvidar o diluir un pasado que nos une histórica y étnicamente a las naciones hermanas. Es además un aliciente para solucionar el conflicto de las nacionalidades que España sigue arrastrando, tal vez por no escuchar lo suficiente a un pasado donde incluso su propio germen peninsular consistía en la unión de dos grandes naciones, Castilla y Aragón, que a su vez albergaban otras en su seno.

Francisco Cambó, padre del catalanismo junto a Prat de la Riba, decía en un discurso en Tarrasa (Barcelona, 1935) que España no sería sino un país «camino de todas las decadencias» mientras no recuperase «un ideal imperialista», refiriéndose a su identidad de la «nación de naciones» que fue. Se precisa así la lectura siempre novedosa del plus ultra, explorando nuevos mundos de interpretación veraz, y siempre en aras de no dejar perder lo que nos une a un pasado con el que el Papa también invitó a reconciliarse.