Rajoy vapuleó a un Zapatero contra las cuerdas. El líder ‘popular’ cifró los problemas de España en la falta de credibilidad del presidente

Un Mariano Rajoy muy inspirado acorraló a José Luis Rodríguez Zapatero durante el debate sobre el Estado de la Nación. Es la primera vez que el líder ‘popular’ lo consigue.

-- Zapatero llegó al Congreso visiblemente cansado y ojeroso, portando él mismo su maletín, sin la sonrisa de confianza de otras ocasiones como esta. La prensa le preguntó “cómo iba a quedar el partido”, sin que el presidente hiciera declaraciones.

-- La mujer del presidente, Sonsoles Espinosa, atendió en todo momento, con gesto serio, desde la tribuna. Allí también se encontraban el presidente del Senado, Javier Rojo, y destacados socialistas, de José Antonio Griñán a Tomás Gómez o Marcelino Iglesias.

-- Dato significativo: antes de repartir el discurso del presidente, a la prensa se le ofrecieron tres dossieres, en los que constaban los ajustes llevados a cabo en los diferentes países europeos, la posición de Zapatero sobre el Estatuto catalán, y su toma de partido en torno a la reforma laboral.

-- Fuentes del entorno inmediato de Zapatero definieron a El Confidencial Digital su discurso como “irrealista”, en tanto que los socialistas alabaron su “responsabilidad”.

-- Zapatero, que fue de menos a más, buscó transmitir, en efecto, responsabilidad, llegando al grado heroico en varias ocasiones (“me cueste lo que me cueste”, o cuando afirmó que él siempre elegiría lo mejor para España y no lo mejor para el PSOE).

-- La intervención inicial de Zapatero fue más larga y más pesada que la del año pasado, entre otras razones, porque el año pasado anunció diversas propuestas –ante todo, la Ley de Economía Sostenible-, y este año no ha hecho ningún anuncio relevante.

-- El presidente quiso hacer una intervención eminentemente pedagógica. Sin embargo, las explicaciones dadas sobre los cambios en sus políticas –del estímulo con dinero público a los recortes de las medidas de austeridad- resultaron, como mínimo, demasiado complicadas, en merma de su claridad.

-- Es de reseñar por dónde empezó Zapatero su discurso. Lo hizo por el Estatuto Catalán. Zapatero no admitió ninguna responsabilidad en las alteraciones institucionales que está provocando la sentencia del Tribunal Constitucional, centrando todas las culpas en el recurso del PP. La intención era clara: tender puentes con el PSC, cuyos diputados son los que han aplaudido con mayor entusiasmo las intervenciones del presidente.

-- El mensaje de Zapatero sobre el Estatut fue claro: negociará con Montilla cómo arreglarlo, para que, en la práctica, se aproxime más a lo aprobado por el parlamento catalán.

 

-- Zapatero tuvo pocos elogios hacia sus ministros. No mencionó –Rajoy tampoco lo hizo- la ley del aborto. Lamentó la falta de pacto educativo, y sí encomió, justo al principio, la labor de Moratinos, por la inclusión de España en el G20 y el impulso a la excarcelación de presos en Cuba.

-- A diferencia del año pasado, Zapatero apenas pudo enumerar logros de gestión. En cambio, sí puso en valor la mejora de las cifras relativas de la economía española de unos meses a esta parte. Defendió a los sindicatos, con fuerza, en diversas ocasiones.

-- Zapatero quiso ser contundente un aspecto: las reformas estructurales se han de llevar hasta el final. Y fue cogido en falso en otro aspecto: catorce meses después, la Ley de Economía Sostenible que prometió el año pasado, y de la que ha vuelto a hablar en este debate, aún no se ha materializado.

-- En el discurso de Zapatero no faltaron, hacia el final de su intervención, las habituales gotas de lirismo a que es dado el presidente, como cuando se refirió a “aquellos momentos (…) en que la esperanza era sólo un destello en el horizonte”. El presidente estuvo incómodo y apresurado en las réplicas, sin organizar un cuerpo coherente de ideas en ellas.

-- Mariano Rajoy, por su parte, hizo un discurso muy inteligente para sus intereses y de inhabitual altura retórica. La inteligencia política del discurso consiste en que quiso “desmontar” a Zapatero, en vez de detallar sus propuestas. Prefirió el tono irónico al jeremíaco. En ocasiones, el hemiciclo celebró con risas su habilidad verbal, compuesta de paralelismos, repeticiones, y un buen manejo del énfasis de la voz.

-- A Rajoy, en esta ocasión, se le veía muy a gusto, creyéndose su papel y disfrutando tanto de los aplausos de los suyos como de los gestos de indignación de la bancada socialista. Rajoy aprovechó también para “humanizar” las cifras de la crisis económica, como cuando, por ejemplo, habló de su visita a un comedor social.

-- Rajoy supo asimismo concluir de modo ascendente tanto su intervención inicial como su primera réplica: lo hizo, en ambos casos, cerrando con la apelación a nuevas elecciones generales. Quiso ser lapidario: “Su tiempo se ha agotado”, “disuelva las Cortes”, “usted no está en condiciones para gobernar”.

-- Asimismo, Rajoy quiso postularse como alternativa responsable en pro de la creación de empleo, objetivo “obsesivo” de su hipotético gobierno, por contraste con un Zapatero al que atacó, con toda insistencia y, en ocasiones, con un punto de agresividad, en dos ámbitos recurrentes: la falta de credibilidad del presidente, y la desconfianza que genera.

-- Rajoy logró hacer “social” la información económica, según se ha dicho, en tanto que la política social pura –educación, por ejemplo-, apenas la tocó. Supo no quemarse en un asunto tan espinoso como el del Estatuto Catalán.

-- Ambos líderes fueron muy aplaudidos. Precisamente por la calidez, cercanía y humor de su discurso, sin embargo, Rajoy ganó aplausos más espontáneos.

-- En definitiva, por primera vez desde 2004, el líder de la oposición se ha impuesto con claridad al presidente del Gobierno. Con todo, diversos observadores han lamentado el hecho de que, después de las intervenciones iniciales, el debate se centrara en el intercambio de descalificaciones personales entre ambos líderes.

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