“Yo me infiltré en una ‘manifa’ de la izquierda abertzale”. Crónica en primera persona de un joven que siguió desde dentro un acto ilegal en Bilbao

Bilbao. 21 de agosto. Estamos en plena ‘Aste Nagusia’ (Semana Grande) de la capital vizcaína. Las calles están abarrotadas. El casco viejo de la ciudad es el lugar más transitado, sin duda. Entre ‘pintxos’ y ‘txacolís’, un grupo de personas se dedica a llenar de carteles paredes y escaparates: a las 13 horas hay una manifestación de la izquierda ‘abertzale’.

Me presento en una céntrica plaza. Voy camuflado lo mejor que puedo. Camiseta con simbología del País Vasco, pantalón corto, deportivas y riñonera. Poco a poco, la plaza se va llenando. Es una manifestación ilegal: tanto la Audiencia Nacional como el departamento vasco de Interior la han prohibido.

La calle está tomada por los ‘beltzas’ (los antidisturbios de la Erztaintza). Hay también algún ‘berrozi’ (agentes del grupo de élite del cuerpo). Verlos tan cerca, con la indumentaria ‘de guerra’, quita el aliento. Parecen a punto de ‘pasarte por encima’. Hay alrededor de veinte furgones.

Me habían advertido de que tenía que evitar a toda costa dos cosas: estar cerca de una carga policial, pues los antidisturbios golpean sin miramientos; y, lo que es más importante, ser descubierto por los radicales.

Mientras me tomo una caña en un bar cercano, veo que la plaza va llenándose de gente. Me acerco hacia allá y enciendo un cigarrillo. Un ertzaina nos graba desde el otro lado de la acera con una cámara de vídeo. Un hombre de mediana edad se dirige hacia un grupo de jóvenes que está a mi lado. Les da unas pegatinas en blanco y negro con los rostros de presos de ETA y de su entorno. Objetivo: llenar paredes, farolas, comercios y lugares céntricos de Bilbao de esos adhesivos. Cojo dos y, para disimular, los pego en una esquina.

De repente, unas diez personas de avanzada edad despliegan una enorme pancarta. Es el inicio de la manifestación (ilegal). Somos unos 200. Me intento unir a la marcha… cuando escucho el disparo de una pelota de goma. Me giro. Movimiento, carreras, empujones, la Ertzaintza está cargando. Una mujer cae al suelo a mi lado. Corro: es la consigna. Los agentes se llevan a un hombre esposado. Disparos. Uno tras otro, así hasta unos diez.

A toda prisa, atravieso una calle y de repente, me topo de frente con un ertzaina. Es una mujer. Podía haberme golpeado con su porra pero no carga sino que me indica la dirección que debo seguir: no quieren que vayamos hacia el centro de la ciudad. Corro. Tensión, mucha tensión.

Veo a un grupo de unas diez personas que entra en un bar. Yo también me cuelo, buscando cobijo. Pero el dueño del establecimiento nos increpa. No quiere que permanezcamos en su negocio. Una mujer le grita: “Fascista, eres un fascista. Ya verás qué poquito te va a durar el bar”.

Salgo a la calle y veo que la marcha prosigue su recorrido por la vía. Me meto en el centro del grupo. Hay gente de todo tipo: desde menores de edad hasta señoras mayores a las que les cuesta andar. Mientras tanto, gritamos: “Presoak kalera Amnistia Osora” o “A ellos, la ley antiterrorista”, apuntando con el dedo hacia la Policía.

Veo varios periódicos en las manos de mis acompañantes y por el suelo. Son ejemplares del Berria. Los típicos pañuelos al cuello con emblemas de Askatasuna y Etxerat. Intento escuchar lo que dicen los manifestantes. Sólo conversaciones en euskera. Yo, por supuesto, procuro no abrir la boca. De repente, consigo entender algo en castellano. Un hombre habla con un joven. Escucho lo siguiente: “Lo que no se puede permitir es que estés explotado. Tu jefe no puede hacerse rico a tu costa porque eso va contra tus principios”.

 

La marcha finaliza sin más enfrentamientos. Pero veo a un grupo de jóvenes que se reúne y corre por la calle: es la hora de la ‘kale borroka’, de los chicos de la gasolina. Cruzan varios contenedores en la calle y gritan. Yo observo la escena a cierta distancia pero sigo sus pasos.

Nos cruzamos con un estudio improvisado de la Cadena SER. Alguien grita: “Fascistas, luego diréis lo que os dé la gana, mirad todos los que somos”. Sin darme cuenta llegamos a una ‘herriko taberna’. En la puerta, un cartel hecho a mano con rotuladores de colores pide la puesta en libertad de los tres últimos etarras detenidos: Aiztol Etxaburu, Andoni Sarasola y Alberto Machaín. Dentro hay carteles. Muchos. Distingo algunas fotos de presos. En la barra están las tradicionales huchas para quien quiera dar donativos para los presos de ETA. Pido un vino. Me cobran 1,30 euros. No doy ni un trago. Y me llevo una servilleta (aquí debajo la tienen). Me lo tomo con calma, de vuelta al hotel.

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