César Antonio Molina, escritor y ex ministro de Cultura

“El mensaje del PSOE sobre qué es España y cuál es su historia es confuso”

César Antonio Molina fue el segundo ministro de Cultura de Zapatero, una cartera a la que llegó con la despensa intelectual llena: Derecho, Periodismo, director del Instituto Cervantes, Universidad, literatura y poesía. Hoy dirige la Casa del Lector.

Molina es un intelectual con muchos libros de fondo.

Gallego de los que escriben lo que piensan. Ministro de Cultura de Zapatero entre 2007 y 2009. Sucedió a Carmen Calvo y fue relevado por Ángeles González-Sinde, “porque tenía más glamour”. Pero él no siente morriña de la política. Nunca ha sido militante del PSOE, aunque comulgue con la socialdemocracia. No le avergüenza este socialismo, pero discrepa profundamente de su indefinición sobre España. Nieto de la República. Muy de Azaña. Crítico con Podemos. Simpatizante con Albert Rivera. Su lema es el de Nelson en Trafalgar: que cada hombre cumpla su deber. Si fuera empresario, contrataría poetas. No es un verso suelto, pero sí es un poema distinto. El del intelectual práctico que cree que la cultura nos hará libres. Y mejores. Como personas, y como país.

A la vera del Manzanares, en Madrid, hay un monumento a la cultura contemporánea que se llama Matadero. Es un Camden Town de ladrillo, hierros, acabados de diseño y toscas paredes de cemento desnudo y arisco. Allí, entre bajo-techos e intemperies, aguarda un centro artístico de vanguardias que no ha caído en la trampa de erigirse en templo comercial. Y era fácil.

En una esquina de este paraíso de creadores se encuentra la Casa del Lector, un spa de libros que burbujean dirigido por César Antonio Molina, un escritor que necesitaría solapas desplegables en los libros para resumir su currículum profesional. Antes de ser ministro de Cultura de Zapatero, fue cosas. Muchas cosas. Licenciado en Derecho. Doctor en Ciencias de la Información. Director adjunto y responsable de Cultura en Cambio 16 y Diario 16. Profesor universitario. Gerente del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Batuta del Instituto Cervantes entre 2004 y 2007. Antes de tomar el ramo por el asa ya tenía 30 libros sobre el mostrador, mayoritariamente de poesía y ensayo. Pero Zapatero le dejó caer, pese a su prestigio, para fichar a una joven con ínfulas de cine.

Estamos en su despacho de la Casa del Lector, rodeados de libros. Sobre su mesa, tratados con post it fluorescentes que asoman por el canto señalando páginas leídas no olvidadas.

Algunos cuadros con fotos en la pared: García Márquez, la reina Sofía. No hay reminiscencias de PSOE en este sancta sanctorum de bebedor de libros con pluma hábil.

César Antonio Molina no tiene ganas de perder el tiempo. Pensaba que yo venía para hablar de su libro, y mi petición era hablar de sus vidas. Me cuesta que entre en la conversación. Sin brusquedades de ningún tipo, la charla es áspera. No quiere hablar de política. No quiere volver al pasado. No quiere repetirse de nuevo. Al menos esa es mi impresión. Poco a poco, con calzador, el poeta que escribe va soltando la madeja. Y yo se lo agradezco. No se le ve ni suelto, ni cómodo. Puede ser un común denominador entre la gente discreta.

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Y en ese contexto, abrimos el libro por el capítulo electoral…

¿La política tiene algo de poesía?

La política, como decía Azaña, que repetía lo que enunciaba Platón, es una de las más altas manifestaciones de la cultura. La política es una creación cultural. Y la cultura es la civilización del ser humano, que, cuando sale de la caverna, no lo hace por su potencia física, sino por la intelectual. El ser humano es lo que ha hecho con su cabeza, a veces erróneamente, pero en la mayoría de las ocasiones, con sensatez. No tengo claro si la política es la manifestación más alta de la cultura, pero sí creo que es una de las más altas.

Hablamos de la política en abstracto, entiendo…

Hablo de la política teórica. En principio, la práctica está a otro nivel…

¿Tiene morriña de la política?

No.

¿Cómo se compatibiliza en política la lealtad con cantar las cuarenta?

Es lo más difícil. Edmond Jabes, gran poeta francés, que nació y vivió en Alejandría, y después se fue a París, me decía que una de sus grandes preocupaciones era cómo ser de izquierdas y ser crítico con la izquierda. La lealtad se debe a las ideas. A veces, las personas son menos importantes que las ideas, porque las traicionan. Entonces hay que volver a la verdad, aunque sea dura y complicada.

¿Por qué hemos consentido que elevar el nivel cultural sea una cosa de frikis, o, al menos, una medida generalizadamente antipopular?

Porque la cultura requiere un esfuerzo, una dedicación, y un silencio en un mundo lleno de ruidos, y es más fácil optar por el entretenimiento y la diversión, que es donde nos están metiendo. Todo eso siempre será más fácil que el mundo de la cultura, que necesita implicación y participación. La cultura nunca nos va a dejar solos. Siempre nos va a ayudar y nos va a indicar en cada momento de nuestra vida los caminos que debemos seguir. Gracias a ella, entraremos en diálogo con gentes de otras épocas a través de sus libros o de sus obras. Nunca nadie estará más acompañado que con la cultura. Pero la cultura exige una preparación, que acabará redundando en beneficio propio. En un mundo donde prima el juego y se anula la reflexión, para convertirnos en meros compradores y usuarios, en vez de en ciudadanos, lo fácil siempre llevará ventaja.

¿Podemos ha elevado el nivel cultural de la política española?

Lo que han hecho hasta ahora expresa un odio, un rencor y una violencia que yo, como nieto de la República y de exiliados, nunca tuve. Eso es lo que veo. Coincido con que la democracia necesita una regeneración, porque es inconcebible lo que está pasando con la corrupción, por ejemplo. Las cosas no surgen de manera espontánea, sino porque hay unos motivos que son reales. Lo que sucede es que en la manera de combatir esta realidad es donde yo discrepo.

Podemos no cree en la democracia, ni en la Constitución, no respeta a quienes trabajaron para que viniera la libertad luchando contra la dictadura, porque son soberbios, fanáticos, y no transigen con las ideas de los demás… La fatiga democrática de la que hablan es real, pero esa enfermedad no se arregla rompiendo con todo. No sé cómo funcionarán cuando ejerzan la política, porque no es lo mismo la teoría que los hechos. Quizás entonces cambien. No lo sé. Ojalá. Pero ya vemos lo que ha pasado en países en los que se defendían esas ideas, aunque, evidentemente, estamos en otros tiempos y en otra época. Yo sigo creyendo en la socialdemocracia y en el socialismo.

Bastantes candidatos de Podemos son profesores universitarios y lectores confesos, ¿cree que esa preparación les servirá para ayudar a enriquecer culturalmente el debate político en el Congreso?

Bueno, el Congreso no lo han respetado. Nada más llegar, montaron un circo irrespetuoso con el símbolo que representa a todo el Estado. Analicemos cómo se comportaron Rafael Alberti -al que traté mucho-, La Pasionaria, Carrillo y otra gente, que habían estado en la República, en la Guerra Civil, y en el exilio, cuando volvieron  con el olor a naftalina del franquismo de aquellas Cortes. Simplemente, comparemos. Ninguno de los síntomas que muestra Podemos son buenos. Que esos síntomas luego nos lleven a determinar otra cosa, ojalá. Ojalá.

¿Y Ciudadanos?

Ciudadanos representa lo que debería haber hecho el PP, de alguna manera: modernizarse, rejuvenecerse, tener experiencias previas a la política en el mundo de las profesiones… Albert Rivera me parece que es una persona inteligente, y pienso que, sobre todo en Cataluña, su partido ha hecho una gran labor.

Puestos a elegir, ¿qué es más sano: votar a los corruptos o votar a los que lo ideologizan todo?

La corrupción y la democracia casan fatal. Es la carcoma que destruye la estructura democrática hasta que se hunde el edificio… La corrupción es terrible, porque lo justifica todo: que la democracia decaiga, que los demócratas se vean poco respaldados por las instituciones, que la democracia se debilite provocando el surgimiento de partidos radicales, de derecha y de izquierda… Es lo que nos está pasando… Pero también debemos tener mucho cuidado con las ideologías fanáticas. Tanto la corrupción como los fanatismos son dos peligros en alza.

Cuando el debate político sobre la cultura es IVA sí, IVA no, y alguna cosa más, ¿hemos convertido la cultura sólo en negocio mal avenido?

La cultura, para bien o para mal, es una industria de la que viven en España más de medio millón de personas. Incluimos ahí la enseñanza, los libros, el cine, el teatro, la danza, la música… Es una gran industria, gracias a la cual los artistas pueden vivir de su trabajo y no de otras cosas. Lo bueno es que, al ser una industria, hay gente que puede dedicarse a ello; y lo malo es que hemos entrado en un mundo que no era exactamente el nuestro.

Lo del IVA cultural me parece una decisión atroz. Que España, que es un país cuya imagen en el mundo es la cultura, tenga un IVA del 21%, cuando en Francia es del 6%, y en el resto de Europa está entre el 3 y el 6%...  En ese debate, que atenta contra el futuro de los artistas, se incluye también el desatino de sus pensiones, el de los derechos de autor, el de la piratería, la falta de leyes de mecenazgo… Hay muchos temas pendientes en el ámbito cultural.

¿Conoce a Ana García D´Atri, la ministra de cultura en la sombra de Pedro Sánchez?

Sí.

¿Qué le parece?

Es una persona que conoce la política y que siempre ha estado en la política.

¿Le avergüenza este PSOE?

No, pero hay cuestiones en las que discrepo. Para mí hay un tema fundamental: la idea que tenemos de España, un tema en el que el PSOE se tendría que aclarar. ¿Qué es España? En lo demás, estoy de acuerdo. Generalmente, la gente que discrepa del PSOE es porque no tiene claro qué queremos que sea España y cómo contamos su historia. Aclarados ahí, defiéndase lo mismo en Madrid, en Cataluña, en el País Vasco, en Galicia, en Andalucía…  y a todas las horas. Ahora mismo el mensaje es confuso.

¿Usted cree que la transición entre Zapatero y Pedro Sánchez se ha hecho bien? ¿Se ha cortado demasiado rápido con el pasado y con los que lideraron esa etapa en el PSOE?

No lo sé. Yo no soy militante socialista y nunca lo fui. Soy una persona de izquierdas de varias generaciones, pero ni he vivido el partido ni soy un político profesional.

¿Qué los artistas sean hooligans de los partidos desprestigia su capacidad de crear cultura abierta?

No. Los artistas son como cualquier otra persona. Pueden ser de un sitio o de otro y, si lo creen conveniente, defender un asunto o no. O dedicarse a escribir, en el caso de los escritores, que en realidad es lo que tienen que hacer.

¿Si los candidatos no dan la talla intelectual, estamos obligados a votar en blanco?

Hay que votar. Existen suficientes opciones para poder inclinarse por una de ellas. Podemos no estar de acuerdo con un programa al cien por cien, pero ¿es que en la vida estamos de acuerdo en algo al cien por cien? Puedes estar al 55-60% de acuerdo, y eso es suficiente…

En periodismo hay una triste máxima no escrita que, a veces, sobrevuela las redacciones: “Escribir como si los lectores fueran tontos”. Es muy de redactor jefe del pleistoceno. ¿En política se ejerce como si los ciudadanos fuéramos tontos?

No. Lo que pasa es que en política se cometen errores que son más graves que otros, porque afectan a la totalidad de un país. Pero no veo mala voluntad. A veces, los responsables políticos deberían aprender a escuchar más y trabajar sus dotes de acercamiento para convencerse mutuamente, como sucedió en la Transición, un momento histórico mucho más difícil que el actual.

Toni Cantó, presidente de la Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados de la legislatura más breve. ¿Una referencia suficiente, o mejorable?

Bueno, es un actor y una persona de la cultura.

¿Un país que se moviliza casi exclusivamente con el fútbol, con la tele, y con las tragedias, está en disposición de cambiarse a sí mismo?

Esperemos que sí… Pero todo es producto de la educación. España es un país –lo he repetido tantas veces…- cuyo problema fundamental es la educación. Siempre lo ha sido. Sin irnos mucho más lejos, desde Jovellanos y los ilustrados el estribillo era la educación, la educación, la educación. Y, si repasamos toda nuestra historia, cuál es el problema: la educación, la educación, la educación. Larra, Azaña, la República, todos coincidían en que nuestro problema era la educación. En la Constitución de Cádiz está recogida la obligación del Estado de instruir a sus ciudadanos, pero ese precepto no se ha cumplido adecuadamente.

Tras el pacto que hizo posible la Constitución se debería haber llegado a un pacto de Estado sobre la educación y la cultura, y sobre otros temas también. ¿Por qué? Volvemos a lo de siempre. ¿Hay un relato de nuestra historia? ¿Tenemos un relato de la historia de Europa? La historia no son sólo las guerras y los odios, es también lo que nos ha unido y lo que hemos hecho juntos…

De España se cuentan muchas historias diferentes, según el lugar del que vengamos. Así no se puede sostener un país. Nosotros no nos hemos puesto de acuerdo ni para contar nuestra historia. Si empezamos por ahí, ya todo lo demás… Sentémonos y analicemos quiénes somos, cuál es nuestro futuro, cuáles son nuestras prioridades. Hacer eso todos juntos y de manera pacífica exige un pacto de Estado. Creo que, fruto de ese esfuerzo, tendríamos un país mejor preparado, mejor dispuesto. Pero, si nos pasamos parte de las 24 horas del día discutiendo sobre lo que somos… En Francia no dedican a esto ni un minuto. Estamos a tiempo para ese pacto. 

Los ciudadanos deben tener un referente: de dónde son, a quién pertenecen, con quién comparten sus vidas… Un país tiene la misma estructura de una familia. Alguien nos tiene que contar el relato de nuestra familia. A qué nos dedicamos. Qué hicimos. Si no somos capaces, es muy difícil salir adelante. Esta es la situación de crisis que vive el Estado.

Es evidente que ese relato debe ser histórico y verídico, y por eso lo deben hacer los historiadores, no los políticos. ¡Los políticos no tienen por qué aprovecharse de la historia! ¡Ellos no son historiadores!

¿Es viable una democracia sin intelectuales?

No. Sartre decía que se podía prescindir de todo, incluso hasta del ser humano, pero, ¿y a partir de ese momento, qué? ¿Quién queda? Por prescindir…

¿Se puede ser intelectual en la era de Google?

Por supuesto. El intelectual es una persona que se ha dedicado al estudio, a pensar y a vivir como los demás; no es un ser extraño y ajeno. Es una persona que tiene más referentes que otro que se haya dedicado a otras cosas. El intelectual es otro contrapoder, como el periodismo. Expresa una opinión pública que lo respalda. Los intelectuales y la cultura existirán siempre, pero están en peligro. En algún momento la cultura puede ser sustituida por otra cosa. En estos más de dos mil años, algunos lo han intentado, pero no lo han conseguido, afortunadamente. Hay cosas que son indestructibles.

Y ese contrapoder que usted ve en los intelectuales, ¿no se ve un tanto denostado en España?

Sí. Los intelectuales molestan, como también molestan los periódicos. Por eso hay un partido político que quiere revocar esa libertad de expresión conseguida en España y que nunca habíamos tenido. Sus propuestas sobre los medios giran en torno a la vuelta a la prensa del Movimiento: a los periodistas burócratas pagados por el Estado para que digan lo que quiere el Estado… Es otra de las cosas de Podemos en la que estoy en absoluto desacuerdo, porque sin libertad de expresión no hay democracia. Sí, hay periódicos con sus ideologías y sus tendencias. Sí. Pero contamos con la posibilidad de leer mucha variedad, de comprarlos o no comprarlos, e igual sucede con los medios audiovisuales. No se puede convertir todo en prensa estatal controlada por el ministro del Interior, y con un tribunal de orden público para juzgar los delitos de expresión, que serían todos, como en el franquismo. 

¿Quiénes son los intelectuales españoles que pintan?

Hay mucha gente. Emilio Lledó, por ejemplo, filósofo, profesor, escritor, una persona de bien, con sabiduría, que dice lo que piensa y lo que piensa es razonable. Era María Zambrano, y Azaña… Escuchar la sabiduría y la experiencia de gente que no pertenece a ningún grupo de expresión siempre enriquece.

¿Poder o casta?

Prefiero la ley.

¿En qué parte del cementerio se encuentra la educación humanista?

A muchos metros bajo tierra… Las humanidades retroceden, porque hemos caído en el error de decidir que no eran prácticas… Pensar, reflexionar, saber, conocer, no es pragmático. Lo único práctico era el ordenador. ¡Mal! La cultura es la identidad de un país y, si no se cuida, como nos pasa a las personas, esa identidad se pone en duda porque surgen otras historias.

Dice usted: “La cultura es la forma de plantar cara a la muerte y de explicar el mundo”. ¿Podemos repensar al hombre si nos olvidamos de Dios?

Dios es una construcción cultural, como la religión. El amor es otra invención cultural, sobre todo desde el Renacimiento. La cultura es la que nos ha ayudado a explicar la vida. Sin cultura, volvemos a la caverna, y allí no necesitamos más que alimento y hoguera.

¿Estamos preparados para distinguir la belleza?

Probablemente cada vez menos. Descubrir la belleza depende de nuestra educación, de nuestra sensibilidad y del cultivo de nuestro espíritu. Si eso no se cuida, desaparecen los argumentos para ver un cuadro y decir si es bueno o malo.

¿Usted es un verso suelto?

Soy un ciudadano que ha tratado de vivir el lema de Nelson en la Batalla de Trafalgar, cuando decía: “Inglaterra espera que cada hombre cumpla su deber”. Ni patrias, ni arengas. Cada uno, a su deber. He intentado ser fiel a mis ideas y a las ideas que siempre defendió mi familia. No me considero ni mejor ni peor que los demás. En cada sitio por el que he pasado he intentado hacer las cosas lo mejor que he sabido, y tengo esa satisfacción.

Cuándo escribe sus memorias, ¿qué espera?

Las tengo escritas, pero no están publicadas. Son diarios de mi paso por la política. Aún hace falta un tiempo para que vean la luz.

¿Demasiada rima consonante en la sociedad española?

España es un país donde siempre se ha perseguido el librepensamiento. A Santa Teresa de Jesús le quemaron la biblioteca, a Fray Luis le metieron unos cuantos años en la cárcel por traducir el Cantar de los Cantares, a san Juan de la Cruz, no sé qué; a Miguel de Molinos, no sé cuántos… Y lo que pasó con la Ilustración, con Larra… Aquí siempre hubo un interés por controlar y manejar la educación, mientras que en otros países la apertura fue real. En materia de libertad de expresión, de opinión, y de pensamiento, en España estamos en la juvenil edad de casi cuarenta años.

¿Qué es un poeta en el paraíso de la eficiencia y la eficacia?

Una persona generadora de ideas, fundamental para una empresa. Ideas, ideas, ideas, e imaginación, imaginación, imaginación. Si fuera empresario, contrataría a muchos poetas.

¿Cómo ser culto sin ostentación, sin hacer de martillo de herejes anti incultos?


Los que son verdaderamente cultos no ostentan nada. Se han preparado y formado más, y eso les ayudará en la vida. El saber, ayuda.


A veces, los que saben dejan muy claro que saben, y pueden ser pedantes para la opinión pública.


Esos son tópicos…

Usted dice que la prensa es el espejo de una sociedad. ¿Y qué ve usted reflejado en sus páginas contemporáneas?

Veo la crisis de esta sociedad y la que provocan las nuevas tecnologías, que suponen un cambio radical al que hay que adaptarse. Es una época muy rica en información, pero muy compleja, porque es de esas etapas históricas que parece que nunca nos van a tocar, y nos han tocado. Esta revolución tecnológica produce un cambio social que genera inquietud.

¿La prensa española es intelectual?

La prensa española es una de las que más atención ofrece a la cultura. Los suplementos culturales son importantísimos. En eso, durante los últimos 30 años hemos sido ejemplares. Y lo seguiremos siendo.

¿Las revistas culturales se salvan de la macdonalización del periodismo ordinario?

Son especializadas, y se dedican a hablar sólo de cultura. Comparándola con la prensa europea, estamos en el primer nivel. ¿Podría ser mejor? Sí, como todo.

Si la prensa no es rentable, ¿las sociedades pierden?

Sin prensa, las sociedades democráticas dejarán de serlo. La prensa es fundamental, pero se deberá adaptar también a las nuevas circunstancias que van surgiendo. Debe ser libre, absolutamente independiente de los poderes políticos, fácticos y demás, y representar la pluralidad de las ideas de nuestro país.

¿Con qué proyectos literarios está usted ahora mismo?

Acabo de publicar Todo se arregla caminando. En unos meses publicaré un libro de poemas que se llama Calmas de enero y que es muy importante para mí. Y ya tengo escritos dos libros más: uno es sobre la moda a través del cine, que se titula El amor, tan poderoso como la muerte, y otro, que se llama Qué bello será vivir sin cultura. Con ironía, claro…

En Todo se arregla caminando, usted avanza racionalizando su pasado…

Estamos en un momento en el que cambia el paradigma con el que entendemos el mundo. Este libro  muestra cómo un hombre que ha vivido la mitad del siglo XX y varias décadas –esperemos que muchas- del siglo siguiente, cuenta sus inquietudes del tránsito de ese mundo, esa cultura y esa civilización, hacia otro mundo, otra cultura y otra civilización que desconocemos cómo va a ser. Y ve lo bueno y lo maravilloso de la creación del ser humano, cuya memoria no se debe perder, con la conciencia de salvaguardar toda esa riqueza para la experiencia del futuro.

Es el mismo planteamiento de los diálogos de Sócrates y Platón sobre el pasado del papiro y la escritura, frente a la oralidad, para que no se perdiera todo ese mundo, que serviría de soporte para todo lo que iba a surgir. Sin ser ni Sócrates ni Platón, expreso esos mismos sentimientos, y por eso hablo de la pintura, el arte, la literatura, el cine, la arquitectura, la arqueología… Para que, dentro de los años que sea, alguien pueda saber qué inquietudes teníamos nosotros en nuestro tiempo.

¿Y hay algo de nostalgia o de vértigo?

Mucha nostalgia y mucha melancolía. El ser humano está hecho de eso, porque piensa que perdió el paraíso y uno de los motivos de su vida es recuperarlo. Y a veces lo  encuentra en un cuadro, en una lectura, en un paisaje, en un bosque… Para mí, uno de los fines de la literatura es intentar recuperar ese paraíso perdido; o, al menos, tener la sensación de que en algún instante lo podríamos percibir.

¿En qué capítulo está de su vida?

En un capítulo complicado. Estoy leyendo La muerte, de Jankélévitch, que es un libro maravilloso, a pesar del tema. En él se define la vejez como dejar de ser lo que has sido, para pasar a ser otra cosa nueva, diferente. Aunque no me siento mayor, ni mucho menos, el tiempo te va encaminando… Trato de aprender a comportarme en un tramo que espero que sea muy largo de esta tercera parte de la vida. Estoy seguro de que la cultura me ayudará también en este camino.

¿Después de escribir es fácil olvidarse y perdonar?

No se debe tener rencor, entre otras cosas, porque es malo para uno mismo. Es una carga negativa de la que es mejor deshacerse. Yo siempre he procurado olvidar.

A usted le han dado muchos galardones en diferentes países del mundo. ¿España reconoce a sus intelectuales antes de que mueran?

No. Aunque hay un escalafón, y eso sí se mantiene. Pero, en realidad, España es un país bastante ingrato. Hay que contar con ello. Yo no me puedo quejar, pero creo que me han reconocido más en otros países que aquí con distinciones importantísimas. De mi país tengo los reconocimientos que me correspondían por los cargos que he tenido. Galardones periodísticos y literarios he tenido muchos más fuera.

¿Cuál es el premio que más le importa?

Seguir contando con los lectores que tengo. Uno siempre piensa que nunca sobran reconocimientos, porque hay un ego que no se puede cortar, pero yo no cambio el afecto de la gente y el conocimiento de mis lectores por los premios.

¿Haber sido ministro imprime carácter?

Cuando voy por la calle, mucha gente me sigue llamando “ministro”, y es algo que me halaga mucho. A los que ocupan un ministerio y me piden un consejo, siempre les animo a volver a salir a la calle con la misma dignidad cuando dejen el cargo. Si no, fatal. Yo, el día después de dejar de ser ministro salí a la calle. Renuncié por carta, bajo mi responsabilidad, al escolta y el coche oficial, y fui uno más. Desde entonces, mucha gente me sigue saludando como ministro. Dos años después de dejar la cartera, paseando por el Puente de Brooklyn, un grupo de españoles me saludó como “ministro” con cariño. Si en ese momento me hubieran regalado el Puente de Brooklyn, habría preferido ese saludo amistoso de la gente de la calle. Esto, para mí, es más que un premio.

Con el paso del tiempo, y habiendo madurado lo que pasó en aquella legislatura, si hoy le dieran la oportunidad de volver a elegir, ¿diría sí a ser ministro?

Volvería a vivir todos los episodios de mi vida. He cometido errores, pero son fallos humanos, fruto muchas veces de no hacer caso a esa máxima de san Pablo de “nunca se os exigirá más de lo que podáis hacer”. Yo, habitualmente, me he exigido más de lo que debía, pero con la certeza de que era por un bien.

Cuando murió mi padre, le puse unos versos del poeta escocés Robert Burns que decían: “Incluso sus errores eran hacia la bondad”. En ese sentido yo puedo haberme equivocado, pero volvería sobre mis pasos.

¿Esas experiencias en la cumbre no le cambian a uno su forma de ser?

En todos los trabajos y en todas las responsabilidades que he ocupado, siempre he actuado de la misma manera. ¿Por qué? Porque he leído, y las lecturas dicen que el ser humano es mortal. ¡Cuidado! ¡Todo dura poco! ¿Para qué volver a ser el mismo, si puedes ser el mismo siempre? Es mi manera de ser. No sé ser de otra forma.

Sabe. Esta entrevista la leerá, presumiblemente, poca gente, porque usted no sale en la tele, ni tiene Twitter. Pero nosotros sabemos que estamos cumpliendo con nuestra obligación…

(Sonrisa)


REBOBINANDO

Los poetas suelen desnudarse con maestría y mostrar sus almas con arte, aprovechamiento y musicalidad. A la vez, suelen ser los reyes de la sugerencia, de la connotación, de la elipsis, de la sinalefa, del quiebro, de las metáforas, del velo.

En esta conversación, más bien seca, por lo que sea, la vida misma, Molina nos muestra su pasión trabajada por la cultura, su conocimiento, la sabiduría propia de quien ha madurado sus experiencias, también porque las ha escrito y las ha leído. Queda claro que es un hombre intelectual, pacífico, social, socialdemócrata, inconformista, humanista. Queda patente que no es un hombre que se entusiasme con los fuegos artificiales, que detecta al oportunista a la primera, que rehúye la cultureta de escenarios, y Hola y Preyslers.

César Antonio Molina encarna al hombre normal de las calles de España que ha tenido un padre lector, una buena biblioteca y unas prioridades. Tan normal, que le gustan los halagos y le encienden los fanatismos. Y, a la vez, tan diferente que se calla muchas cosas con señorío, y canta las cuarenta por escrito, sin calentones, después de pensar y buscar las palabras más justas.

El poeta gallego es normal, pero no ordinario. Uno más, con fondo. Probablemente, el 50% de su persona quede retratada en estas respuestas. Seguramente, más del 90% de lo que tiene en la cabeza habrá que esperar a leerlo cuando salgan sus memorias. El cien por cien de un poeta no se conoce nunca. Dicen.

La pena de esta conversación a las cinco de la tarde de un jueves de sol es que empezara con “¿vamos a hablar de mi libro?” y yo respondiera que no…