Se consolida el cisma lefebvriano

Se repiten serios indicios de que la Fraternidad sacerdotal de san Pío X ha radicalizado su postura.

Hará inútiles los intentos de aproximación y diálogo promovidos por Benedicto XVI, a través de la comisión pontificia constituida con ese fin, Ecclesia Dei. Se derrochó, como afirmaba en un comunicado, “paciencia, serenidad, perseverancia y confianza”.ero el cisma lefebvriano se agudiza frente a eventos especialmente gozosos para los católicos, como la próxima canonización del Beato Juan XXIII. Sorprendentemente, demonizan al papa “bueno”, en gran medida porque convocó el Concilio Vaticano II, rechazado por Mons. Lefebvre en sus doctrinas más nucleares, como la apertura al mundo, el ecumenismo, la libertad religiosa o la reforma litúrgica.

            No aprueban su canonización, porque no le consideran un modelo de todas las virtudes, ni por tanto un ejemplo para los católicos. Incluso, llegan a decir que la “salvación” de la Iglesia tendría que pasar por el abandono de la ruta marcada por Juan XXIII, que han proseguido tenazmente sus sucesores: el amor al mundo y a todos los hombres, sin distinguir entre santos y pecadores, católicos o idólatras, la apertura y el diálogo, la superación de juicios y condenaciones.

            En consecuencia, valoran muy injustamente la insistencia del papa Francisco en la misericordia y el perdón, como si se inspirase en el viejo modernismo condenado por san Pío X. Les parece que lleva a renunciar a la misión pastoral propia de la jerarquía: declarar la fidelidad o la infidelidad de doctrinas y conductas, lejos del indiferentismo provocado por anteponer la buena voluntad de la persona al contenido objetivo de sus ideas y comportamientos.

            De modo particular, han mostrado su desacuerdo con algún comentario del papa sobre el motu proprio de Benedicto XVI, Summorum Pontificum, de 2007, que estableció con carácter general como forma extraordinaria el rito establecido en el Misal de Juan XXIII. La referencia al Vetus Ordo, y a su posible utilización más o menos ideológica, no les ha gustado nada.

            Durante el pasado verano se especuló con la posibilidad de que el Cardenal Müller, prefecto de la Congregación para Doctrina de la fe, de la que depende la comisión Ecclesia Dei, cancelara definitivamente el diálogo con los lefebvrianos; no podía ser de otro modo, ante el rechazo del llamado “preámbulo doctrinal”, sobre la aceptación de las enseñanzas conciliares.

            Recientes declaraciones en Kansas City del superior de la Fraternidad, Mons. Bernard Fellay, vendrían a cerrar por su parte toda posibilidad de vuelta a Roma, tras acusar a Francisco de modernismo. El pontífice romano no haría sino agravar los males de la Iglesia. Fellay llega a afirmar que, viendo la situación actual, da gracias a Dios por no haber firmado ningún acuerdo el año anterior. Curioso contraste –compatible con su autodeclaración de catolicidad‑ con la abundancia de noticias que reflejan la amplitud del llamado “efecto Francisco”: gente que vuelve a la práctica de la religión, mayor asistencia a misas, frecuencia de sacramentos, aumento de vocaciones sacerdotales y religiosas.

            La clave sigue estando en la oposición al Concilio. Fellay rechaza por completo la hermenéutica de la continuidad, a la que tantas veces se refirió Benedicto XVI: “el concilio no está en continuidad con la Tradición”. Y sus baterías se dirigen contra Francisco, desde los primeros días de su elección, por su capacidad de ejercer el ministerio petrino de un modo directo y próximo, prescindiendo de costumbres externas legítimas, pero quizá pasadas, y desde luego nada esenciales, como las relativas a la vivienda y vestuario del pontífice.

            No obstante, en agosto, el papa designó de nuevo secretario de la comisión Ecclesia Dei a Guido Pozzo: lo había sido ya del 2009 al 2012. Algunos comentaristas vieron el nombramiento como un signo de distensión. Pero, ante la actitud de la Fraternidad, parece alejarse la posibilidad de una vuelta al hogar romano. Como ha reiterado el propio Mons. Pozzo, lo esencial para poder proseguir el diálogo es el pleno reconocimiento del Magisterio del Concilio y de los sucesivos Papas. Pero si Bernard Fellay y sus consejeros no aceptan el “preámbulo”, nada parece posible, salvo la consolidación  del cisma.

 

 

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