Magnífica homilía

La Iglesia en España ha ofrecido un singular testimonio de unidad de fe en la ceremonia de los mártires del siglo XX. Y lo ha hecho con ese plural colorido que representan las diversas tradiciones espirituales, que han sabido aunar esfuerzos en una ceremonia no exenta, en la opinión pública, del clamor de fondo que provoca el humo de las ideologías.

Si la celebración, en sí misma, suponía una difícil reválida, por lo que era y por lo que representaba, la austeridad de las formas, y cierto perfil bajo, ha permitido que el mensaje llegue con más claridad. Un bonito cierre para la gestión de monseñor Martínez Camino al frente de la secretaría General de la Conferencia Episcopal.

Y, en esta perspectiva, hay que encuadrar la estupenda homilía del Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el cardenal italiano, y salesiano, Angelo Amato. Un texto que no ha dejado lugar común y propio sin su obligada referencia, y que arranca con una definición singular de lo que es un mártir español del siglo XX: “profetas desarmados de la caridad de Cristo”.

El cardenal Amato no se ha balanceado por las aguas de la ambigüedad y ha afrontado las causas y las consecuencias del martirio en la España del siglo XX llamando a las cosa por su nombre. Su insistencia en la “pedagogía del martirio” es una genial invitación a la Iglesia en España.

Ha puesto en valor las evidencias históricas, uno de los procesos que más se han echado en falta en la serena aceptación por quienes hoy son recalcitrantes defensores de las mutaciones ideológicas. Antológico, por tanto, el siguiente párrafo del cardenal Amato: “En el periodo oscuro de la hostilidad anticatólica de los años 30 (treinta), vuestra noble nación fue envuelta en la niebla diabólica de una ideología, que anuló a millares y millares de ciudadanos pacíficos, incendiando iglesias y símbolos religiosos, cerrando conventos y escuelas católicas, destruyendo parte de vuestro precioso patrimonio artístico. El Papa Pío XI (once) con la encíclica Dilectissima nobis, del 3 (tres) de junio de 1933 (mil novecientos treinta y tres), denunció enérgicamente esta libertina política antirreligiosa”.

En este sentido, no debemos olvidar que quienes más se han opuesto a la celebración de esta macrobeatificaión han sido, por una parte, los representantes ideológicos de la izquierda más extrema y, en singular coincidencia, los denominados sectores más progresistas de la Iglesia, siempre minoritarios, pero con capacidad de voz y palabra mediática. Hay coincidencias que son más que coincidencias.

Pero ahí está la memoria de los beatos mártires de la persecución religiosa en la España del siglo XX y su gloria, que es testimonio de fe, de esperanza y de caridad. Quien tenga oídos, que oiga.

José Francisco Serrano Oceja


 

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