¿Puede vivir España sin centrales nucleares?

Nucleares sí o nucleares no. En España el debate sobre si potenciar la energía nuclear o acabar con ella siempre ha estado presente. La grave situación que se vive en la planta nuclear de Fukushima en Japón ha reabierto viejas heridas que desde hace meses se mantenían cerradas. Pero, ¿puede prescindir España de la energía nuclear?

El abandono de la energía nuclear supondría dejar de usar esta fuente para la generación de electricidad. La idea incluye en algunos países el cierre de las centrales nucleares existentes. Suecia fue el primer país donde se propuso (1980). Siguieron Italia (1987), Bélgica (1999), Alemania (2000), que es el 4º consumidor mundial de energía nuclear, y se ha discutido en otros países europeos. Austria, Holanda, Polonia y España promulgaron leyes que paralizaron la construcción de nuevos reactores nucleares, aunque en algunos de ellos esta opción se está debatiendo en la actualidad.

En España, donde la percepción social sobre el tema nuclear había comenzado a cambiar, la clase política y los técnicos se muestran ahora partidarios de no tomar decisiones graves en caliente, aunque todos reconocen que algo va a cambiar tras la crisis de Fukushima.

Hace menos de un mes, Zapatero emprendía un ligero giro en sus políticas sobre energía nuclear. Los socialistas admitían en el Congreso una enmienda de CiU y PNV a la Ley de Economía Sostenible por la que se abría la puerta a que las centrales nucleares españolas pudieran seguir operando más allá de los 40 años. Se especuló entonces con que el giro del PSOE se completaría incluso levantando el decreto de cierre para la central de Garoña.

Los analistas vaticinan que si hoy mismo prescindiéramos de la energía nuclear habría en España un problema real de garantía de suministro y un aumento de precios provocaría un auténtico ‘tsunami’ en las empresas españolas, sobre todo en las industriales, en el turismo, y un incremento de la tasa de desempleo. Y, ¿por qué? La respuesta es sencilla. Esta energía aporta el 20% de la electricidad al conjunto del sistema español y su coste es de alrededor de 30 euros por megavatio a la hora frente a los 250 que supone la energía fotovoltaica.

La demanda de energía mundial seguirá subiendo por el crecimiento de los países emergentes y las nuevas fuentes sólo son capaces de satisfacer, por el momento, una parte de esa demanda. La dependencia energética del exterior coloca a España en una situación de extrema vulnerabilidad. Por ello, cualquier enmienda a la totalidad que se formule contra la energía nuclear en estos momentos tiene que ir acompañada de una alternativa seria fiable. Las nuevas energías renovables no lo son aún y no lo serán durante mucho tiempo.  

En esta idea coinciden la mayoría de los expertos: las energías renovables son carísimas. El coste de generación eólico es un 75% más caro que el nuclear y siete veces más barato que el fotovoltaico. El aprovechamiento del viento como recurso energético presenta el inconveniente de que requiere una serie de condiciones meteorológicas y de emplazamiento que restringen de forma significativa la difusión de este sistema.

Una buena tarta energética debe contener una proporción estratégicamente razonable de centrales. A corto plazo, abandonar las centrales de fisión nuclear sería un grave error con consecuencias negativas respecto a la salud del planeta. Hay dos soluciones para deshacerse de los residuos radiactivos: el almacenamiento geológico profundo y la incineración, es decir, utilizar aceleradores para transmutar los residuos.

Los precios de la electricidad mayorista en Alemania, Francia y otros países, que permanecían deprimidos desde hace meses, han subido un 11%, el precio del carbón un 7%, el gas (NBP) un 12% y el precio del CO2, que no se había movido casi en dieciocho meses, ha subido un 10%, ante el previsible aumento de generación térmica. Esto se lleva por delante cualquier remota posibilidad de que se cumplan los objetivos de Kyoto, además de darle un golpe bajo a la competitividad.

De hecho, la energía nuclear ayudaría, incluso, a cumplir con los objetivos de Kyoto. Una de las estrategias para reducir la emisión de gases de efecto invernadero -que fundamentalmente provienen de la quema de combustibles fósiles- pasa por la reducción de los mismos. Esta energía puede contribuir a mitigar el cambio climático al producir energía eléctrica sin lanzar CO2 a la atmósfera.

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