Seis meses de guerra en Ucrania. ¿Cómo afecta a la salud mental de los españoles?

Soldados ucranianos.
Milicianos ucranianos vigilan una carretera en Kiev (Foto: Diego Herrera / Europa Press).

La invasión general de Ucrania que lanzaron las fuerzas armadas rusas el pasado 24 de febrero ha cumplido ya seis meses. La capital, Kiev, dejó de estar asediada hace meses, cuando las fuerzas rusas se retiraron para centrar sus esfuerzos en las zonas de Lugansk, Donetsk y el corredor sureste hasta la península de Crimea.

El estallido de la guerra provocó una conmoción en Europa, al revivir el fantasma de las guerra pasadas en el continente. En muchos países, incluida España, se convocaron manifestaciones de apoyo a Ucrania y se lanzaron iniciativas solidarias para acoger refugiados y ayudar a las víctimas de los combates.

Efectos emocionales

Desde la Universidad Oberta de Catalunya (UOC), indican que una de cada cinco personas en zonas de conflicto sufrirá algún tipo de trastorno mental ocasionado por la guerra. Es la conclusión de un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicado en The Lancet, según el cual más de ocho millones de personas que residen en Ucrania verán afectada su salud mental. Pero ¿qué ocurre en España? ¿Puede este conflicto tener consecuencias en el plano emocional también en nuestra sociedad?

La respuesta de los expertos es que sí. “Es probable que tengamos sensación de nerviosismo, agitación, impotencia, debilidad, cansancio, dificultades para concentrarnos, sensación de peligro, aumento del ritmo cardíaco, hiperventilación, sudoración, insomnio de conciliación, embotamiento que nos dificulte pensar con claridad, dificultades para controlar las preocupaciones, síntomas gastrointestinales o necesidad de exponernos ante otras situaciones que generen ansiedad”, señala Enric Soler Labajos, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC. El experto añade que es muy probable que las personas que ya presentan factores de riesgo en salud mental sufran patologías mentales graves.

La razón es que hasta ahora habíamos tenido noticias de guerras que sentíamos lejanas, tanto en el sentido literal, por la zona geográfica donde se desarrollaban, como por las diferencias culturales de las víctimas respecto a nosotros. Sin embargo, como explica Soler Labajos, es la primera vez que nos identificamos con las víctimas no solo por la cercanía física de Ucrania, sino también porque somos cada vez más conscientes de que formamos parte de un sistema político y económico que es un complejo entramado de conexiones, de forma que lo que ocurre en un país repercute en los demás. “Nos sentimos amenazados porque hemos podido ver, a través de los medios de comunicación, testimonios que acreditan que podemos irnos a dormir en paz y despertar en medio de una guerra donde vale todo”, explica el profesor colaborador de la UOC.

La cercanía de la amenaza

Esa amenaza es la que, en el plano emocional, se traduce en un aumento exponencial de la ansiedad. “La ansiedad equivale al cociente de la percepción de la amenaza dividido entre la percepción de los recursos para hacerle frente. Por eso, cuanto más alta es la amenaza y más pequeño es el recurso, más grave es la ansiedad”, señala Soler Labajos. Así, si la amenaza consiste en que un dirigente pueda matar a diestro y siniestro y percibimos que no podemos hacer nada para evitarlo, la ansiedad será extrema, lo que provocará sensación de pérdida de control, crisis de pánico o bloqueo. Sin embargo, si percibimos que tenemos recursos para paliar esa amenaza, la ansiedad será menor. “En cualquier caso, la ansiedad causada por el hecho de identificarnos con las víctimas no desaparecerá”, indica.

De hecho, poder hacer algo para paliar la barbarie es una de las formas de atenuar la ansiedad y de satisfacer, al mismo tiempo, nuestras necesidades altruistas. Es el caso del acogimiento o la ayuda a refugiados, por ejemplo. “Es una de las pocas oportunidades en las que podemos conectar directamente con las personas que reciben nuestra ayuda. Por lo tanto, podremos recibir un retorno directo de nuestra conducta altruista. No obstante, es importante que cualquier tipo de ayuda que prestemos sea canalizada por organismos oficiales u organizaciones humanitarias”, indica Enric Soler Labajos.

Sin embargo, el acogimiento o la ayuda a refugiados no es la única reacción que está provocando el conflicto en nuestra sociedad. “El ser humano es todo menos coherente: incluye sus propias contradicciones. Queremos salvar al otro, pero muchas veces queremos hacerlo para salvarnos a nosotros mismos”, señala José Ramón Ubieto, psicoanalista y también profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC.

“Ese altruismo espontáneo ya lo vivimos durante la pandemia: al tiempo que aplaudíamos a los sanitarios, queríamos tener todas las garantías personales (comida, cuidados, asistencia, movilidad y vacunas) para salvarnos individualmente”, indica, en referencia al acopio de aceite de girasol que agotó este producto en algunos supermercados cuando se tuvo noticia de que Ucrania era uno de los principales productores. En opinión de Soler Labajos, esta reacción también está relacionada con un intento de calmar la ansiedad. “No es egoísmo en sí. Entiendo el acopio como una forma de atenuar nuestra ansiedad, como un modo de hacer algo para pasarlo menos mal”, señala.

 

El efecto en niños y adolescentes

El sentimiento de amenaza y angustia por la realidad que se está viviendo en Ucrania es común entre un alto porcentaje de adultos. Pero ¿qué ocurre con los niños? ¿Cómo viven ellos esta situación? José Ramón Ubieto lo explica con un ejemplo: una madre le pide a su hijo de seis años que cuide de su hermana de tres en una fiesta de cumpleaños para que no sufra daños. La respuesta del niño es una pregunta preocupada: "Mamá, ¿vamos a Ucrania?". "Este pequeño ejemplo nos da una pista de cómo un asunto global, presente cada día en los medios, con implicaciones varias y que pone en juego la muerte y la destrucción, nunca pasa desapercibido para los niños. A los niños les afecta con miedo, en función de lo que captan en sus padres, ya que son una placa sensible", indica.

Tampoco para los adolescentes pasa desapercibido. De hecho, les afecta más a partir de las comunidades virtuales (TikTok o Instagram) y de amigos a las que pertenecen, donde estos asuntos también aparecen. "Los propios adolescentes ucranianos han usado estas redes sociales para hablar de la guerra y combatir así sus propios miedos y temores. En esta guerra se ha hecho evidente que las redes sociales son ya un arma bélica más y que forman parte de la propaganda del conflicto. La misma Casa Blanca reunió a treinta estrellas de TikTok para darles claves sobre lo que está ocurriendo en territorio ucraniano desde la invasión rusa con el fin de frenar la propaganda del Kremlin y aconsejar a los jóvenes sobre un buen consumo de la información", recuerda José Ramón Ubieto, autor de El mundo pos-COVID. Entre la presencia y lo virtual.

El efecto en ellos dependerá del momento de la adolescencia en el que se encuentren y de las diferencias individuales. En opinión de Enric Soler Labajos, "sentirán rechazo hacia el mundo de los adultos, o bien pondrán en marcha mecanismos evitativos y se encerrarán en sí mismos o entre iguales, en un intento de evitar conectar con el sufrimiento que los adultos están viviendo tras dos acontecimientos tan graves como una pandemia y una guerra, que nos han cambiado y nos cambiarán la vida para siempre".

Beatriz González

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