Por qué personas como el padre Miguel Pajares se juegan la vida ayudando a los demás

El primer europeo en morir a causa de la epidemia de ébola en África Occidental ha sido el español Miguel Pajares, miembro de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Como tantos otros misioneros, este hombre de 75 años nacido en un pequeño pueblo de Toledo había dedicado su vida a ayudar a los más desfavorecidos. Pero, ¿por qué se juegan la vida algunas personas para ayudar a los demás?

El padre Miguel Pajares.
El padre Miguel Pajares.

Mucho se ha discutido acerca de las medidas de seguridad adecuadas, de si debía o no repatriarse al enfermo, de a quién le corresponde hacerse cargo de los gastos… Ahora bien, uno de los aspectos más importantes y menos tratados es el motivo de la decisión del religioso. ¿Qué llevó a este toledano a dedicar su vida a los más desfavorecidos?

El Confidencial Digital se ha puesto en contacto con tres personas que, por su cargo, estudios y experiencia, pueden ayudar a comprender mejor esta cuestión. Son Jaime Bará, subdirector de Cooperación Internacional de Cruz Roja, Guillermo Fouce, profesor de psicología de la Universidad Carlos III y presidente de Psicólogos Sin Fronteras, y Alejandro Néstor García, Profesor de Sociología en la Universidad de Navarra.

En opinión de Jaime Bará, subdirector de Cooperación Internacional de Cruz Roja, los motivos que llevan a una persona a dedicar tiempo y esfuerzo a ayudar a los demás son muy diversos. Su organización lleva 151 años dedicándose a ello, por lo que conoce bien el tema. Todos los voluntarios de Cruz Roja, asegura, comparten el mismo principio: socorrer a los necesitados.

Por desgracia, en ocasiones esa dedicación desinteresada tiene consecuencias fatales,  como le ha pasado al Padre Pajares. Aun así, estas personas altruistas conocen perfectamente los riesgos a los que se enfrentan, y lo hacen de forma voluntaria. En todo caso, no es lo común que los participantes fallezcan.

Preguntado sobre el por qué de esa actividad en la que no se recibe nada a cambio, Bará matiza: no se obtiene nada material, pero sí una profunda satisfacción personal. Para ello hace falta vocación de ayudar a los demás, de aportar algo a la sociedad de forma gratuita. Pese a que no haya una contrapartida económica, su valoración es contundente: “son cosas impagables”.

La elección del adjetivo impagable es doblemente acertada. Por un lado, la satisfacción experimentada no tiene precio, va más allá del dinero. Por el otro, la remuneración sistemática a todos los voluntarios sería, en su opinión, imposible.

“Cruz Roja tiene más de 208.000 voluntarios solo en España, sería inviable pagarles a todos”. De cualquier modo, la gran mayoría no desea un sueldo, sino que lo hace de forma gratuita. Muchos, asegura, podrían cobrar en su posición, pero no lo desean.

Su organización, que tiene presencia en tres de los cuatro países infectados, no retirará a los voluntarios allí destinados. Aumentará las medidas de seguridad, prevención y la difusión de información.

Sorprendentemente, la respuesta al llamamiento que Cruz Roja ha hecho para prestar ayuda en los países afectados ha sido “sobresaliente, magnífica”. Lejos de amilanarse, los ofrecimientos de apoyo de la población española han sido masivos. En los momentos difíciles, sostiene Bará, sale a relucir lo mejor de las personas. “La gente ayuda a la gente, quiere colaborar”.

La postura del subdirector de Cooperación Internacional es clara: los españoles son excepcionalmente solidarios. Pone como ejemplo la respuesta al 11-M, cuando se colapsaron los centros de donación de sangre. “Cuanto más se necesita, más responde la gente. Todo el que puede, ayuda”.

El presidente de Psicólogos Sin Fronteras y profesor de psicología de la Universidad Carlos III de Madrid, Guillermo Fouce explica que las acciones pueden dividirse en dos grandes grupos: en primer lugar, los centrados en uno mismo y los grupos con que nos identificamos; en segundo, aquellos dirigidos al exterior, a cambiar el mundo, la realidad.

Se puede hablar de dos motivos básicos: morales o religiosos. En ambos casos la acción es altruista, pero el segundo, especialmente en el caso de los misioneros, representa un modo de vida. Lo más común, mantiene, es que las personas que se dedican a esto lo hagan por motivos morales

Coincide con Jaime Bará en que las motivaciones son complejas y no se pueden simplificar. En acciones solidarias o altruistas también pueden intervenir razones autocentradas, como el interés por viajar, relacionarse o aprender. En todo caso, siempre resulta rentable para uno; de lo contrario, no se seguiría haciendo.

Esas características pueden observarse en las diferentes culturas, según Fouce. En las sociedades capitalistas, priman los valores autocentrados, mientras que en las colectivistas importa más el bien común. España, que tradicionalmente había sido colectivista, está convirtiéndose en individualista, un modelo más propio del mundo anglosajón.

Para el profesor de la Carlos III, las situaciones traumáticas como crisis económicas o catástrofes naturales refuerzan la solidaridad social; sin embargo, esto no es del todo aplicable a los conflictos bélicos, para los que se requiere primero eliminar el foco de peligro.

España es un buen ejemplo de esto, asegura. La crisis económica es una catástrofe, pero ahora hay mayor solidaridad de la que ha habido nunca. En su opinión, la gente se está volcando en ayudar, y es eso lo que evita que haya grandes conflictos sociales.

“Menos mal que esas reacciones de solidaridad sostienen la cuerda, pero todavía estamos al borde del precipicio”, concluye.

Para Alejandro N. García, profesor de Sociología en la Universidad de Navarra, el altruismo es algo que se practica de forma común en el día a día del ámbito familiar. La vinculación afectiva lleva a que se identifique a los otros como parte del propio ser. Ejemplifica con la palabra “prójimo”, que significa próximo, referido a las otras personas.

El profesor de Sociología de la UNAV explica que, a partir de convicciones religiosas o compromisos morales, hay personas capaces de extender esa afectividad al conjunto de la humanidad, lo que les lleva al altruismo. Pone como ejemplo la evangelización, la dedicación de la vida a propagar un credo que se cree ayudará a los demás.

Cuando se pone la vida en juego, como en el caso del Padre Pajares, o el de los cooperantes internacionales, tiene que haber un compromiso muy fuerte, una motivación vital. Ese círculo de solidaridad se extiende, y se llega a comprometer la existencia para ayudar a otras personas.

“No hay que verlo como una relación en la que se da para recibir, igual que una madre no espera que sus hijos le devuelvan lo que ha hecho. Se da porque eres parte de lo mío, te he identificado como un prójimo. Se ofrece de forma gratuita; es una relación de solidaridad, no de transacción.”

El altruismo, según García, ha crecido en los últimos siglos, a medida que lo han hecho las comunicaciones. Gracias a los medios, ahora hay un mayor conocimiento de lo que pasa en el mundo, lo que permite actuar en diferentes partes del planeta. Antes los círculos de solidaridad eran más cercanos.

No obstante, esta mayor visibilidad también representa una amenaza. Es lo que en sociología se conoce como “efecto narcotizante”: “de alguna manera, te inmunizas, porque ya no te sorprende. Eso pasa con las noticias, con las causas solidarias. Si tú estás muy acostumbrado a la muerte, a ver escenas que tienen verosimilitud de ser reales, te inmunizas un poco.”

No pasa lo mismo con la propia experiencia. “Cuando tú has experimentado dificultades o penurias quedas muy agradecido con los que te han ayudado, y tienes conciencia del valor que tiene eso. Cuando ves a otro en esa situación, te identificas más fácilmente, y estás mucho más concienciado, por lo que actúas más fácilmente”.

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