Los retoques de Belén Esteban abren el debate: ¿es un pecado ser imperfectos?

¿Qué hay detrás de la cirugía estética? ¿A qué problemas responde y qué problemas genera una práctica ya extendida y aceptada socialmente? Del nazismo a Belén Esteban, siempre ha provocado controversia.

-         “Dios no hizo su obra para que el hombre la arreglara”, dijo un poeta inglés. La cirugía estética ha generado controversia desde sus mismos inicios. En época moderna, buscó recomponer la nariz reconcomida de los sifilíticos. Generaba críticas por aplicarse a ladrones, desertores y adúlteros a los que se les cortaba también la nariz como castigo. A partir de la época napoleónica, y notablemente a partir de la Primera Guerra Mundial, la cirugía plástica conoció gran desarrollo y legitimidad para paliar los efectos de las heridas de la guerra. Pero, después de la Segunda Guerra Mundial, volvió a estar bajo sospecha: se asociaba a los antiguos nazis que se esforzaban por cambiar su identidad. Por otra parte, la cirugía estética –que surgió para la nariz, confirmándola como gran obsesión humana- sirvió por mucho tiempo para propósitos sospechosos de mejora de la raza: se trataba de alterar la forma de narices judías, negroides o irlandesas. En los sesenta y setenta, las mujeres vietnamitas se retocaban cuerpos y caras para parecer más occidentales y gustar más a los soldados ocupantes.

-         Para dar testimonio de la fijación de las personas por la estética corporal, baste pensar que la mayor parte de la cirugía estética ocurre en épocas anteriores a las técnicas modernas de anestesia.

-         Las modas cambian, sin embargo, y varían los cánones estéticos. A veces lo hacen con una rapidez sorprendente. La nariz respingona de los irlandeses sería después el modelo para las rinoplastias. En cuanto a pechos, los veinte privilegiaron el pecho pequeño de la mujer liberada; en los cincuenta volvió la mujer de pechos generosos; en los sesenta, los modelos de belleza tuvieron pechos poco prominentes; los ochenta fueron un triunfo para la silicona; los noventa, con sus modelos casi anoréxicas, pusieron de moda el busto pequeño. Los cánones varían, en fin, a cada poco tiempo, y también según los lugares.

-         Durante buena parte del siglo XX, la medicina alemana, de vocación higienista, contribuyó a extender la noción –todavía muy seguida en partes de Europa y Sudamérica- de que el busto pequeño era sinónimo de raza aria, superior al busto generoso, los labios carnosos y la piel morena de las mujeres latinas y católicas. Ahora, con la generalización del aumento de pechos, parece haberse roto ese paradigma. Pueden triunfar los rasgos marcados, de los labios de S. Johansson a la nariz de B. Streisand. En las operaciones se puede pedir por el nombre la sonrisa de Elsa Pataky o el trasero de Antonio Banderas.

-         Curiosamente, en un tiempo en que parecen predominar las artes de “ser auténtico” y “expresarse a uno mismo”, cada vez más desean modelarse no sólo según los famosos sino en testimonio de descontento con su propio físico. Según los estudiosos, la igualdad de sexos no ha relajado la presión ejercida sobre las mujeres para ser más guapas. También necesitan serlo en el trabajo. La igualdad de derechos ha redundado en que los hombres también son conscientes de su imperfección corporal y se hacen arreglos. En cuanto a las mujeres, hay quien opina que, en realidad, no ha existido edad más cruel que esta para ser fea o vieja. En “The Broken Compass: How Left and Right Lost Their Meaning”, Hitchens dice que la cirugía estética triunfa entre las mujeres también por cuestión laboral: cambiado el duro trabajo de la maternidad por “la esclavitud de la oficina”, alega que, con gran frecuencia, la belleza y el ser “sexy” son activos vitales en el trabajo.

-         En ciertos círculos sociales, ya no se sabe cómo es naturalmente una mujer de cincuenta o de sesenta años. Se llegan a hacer liftings “preventivos”. El caso de Demi Moore, que confiesa haber gastado más de medio millón de dólares, es elocuente. Afirma que no hay papeles de cuarenta y se le ha respondido que no hay papeles para mujeres de cuarenta años en cuya cara se nota la huella de más de medio millón de dólares en cirugía. Es uno de los problemas: es difícil parar cuando uno comienza las operaciones. Si una mujer se pone implantes en los pechos a los veinte años, a los cuarenta la nueva operación será peor. Operarse de arrugas a los treinta no implica que uno no se opere de las arrugas a los cuarenta.

-         El fenómeno más reciente en cirugía estética no son las nuevas técnicas sino su visibilidad y transversalidad. Hace unos años que el gran tabú es mencionable en público y se lleva con ostentación el haberse operado. Este fenómeno ha coincidido con otro: cuanto más bajas son las rentas, más rentas se dedican a la cirugía estética. Ya no es, ni mucho menos, cuestión privativa de clases altas.

-         La tradición médica alega que vanidad no es motivo suficiente para la cirugía. Pero hoy se han difuminado las fronteras entre cirugía y dermatología. Entre “congelar” una verruga y hacerse un lifting, ¿dónde está la diferencia moral entre intervención y arreglo? Se traza la frontera en la anestesia general.

-         “A los cuarenta años, cada uno es responsable de la cara que tiene”, decía un clásico. Esta noción es parcialmente real, en el sentido de que las expresiones faciales y las experiencias vitales dejan su huella en la fisonomía de cada uno, que narra nuestra actitud hacia la vida. De ahí surge un gran prejuicio contra la cirugía estética: el sentimiento de que nuestras facciones no son arbitrarias sino que revelan información sobre nuestra personalidad, y que alterar esas facciones implica alterar esa información. Siempre se ha considerado que la belleza tenía más que ver con nuestra cara manejada por sus expresiones que por la armonía de los rasgos: por eso puede haber belleza en los rostros ancianos, pura personalidad y carácter.

 

-         La felicidad, según el historiador de la cirugía S. Gilman, es el propósito de toda cirugía estética. Se actúa sobre aquella parte del cuerpo en la que objetivamos nuestras carencias y frustraciones. Gilman afirma que las intervenciones son curas quirúrgicas para lo que casi siempre son problemas psicológicos –puro y simple descontento.

-         En el debate entran más cuestiones. En primer lugar, la consideración de la vida como posibilidad ilimitada, la tiranía del ideal de la juventud en conjunción con la tendencia hipercompetitiva actual a ser cada vez mejor de lo que éramos y somos.

-         En segundo lugar, cada vez hay más distorsiones del ‘yo’: imágenes públicas en redes sociales, perfiles laborales y demás, parece que nuestros cuerpos traicionaran la imagen que queremos presentar al mundo de nosotros mismos. Ese desfase entre imagen y cuerpo es algo que sólo puede arreglar un cirujano. En realidad, en mayor o menor grado es común sentirse un poco Cyrano de Bergerac: un alma delicada encerrada en un cuerpo imperfecto por un rasgo o vulgar en general. La pregunta es si Cyrano habría tenido esa alma delicada de haber sido corporalmente perfecto, si su propia imperfección no le ayudó a desarrollar otras competencias en materia de sabiduría humana y emociones.

-         El problema no es sólo de cirugía estética. Estamos en “La edad del perfeccionamiento personal”. Cada vez se nos exige más y exigimos más de nosotros mismos y de nuestros hijos. La mitad de los ciudadanos de EEUU aprueba las técnicas biomédicas que lograrán hacer que nuestros hijos sean más altos, más deportivos o que tengan gran inteligencia matemática. Laboratorios como www.xytex.com, un banco de donantes de esperma, permiten rastrear perfiles completísimos de donantes según lo que la electora quiera. Para el caso de donantes de óvulos, llegan a pagarse 50000 dólares por un óvulo de estudiante de Harvard. En la aludida página pueden consultarse los perfiles, que incluyen fotografías y un historial médico completo del donante y de toda su familia, con minuciosidad y prolijidad pasmosa. Lo curioso es que, en esa página, alguien como Joseph Stalin hubiese sido descrito como “caucásico, alto, de excelente salud, dentición y vista, gran inteligencia y capacidad de liderazgo”. Por otra parte, para hacer un Alejandro Sanz no se necesitan los genes de Alejandro Sanz sino los de sus padres. En fin, Alejandro Sanz o Nicolas Sarkozy, ambos por debajo del 1,80, no podrían donar esperma y, en teoría, quedarían desterrados de la posibilidad de existir.

-         Así, al margen de que la inteligencia abstracta o la capacidad física también en abstracto no predeterminen nada, se abre la controversia sobre algo que está ya ahí, al alcance de la esquina. Que haya tanta ampliación social sobre la mejora genética de la especie humana implica que nadie querrá quedarse atrás o que habrá personas ‘a’ o ‘b’ según se pueda pagar por las mejoras. Queda además saber si el hecho de mejorar con la medicina algunos rasgos –hablamos de medicamentos, en este caso- no servirá para frustrar otros: de ahí tanto debate actual en torno, por ejemplo, a los medicamentos que influyen sobre la memoria para evitar el estrés postraumático o que mejoran el rendimiento intelectual extraordinariamente. La moral tradicional postula la cautela a la hora de mejorar unas capacidad humanas que son “dones”, y alerta contra la soberbia de esas mejoras –hasta ahora, los padres querían a los hijos por ser sus hijos, no por ser pequeños supermánes. Para vivir y ser estimado, no es un pecado el ser imperfectos.

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