EN PAUSE CON MANUEL BORJA-VILLEL, director del Museo Reina Sofía

“Es irónico y preocupante que este mundo global cada vez acepte menos el disenso y la diferencia”

Manuel Borja-Villel lleva diez años al frente del Reina Sofía y acaba de renovar su mandato. A las puertas de ARCO, hablamos con el artífice de que el museo haya subido posiciones en el prime time del arte contemporáneo internacional en esta década prodigiosa

Tras una década al frente del museo, su director sigue mirando al presente con un pasado constructivo y eficaz.
Tras una década al frente del museo, su director sigue mirando al presente con un pasado constructivo y eficaz.

Hay académicos con los que puedes tomarte un café sin necesidad de sentir el desbordamiento humillante de tu incultura… Existen. Manuel Borja-Villel es uno de ellos. Baja al ring desde la estratosfera del pensamiento. Boxea contra el cortoplacismo salvando a la cultura de esta epidemia de Sálvames que convierten en espectáculo hasta el oro que tocan. Más de una década dando lustre al Reina Sofía. Con Zapatero y con Rajoy. Con Ciudadanos y Podemos. Sabe que esta casa de España donde el Guernica plantó su fusil es un icono de la cultura sin sucedáneos y de la libertad sin populismos del todo a cien. Concretamente romántico. Filosófico, experto y gestor. Historiador con vocación de contar hasta la última palabra verdadera del arte. Social. Valenciano de sangre, catalán de formación, madrileño converso, universal de cabeza. Entre la abstracción, el cubismo, la figuración de Bacon y el pueblo llano. Lejos del surrealismo en lo personal. Si acaso, en todo caso, con unas gotas de ironía intelectual estilo Magritte...

Llevar la batuta de una casa en la que conviven Picasso, Dalí, Miró, Berlanga, Luis Buñuel y paisanos con ojos como platos debe ser interesante, intenso, impagable. Digo yo. Conseguir que aquello no acabe siendo la choza de una Bernarda Alba pop art es un logro que porta en su pechera Manuel Borja-Villel, un académico divulgativo esteta, acostumbrado a convertirse en interlocutor de andar por casa, ofrecerte su correo, re-explicar lo que haga falta.

Es miércoles, y hace más frío que en la sala del Guernica. Usted está aquí: en la quinta planta de la sección de oficinas del Museo Reina Sofía. En las antípodas de este edificio está la puerta al arte de nuestro tiempo. Allí, decenas de niños hacen cola con sus profes y sus seños. Unos con uniformes. Otros de excursión. Hay vida entre estas paredes gruesas donde al arte contemporáneo irradia con fuerza.

El director del Museo es don Manuel, pero su gente le llama Manolo. Ni Escobar, ni el del bombo. Manolo, el jefe desde hace diez años y de la casa casi de toda la vida.

Un café de máquina. Un vaso de agua. En su despacho, mientras entra el poco sol de febrero por estas cristaleras que no le separan del mundo, desenfundamos la paleta de preguntas. ¿Un Kandinsky? ¿Un Rothko? ¿Un Juan Gris? ¿Un Pistolleto de esos de zafarrancho de orden y limpieza?

Entrevistamos al colgador de lienzos del pasado reciente, el presente continuo y el futuro incondicional sobre las paredes de España. Un cazatalentos de brocha fina.

El Observatorio de Cultura de 2018 le da un oro al Reina Sofía como la institución cultural más valorada. No está mal para celebrar su décimo cumpleaños al frente del museo.

Está muy bien, porque ratifica un trabajo colectivo de largo recorrido. La valoración general del museo en los últimos años, tanto en el ámbito de la crítica, como entre el público, ha sido muy positiva, en España y fuera de España. De todas formas, hay que tener en cuenta que las valoraciones son puntuales. Alguien dijo que los galardones ni se piden, ni se declinan… A nosotros nos sirven para ser autocríticos y seguir avanzando. También es importante saber que los barómetros responden, en general, a aquellos aspectos que son más fácilmente cuantificables. Hay todo un trabajo de fondo que no siempre produce resultados evidentes a corto plazo, pero que es fundamental.

También dice ese barómetro que Madrid gana fuerza cultural, mientras que la pierde Cataluña. Usted que conoce bien ambas realidades artísticas, sociales y políticas, ¿cómo lee este dato?

Llevo diez años en Madrid, pero he trabajado durante dos décadas en Barcelona, en la Fundación Antoni Tàpies y en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona. El catalán es mi lengua materna… Barcelona siempre ha sido un lugar donde se hacían proyectos alternativos. En estos momentos, por diversos factores que no son de hace dos días, lo cierto es que ha perdido esa posición respecto de Madrid, que se ha convertido en una ciudad de acogida. En Madrid se encuentran, sin duda, los grandes equipamientos del Estado, pero también es un lugar en el que la gente ocupa la calle y la hace suya. La crisis económica y política de los últimos años ha influido, pero la cosa viene de más lejos. Hace años criticamos allí mismo un modelo cultural y económico con enfoques demasiado dirigidos a las industrias culturales y del turismo que no favorecen el humus cultural.

 

¿Pero allí hay más burguesía revolucionaria que en este Madrid de los Austrias, no?

Quizás. Pero el problema es que hoy esa burguesía ilustrada revolucionaria a la que se refiere ya no existe, o es minoritaria. Y ese no es un fenómeno exclusivo de Cataluña. Es global.

El Reina Sofía sigue fuerte, pero sigue sin contarnos en su colección permanente qué arte pasa después de los 80… ¿No ha pasado gran cosa en estos años?

Vamos contando esa historia en presentaciones puntuales de la parte contemporánea de la colección. El año pasado hicimos una muestra con fondos de la colección titulada Ficciones y Territorios que se centraba en el arte producido en las dos primeras décadas de nuestro siglo. En 2013 organizamos otra muestra, Mínima Resistencia, en la que se analizaban las prácticas artísticas de las décadas de los ochenta y noventa. Dicho eso, la elipsis en la colección permanente que menciona tiene una razón objetiva muy clara. En 2010 comenzamos un plan de reordenación que, por supuesto, empezaba con las vanguardias históricas, continuaba con la postguerra y las denominadas segundas vanguardias y debía concluir con el período contemporáneo. Solo que esta última sección nunca llegó a completarse, porque para ello necesitábamos adecuar la planta 0 del edificio de Sabatini y, cuando se iban a acometer las obras, nos cogió la crisis y los consiguientes recortes presupuestarios. Afortunadamente, el Ministerio de Fomento ha incluido una partida en sus presupuestos y en el 1% cultural para acometer las reformas. Ya se ha realizado el proyecto básico arquitectónico y tenemos previsto concluir las obras a fines de 2020.

Desde los 80 hasta ahora han pasado muchas cosas en la sociedad y en el arte. No debe ser fácil poner un nombre propio a esta etapa artística. ¿Tiene, al menos, un hilo conductor?

En los últimos cuarenta años han pasado muchas cosas: la llegada de Thatcher y Reagan al poder, la apertura del Pompidou, la caída del Muro de Berlín, el auge de las nuevas tecnologías, la "financiarización" de la economía, los movimientos antiglobalización, el ataque a las Torres Gemelas, la gran crisis de 2008… Esta época sin ismos claros no tiene nombre a nivel artístico, pero eso no significa que no haya habido un cambio de paradigma cultural, aunque no se haya historiado bien. Parece como si nuestra época fuera una etapa ecléctica donde se mezcla un artista chino con uno hindú… Y no, artísticamente es una etapa diferente muy clara, donde se pasa, por ejemplo, de un interés por la técnica, a la primacía de los formatos…

El formato dominante hoy es la instalación, algo teatral, donde conviven medios muy diversos: vídeo, pintura, objeto, etc... El paradigma ahora es diferente. Si antes el eje era el autor, en estos momentos el espectador tiene una posición más central. Para toda sociedad es esencial entender su propia época, pero también sabemos que nadie es contemporáneo de sí mismo, que es necesario ser un poco anacrónico para aprehender el momento histórico en el que se vive. Así, en un período hipertecnificado como el actual, en el que parece que poseer el último modelo de iphone es una garantía de felicidad, el museo, que tiene algo de anacrónico, puede ser un espacio privilegiado desde el que observar y, quizás, transformar nuestro propio tiempo.

¿Cuántos artistas contemporáneos saben decir "no sé"?

Siempre he creído que los artistas constituyen nuestra tabla de salvación. Ya sé que es muy romántico… Pero sí, diría que nos cuesta aceptar los límites de nuestro conocimiento, aunque creo que los artistas son los que menos problemas tienen en este sentido, ya que suelen vivir en una duda permanente. Pero, por desgracia, nos encontramos en una época en la que la gente busca seguridades que a menudo vienen impuestas o determinadas por el mercado. Desde esta institución noto que a veces los propios visitantes tienen miedo a lo desconocido y vienen al museo más a "reconocer" un nombre o una imagen que a descubrir. Existe un cierto miedo al ridículo. Yo mismo he ido a algún museo y he preguntado si esa escoba es arte, o se la ha dejado allí alguien… No pasa nada. El mejor arte es poco fotogénico y poco reconocible, difícil de reproducir y de identificar con una marca.

¿Cuántos directores de museos saben decir "no, aunque nos dé dinero"?

Eso cuesta más… De hecho, ya es una tendencia en los museos que se sustituya a los profesionales del arte por profesionales de la gestión. Todos gestionamos, pero para ese nuevo perfil de gestores la prioridad es la parte contable. Cuando eso sucede, es imposible decir que no… De todas formas vivimos en un mundo que funciona como funciona y a veces decir que no incluso es fácil, porque tiene algo de romántico, pero no es tan práctico cuando se pone en riesgo a la institución. Lo ideal es buscar soluciones alternativas de apoyo y financiación para las prácticas artísticas que circulan fuera del radar y cuesta más que encuentren respaldo económico y oportunidades para la exposición, y es lógico. ¿Cómo podemos conseguir que aflore lo gris, lo que está fuera del radar, lo que todavía no tiene valor? A veces debemos decir que no, pero no es suficiente.

¿Cuántos críticos de arte son ya parte del sistema?

En cierto modo, todos somos parte del sistema. En una época en el que nuestra propia subjetividad es susceptible de transformarse en una mercancía, se hace muy difícil pensar en un “afuera”. La precariedad laboral de una parte de la crítica tampoco ayuda. Es difícil tener objetividad o perspectiva cuando se ha de alternar crítica con comisariados o asesorías, por ejemplo. Pero, dicho eso, en ese sistema hay fisuras y márgenes, y en esos huecos, sin duda, hay críticos independientes… Y comisarios y directores de museo...

¿Qué lugar ocupan, de verdad, los museos en lo que la gente de la calle entiende por cultura?

Le diría que son centrales, pero a veces me planteo si la mía es una visión subjetiva, porque yo estoy aquí… La cultura tiene hoy una centralidad de la que no había gozado en otras épocas, y la mayoría reconoce que social y económicamente es muy importante. Quiero creer que los museos son especialmente trascendentales. En parte lo son porque tienen algo de anacrónico. Muchas de las piezas de este museo se podrían apreciar aparentemente mejor en su versión digital, pero hay algo de nuestra relación con el arte que tiene que ver con la escala, con el propio cuerpo, con el hecho de recorrer el espacio circundante, de descubrir... que es irremplazable.

Mantener un ritmo lento de reflexión e interpelación ante la presión de las industrias culturales y el turismo es un reto para todos los que nos dedicamos a esto. Un modelo interesante es el de las grandes universidades americanas. Tengo un amigo, profesor de Princeton, que tiene un despacho el doble de grande que este y un salario fijo sólo para pensar. ¡No le piden nada! Ese “lujo” de lo que aparentemente no sirve para nada es absolutamente esencial en la cultura.

Anotaciones

Tengo la impresión de que en la agenda política, los Goya tienen más fuerza que los museos, porque los políticos tienen miedo a los actores con pancarta y los museos son pacíficos…

No estoy seguro de que los museos sean todos tan pacíficos. En todo caso, la fuerza política, el lugar que ocupan los museos en la sociedad, es distinto al del cine, pero su visibilidad no es menor. Más de 6 millones de personas visitaron el año pasado el Prado, el Thyssen y el Reina Sofía, por citar solo las tres grandes instituciones museísticas de Madrid. La economía que se genera a partir de nuestras propuestas es importante y nuestras colecciones y exposiciones generan opinión.

¿El Ministerio es cada vez más Educación y su Cultura es como un segundo plato?

El segundo plato, el que viene después de los entrantes, es el principal, ¿no?... Siempre he defendido que la cultura debe tener su propio Ministerio, por su especificidad y el valor simbólico de que así sea. En todo caso, y por lo que atañe al Reina Sofía, no me parece que la cultura sea un segundo plato, todo lo contrario. El actual ministro entiende la importancia de la cultura y apoya este museo siempre que tiene ocasión.

Usted llegó al Reina Sofía hace una década y se ha convertido en lo más permanente de la cultura española. ¿Es fácil lidiar con el bollo político sabiendo que los ministros pasan y los expertos permanecen?

Yo llevo diez años. Miguel Zugaza estuvo 15 al frente del Prado y Guillermo Solana está desde hace 13 en el Thyssen. En los 90 se cambiaban a los directores cada vez que había un relevo en el Ministerio, también porque las instituciones eran muy jóvenes y había una ansiedad tremenda. En instituciones grandes como estas es evidente que hace falta una continuidad, que no perpetuidad, para que cuaje el trabajo. En general, la política suele ser cada vez más cortoplacista y esto choca con la necesidad de que los proyectos educativos y culturales se construyan a largo plazo. Esta continuidad en los equipos me parece esencial.

César Antonio Molina, Ángeles González-Sinde, José Ignacio Wert e Íñigo Méndez de Vigo. Una obra del Museo para explicar qué ha supuesto cada uno de ellos para el Reina Sofía…

Hay una en la que todos han estado implicados: el Guernica. He de decir que cada uno ha tenido una tendencia distinta, pero, al menos desde que yo estoy, el Reina Sofía ha vivido una autonomía institucional extraordinaria y mi relación con los cuatro ministros, cada uno de un color, ha sido y es excelente.

¿La cultura le interesaba más a Zapatero que a Rajoy?

Eso se lo tendría que preguntar a ellos…

¿Ciudadanos tiene discurso cultural de peso?

Tenemos muy buena relación con los representantes de los grupos parlamentarios y una de las primeras cosas que hicieron los miembros de la Comisión de Cultura fue venir al Reina Sofía. Me consta que existe consenso entre todos los grupos parlamentarios respecto a las tres grandes instituciones culturales del Estado: Biblioteca Nacional, Museo del Prado y Reina Sofía.

¿La cultura de Podemos es Cultura?

Toda la cultura es cultura, por supuesto. Unos ponen más el énfasis donde está la luz, otros en esa materia oscura que no se ve y de la que no se habla, pero que es fundamental para entender la sociedad...

Usted alabó el 15-M como la gran mayoría de los intelectuales españoles de entonces. ¿El arte contemporáneo necesita un 15-M? ¿Se ha aburguesado? ¿Ha perdido ese encanto revolucionario?

No existe un arte contemporáneo, hay muchos. Si se refiere al arte de las grandes subastas o al que está dominado por las industrias culturales, evidentemente se ha aburguesado, en el sentido en el que usted utiliza el término. Pero, por otro lado, existe toda una serie de prácticas artísticas que no parecen haber perdido su capacidad de incidencia social y menos en un período tan autoritario como el actual. Por desgracia, el escrache que sufrió Judith Butler en Río de Janeiro, o la petición de que se cerrase el Museo de Arte Moderno de Sao Paulo por las supuestas ofensas a la moral pública de un performer siguen siendo de gran actualidad. Existe una regresión general en término de libertades. No sé si el arte ha perdido su encanto revolucionario o no, pero lo que es cierto es que en el mundo global en el que vivimos se acepta cada vez menos el disenso y la diferencia. Eso, además de irónico, es muy preocupante.

¿La macdonalización de la cultura is comming, o is ending?

Comming, no. Ending… eso esperamos porque, al igual que ocurre con nuestros hábitos alimenticios, la macdonalización de la cultura es el final de esta. Por supuesto, la macdonalización de la cultura para mí no tiene nada que ver con la cultura popular, ni con las nuevas tecnológicas, sino con la transformación de los hábitos culturales en estrategias de consumo en las que prima el beneficio sobre cualquier finalidad creativa, educativa e incluso afectiva.

¿El arte del siglo XXI abre brechas sociales, aunque hable de igualdad?

No es cierto que el arte contemporáneo se aleje de la gente porque, aparentemente, sea menos reconocible. Una de las pulsiones del arte moderno ha sido unir arte y vida. En el siglo XXI existen multitud de prácticas que apuestan por un trabajo continuado, no espectacular, con diferentes comunidades o que se desarrollan en contextos sociales y políticos muy concretos en los que intervienen. Tanto, que a veces es difícil saber cuándo acaba el trabajo propiamente político o de mediación social y cuándo empieza el artístico.

¿Usted pinta?

Nada. Intento mirar lo mejor que puedo…

¿Los artistas contemporáneos serán clásicos o trending topics?

Los trending topics, en general, son, por definición, efímeros, a no ser que se trate de artistas que trabajen con la propia idea del trending topic o con los media, como Warhol, o Dalí. Los buenos artistas son “clásicos”. El tiempo no perdona.

Qué aflora más en el escenario artístico contemporáneo:

¿Sabiduría o histeria?

Muy a menudo la sabiduría va unida a una cierta dosis de neurosis y de histerismo… En términos sociológicos, la sabiduría no vende mucho, porque suele ser compleja y gris, incluso aburrida para algunos. La histeria, sin embargo, puede vender más.

¿Fama o poso?

En la sociedad del espectáculo en que vivimos, poso. Pero, cuando me hacía la pregunta, me ha venido a la mente el libro de James Agee y Walker Evans, Let us praise famous men. Lo de “hombres famosos” se refería en este caso a los granjeros americanos empobrecidos a consecuencia de la crisis de 1929 y a la necesidad de dar voz a esas comunidades. En ese contexto le diría que predomina la fama, como sinónimo de visibilidad.

¿Izquierda o derecha?

En general, desde Courbet el artista moderno ha hecho su obra a la contra. La diferencia es que ahora, a menudo, los contenidos no importan. La capacidad del sistema para absorberlo todo es extraordinaria.

Si pusiéramos el urinario de Duchamp en las marquesinas de autobús, ¿usted cree que habría metanoias culturales entre los ciudadanos?

Cuando Duchamp hizo el urinario produjo un cambio de paradigma artístico, pero también legal: el autor ya no hace, escoge. De repente, una cosa que tenía una función, tiene otra. Además, la transformación del urinario en un objeto artístico cuestionaba leyes de importación: lo que Duchamp había decidido que fuese una obra de arte constaba en las aduanas como objeto industrial, sujeto a un sistema de tasación distinta al del arte. El urinario de Duchamp es arte porque interpela y cuestiona las ideas recibidas. Como mediadores culturales los comisarios o diseñadores que hubiesen puesto el urinario en las marquesinas de autobús deberían tener cuidado para que ese poder de interpelación se renovase continuamente.

¿El arte que sólo provoca dónde desemboca?

Depende de la provocación… Si la provocación cuestiona, puede ayudar a descubrir posibilidades desconocidas. Si la provocación solo tiene una función espectacular, desemboca en la nada.

¿Madrid puede ser capital mundial de la cultura en el siglo XXI?

No existe un único centro o capital mundial de la cultura, al contrario de lo que se imaginó en otras épocas. Ya no hay un Nueva York que le robe la idea de arte moderno a París, por utilizar el título del famoso libro de Serge Guilbaut. Existen muchas capitales mundiales de la cultura: Londres, Berlín, Nueva York, pero también Shangai o México. Madrid es una ciudad abierta, con unos equipamientos culturales de primer orden y tiene todo el potencial para convertirse en uno de los focos culturales mundiales y, en especial, en la gran capital cultural del sur geopolítico.

Esta casa es un homenaje al Guernica de Picasso realizado por “segundos espadas” como Juan Gris. ¿Los segundos son los que salvan al arte del oportunismo?

Yo no diría que Juan Gris es un segundo espada… Es uno de los grandes, reconocido en su propia época. Pero, es cierto, que para nosotros los “actores secundarios” son tan importantes como las primeras figuras. Son aquellos que, quizás, no determinaron el discurso de un periodo, pero ofrecen los matices necesarios para entender un tiempo en su complejidad.

¿Qué le dice Borja-Villel a los que ven el Guernica como un fondo para selfies?

Por razones de seguridad y para mantener la calidad de la visita, no se permite hacerse selfies o tomar fotos en la sala del Guernica. Pero, en todo caso, este cuadro ha acumulado tal cantidad de significados a lo largo de su historia que, incluso como fondo, sigue siendo una obra que incomoda. En la sede de la ONU en Nueva York existe una versión textil del Guernica. Normalmente este tapiz está colgado en la entrada del Consejo de Seguridad. Cuando la ONU decidió apoyar la declaración de guerra a Irak por parte de las fuerzas aliadas el tapiz se tapó con una cortina azul para que no se viese.

¿Sabemos entender lo sugerente? ¿Sabemos emocionarnos con lo que no entendemos al cien por cien? ¿Estamos desperdiciando lo que nos muestra el arte contemporáneo por pereza mental?

Toda experiencia estética es enigmática. La obra de arte es como un objeto del deseo que nunca llegamos a aprehender, porque tiene algo de inagotable. Esa es la razón por la que vemos, oímos o leemos una y otra vez una pintura, una composición musical o un poema.

Un director de un museo como este, ¿a quién habla cuando expone? A la gente, a los artistas, a otros museos, a los críticos de arte, al Ministerio correspondiente…

A todos, incluso a uno mismo… No puedes hacer nada si no estás convencido de ello. Pero, a la vez, se llega a una convicción a partir del dialogo con los demás, de saber escuchar las respuestas de los públicos y de los diversos agentes culturales.

¿Qué tiene más de Berlanga: el Reina Sofía o este Parlament?

Si es por los contenidos… no sé qué decirle... En todo caso, desde la remodelación de la colección en 2010 Bienvenido Mr. Marshall, de Berlanga, se muestra continuamente en nuestras salas. Es un autor sin el cual no se pueden entender el arte y la cultura de nuestro país.

Si a usted le colgaran en una pared de aquí, ¿qué título sugeriría al pie?

Siempre he preferido ser el que cuelga los cuadros…

¿Pagar 450 millones de dólares por un posible Leonardo y 200 millones por Neymar es lo mismo?

Es bastante similar. Las dos cosas tienen algo de inmoral.

¿Mucha posverdad entre bastidores?

Mucha posverdad en la sociedad.

¿Está usted vigilante ante la entrada del populismo artístico en el museo, o lo espera con los brazos abiertos?

¿El populismo de izquierda o el de derechas?

Los dos.

La separación entre las denominadas alta y baja cultura ha dejado de tener sentido, si es que alguna vez lo tuvo. En la colección del museo, por ejemplo, conviven y antagonizan manifestaciones de un arte que se diría de élite con otras que se mueven en el ámbito de lo popular. Así una película de Hitchcock de 1954, La ventana indiscreta, dialoga con una pintura de 1950 del artista americano Mark Rothko. Y hasta hace no mucho el visitante del museo podía ver una pintura de Picasso, Los pájaros muertos, de 1912, junto al film de Buster Keaton de 1920, One Week. No se trata de escoger entre un arte de vanguardia y otro popular o al revés, lo importante y urgente es evitar la absorción de la cultura crítica por el espectáculo.

REBOBINANDO

En un berenjenal de efervescencia creativa a toda máquina, el director del Reina Sofía templa el tiempo con parsimonia y ritmo.

Por resumirlo, introduzcamos al Guernica de Borja-Villel en la sala del despiece: antinatural, pero ilustrativa. Si este señor fuera el cuadro al que todos miran, iríamos asimilando así:

Toro: Un director de museo con fuerza, con poderío, con España. Sin cuernos. Pacífico, reconciliador, pero bravo.

Madre con hijo muerto: Manuel se lamenta por los estragos superficiales de la cultura-espectáculo, porque es arte que yace al día después de convertirse en trending topic. O al siguiente.

Paloma: Vuela, pero sin alejarse mucho de las calles del pueblo. Con su ramilla de olivo en la boca. Sin manchar de excrementos personalistas las lunas de los coches que van y vienen por la autopista del arte contemporáneo y la cultura del XXI.

Guerrero muerto: Diez años al frente de un museo ajeno al personalismo castratante. Esa hoguera de vanidades que entierra a los artistas que se vienen arriba y se salen del mundo.

Bombilla: Luz discreta pero permanente sobre un escenario a veces sabio, a veces histérico, a veces desconcertante.

Caballo: Un historiador del Arte que cabalga incluso en tiempos de crisis es un gestor al galope en la pole del hipódromo cultural.

Mujer arrodillada: Antítesis de Borja-Villel en óleo patente. Cuatro ministros de cuatro costales. Cuatro amigos. Un museo libre. Arrodillarse, en todo caso, ante el peso de la historia.

Mujer del quinqué: Hombre con barba iluminando con su afán divulgativo una cultura inmensa, compleja y dinámica en tiempos de loca vertiginosidad.

Casa en llamas: Museo en ebullición.

Hombre implorando: Manuel Borja-Villel exponiendo sus principios e implorando que el cortoplacismo no devore sus tablas.

Flecha oblicua: Libertad que emerge ante las ansias del poder de controlar la cultura y cargarse el invento.

La mujer con los brazos al cielo: Un ministro de Cultura cualquiera en estos años del mandato de Borja-Villel. Agradecido.

Arremangado –literal-, el guardián del Guernica desfila natural, como quien no le da más importancia a las cosas que centrarse en ser un profesional del oficio.

Se cuelga el lienzo. Y a seguir.

 

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