“La televisión puede generar mucho juguete roto y una competitividad enfermiza”

José Sacristán es el espíritu de Miguel Delibes en Señora de rojo sobre fondo gris, desde esta semana en las tablas del Bellas Artes de Madrid. Más de cien rodajes. Más de 25 obras de teatro. A unas semanas para sus 82, rejuvenece mientras envejece entre trabajo y premios de honor

Sacristán de rojo sobre el fondo gris-esperanza de Miguel Delibes Foto: Álvaro García (@algafu)
Sacristán de rojo sobre el fondo gris-esperanza de Miguel Delibes Foto: Álvaro García (@algafu)
Hijo de La Nati. Un Clint Eastwood de Chinchón que empezó a actuar haciendo el indio con la ilusión de jugar siempre a ser mosquetero. Sin caretas detrás del telón. Al pan, pan. Y más pan para los obreros. Un don José Tenorio de las pantallas con cien películas rodadas y vividas. Un don José transgeneracional empeñado en ser Pepe sin vivir como un ídem. Fue landista, lópezvazquista, aunque se declara especialmente dos cosas: espertista y especialista en espantar tontos a las tres. Le habría encantado ser Atticus en Matar un ruiseñor, o Rhett Butler en Lo que el viento se llevó. El viento de los años no se llevó su entusiasmo. Hombre escarlata sobre lienzo realista. Su proyecto ahora es encarnar la inocencia de Miguel Delibes para hablar de muertes, pérdidas, dolores, amores y esperanzas en Señora de rojo sobre fondo gris. Su guinda: igual volver con Concha Velasco a la próxima parada de toda la España que han vivido desde que Adolfo Marsillach les colocó por azar en el mismo vagón de un tranvía.  La segunda parte de Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? -de 1981 a nuestros días- no sería mal trayecto.

Son las 18.00 horas de un miércoles de vuelta al cole y José Sacristán llega al Teatro Bellas Artes con los libros forrados de ilusión. Hoy se estrena a sus casi 82 con Señora de rojo sobre fondo gris para meterse en los tuétanos de su amigo Miguel Delibes. En vaqueros, con una gotera en la rodilla, bajamos hasta el subterráneo del camerino, porque queremos hablar con él detrás del telón.

Estamos en un cuartucho con alma de bar de Chinchón. Sin anís. Dos frascos de Álvarez Gómez, unos pañuelos de papel, unos caramelos y una botella de Bezoya etiqueta negra. No hay bombillas alrededor del espejo. Un jersey rojo de cuello vuelto tendido en el respaldo de mi silla. Unos zapatos de Castilla en una esquina para andar su personaje. A medio metro, Sacristán sin el agua bendita de los focos.

Lleva días hablando con los medios de aquí y de allá, de esto y de lo otro. De rojos y de grises. En rueda. Me complace ofrecerles una conversación más exclusiva verdaderamente a solas, aunque Amparo esté ahí, fuera, con los ojos atentos de esposa y la impropia discreción de una buena representante.

Las entradas de hoy y de mañana están todas vendidas. Un chaval de Guadalajara lleva una hora esperando al maestro para hacerse una foto sin flash. Señoras y señores piden butaca por ventanilla. El teatro empieza septiembre en despegue vertical.

Abajo, en el subsuelo, despegamos un diálogo antes del monólogo con las bellas artes de la conversación natural.

Me sale llamarle don José…

No, no, no. A mí llámame Pepe, no me jodas.José Sacristán_2

Aquí, en el Teatro Bellas Artes, ya hizo Las guerras de nuestros antepasados, de Delibes. Era 1989. ¿Qué Delibes es Sacristán?

Yo vengo de la Castilla campesina, un mundo muy familiar para Delibes, a quien tuve el privilegio de conocer. Coincidía con él en una manera de mirar el mundo y de mirarnos, aunque yo estuviera lejos de su altura intelectual. Conectábamos en nuestra forma de pensar, en nuestra escala de valores. Para mi orgullo y satisfacción, teníamos muchas cosas en común.

 

¿Qué señora de rojo sobre fondo gris está marcada en su vida?

Mi hermana Teresa murió con 46 años y, aunque no supuso para mí lo mismo que la muerte de Ángeles para Miguel, porque son relaciones distintas, su fallecimiento, como el de La Nati, mi madre, a los 77 años, fueron dos hechos que me golpearon fuerte. Mi madre, curiosamente, murió mientras representaba Las guerras de nuestros antepasados y tuve ocasión de hablar con Miguel de las pérdidas, los dolores y los amores.

Desde 1960 está sobre las tablas. El año que viene cumple 60 años de actor profesional. Salvo que seas Clint Eastwood -89 años-, una carrera así es un hito muy heavy.

Sí. Ahí estamos. Lo celebro y lo agradezco. Hace mucho tiempo que elegí este trabajo y ahora no estoy condicionado a que suene el teléfono y decir sí a lo primero que caiga. Mi trabajo y mi vida siguen yendo de la mano. No se entienden por separado.

¿Cómo rejuvenece mientras envejece?

Vigilando de manera espontánea y disfrutando de que los jóvenes cuenten conmigo. Me encanta compartir y trabajar con ellos, y advertir que las motivaciones de este oficio son siempre las mismas, más allá de las variantes técnicas o mecánicas. El amor a la profesión, el coraje, el entusiasmo y seguir contando historias son cuestiones que me unen a ellos y me ayudan a envejecer joven.

¿Con qué directores jóvenes se iría usted al fin del mundo?

He tenido la suerte de trabajar con muchos, y como siempre ha sucedido en el cine español, cada uno es muy diferente, por eso salen tantas propuestas variopintas.

¿Qué queda del crío de Chichón?

Todo. Sin caer en regresiones o infantilismos, procuro sacar de él todo lo que puedo. Cada vez que me enfrento a un nuevo trabajo echo mano de él, como cuando me disfrazaba de comanche en Chinchón. Mi profesión tiene mucho de ese juego del niño que quiere que crean que es un pirata, un gánster, un mosquetero, porque él mismo se lo cree.

Señora de rojo sobre fondo gris es pura esperanza, pero no es muy juego de niños…

El juego está en todo. En la mirada de Miguel Delibes sobre su propia desgracia también hay algo de inocencia de niño.

Dice Wikipedia sobre usted: “Durante toda su vida se ha posicionado a favor de causas justas y en defensa de la igualdad”.

¡Qué barbaridad! ¿Eso dice?

Sí. ¿Dígame en qué causa se ha implicado con toda su alma?

En la de vivir y defender mi territorio y el de los míos. Los míos son la gente de la que vengo, del campo, trabajadores, obreros, y también son las personas que viven en el mundo de la cultura y del espectáculo. He querido defender la justicia y la bondad, aunque me he esmerado particularmente en defenderme de la necedad, para estar protegido contra los tontos.

Usted tiene sus ideas y las expresa con naturalidad y sin tapujos, pero no parece un hombre con prejuicios. ¿Hasta dónde llega un actor condicionado por su ideología o sus prejuicios, que no sabe escuchar?

Al mismo sitio al que llega un fontanero, un abogado, un médico o un periodista... Los prejuicios son prejuicios. No creo que los actores caigamos en esa torpeza de vivir con los oídos cerrados de una manera distinta que cualquier otro ser humano.

¿En esta España de sus 82 primaveras echa en falta más responsabilidad civil y menos sociedad crítica?

Falta criterio. Tenemos una sociedad, entre la que se incluyen los políticos, demasiado pendiente del juicio del público. Observo una cierta falta de rigor en nuestras percepciones en la vida pública. Tenemos la clase política que nos merecemos. Ellos no son marcianos ni agentes extraños. Hay pronunciamientos políticos que se hacen para satisfacer a un auditorio determinado, y creo que ese auditorio debería revisar su criterio, pero, claro, díselo tú después al auditorio…

Carmen Maura, en mayo de este año, en el Palacio de Cibeles, hizo un discurso sobre la necesidad de defender España, reconocer lo que hemos mejorado y dejar de criticar sin construir. ¿La cultura joven está aburguesada en el postureo anti o se mueve por las causas justas como antes?

Como antes, no. Han cambiado los contextos, las circunstancias, los parámetros y las referencias. Igual me faltan datos, pero yo creo que las nuevas generaciones también se mueven. En el cine, en el teatro, en la literatura, en la poesía, en la filosofía se observa un gran talento. Está claro que no son la Generación del 27, porque estamos en 2019, pero tengo mucha confianza en lo que está por venir. No quiero perder esa perspectiva. Quizás hago un balance muy positivo, pero prefiero eso antes que ser el viejo cascarrabias que ve el presente como si todo fuera una mierda. Yo sigo contando con la fidelidad de muchos espectadores entre los que hay mucha gente joven.

Sus mejores amigos y amigas, dice, están dentro de su profesión. No sé si existe ese clima de amistad entre los actores más jóvenes, o sobra competitividad.

Habría que preguntárselo a ellos… La televisión -que es un medio un tanto perverso- en el peor de los casos te proporciona horas extras... En Señora de rojo sobre fondo gris trabajamos cuatro, y he estado compatibilizando esta representación con el rodaje de Alta mar, que normalmente juntaba a doscientas personas y un barco brutal. Alta mar se estrenó en 195 países a la vez. Es decir, a mí me ha visto, en un día, más gente que la que ha visto a Marlon Brando, a Marcello Mastroianni, a Charlton Heston y a John Wayne en toda su puta vida. ¿Y eso de qué sirve? ¿Vale para algo? Es posible que el espejismo de la televisión genere mucho juguete roto y una competitividad enfermiza. Pero, insisto, son los actores jóvenes los que lo viven y los que deberían responder a la cuestión.José Sacristán_3

Hablando de amigos. De Fernán Gómez aprendió el consejo de “haz tu trabajo y disfruta con él”. Hábleme de trabajo y disfrute para la España que vuelve de vacaciones y se queja.

Soy un privilegiado. Mi trabajo y mi vida van de la mano. Es mi mayor satisfacción, después de mi vida personal, porque ni soy un obseso de mi profesión, ni quiero morirme sobre las tablas. Empecé en el teatro en 1963, cuando José María Rodero hacía catorce interpretaciones de Calígula a la semana. Ahora hago una función al día: vengo, actúo, y me voy a donde me da la gana. Mi suerte es que no quiero dejar de hacer esto. Para mí, el trabajo es el juego maravilloso del niño que quiere ser mosquetero.

Dice usted que Concha Velasco no se retira hasta que vuelvan a trabajar juntos. ¿Cuál es el plan?

Sería interesante que alguien le metiera mano a lo que ha sido de los dos imbéciles -me refiero a los personajes, no a los actores- que creó Marsillach en Yo me bajo en la próxima parada, ¿Y usted? Al fin y al cabo, aquello era un retrato de los españoles de 1950. Si alguien se parara unos años después a estudiar qué ha pasado con sus historias, sería una oportunidad para que el Sacristán y la Velasco se hicieran cargo de ese paso del tiempo.

Dígame algo de Nuria Espert que no hayamos sido capaces de valorar todavía.

Dudo que se pueda decir algo de esa señora que no se haya dicho ya. Para mí siempre ha sido un orgullo saber que me dedico a lo mismo que ella. Me encantaría algún día llegar a su altura… Nuria Espert es un enorme referente.

¿Teme que llegue el momento de que se aglutinen en la bandeja de entrada los premios de honor y las estatuillas a toda una carrera de fondo?

Ya me han llegado un montón… Si los premios llegan, fenomenal, yo encantado de la vida, pero vivir pendiente de ellos es una temeridad.

¿Qué tal su experiencia en series?

Muy bien. Recuperé la televisión con ¿Quién da la vez? y Éste es mi barrio, en Antena 3. Ahora, con Velvet, Tiempos de guerra y Alta mar estoy encantado de la vida. Bambú es una productora formidable y trabajar con ellos es un lujo, porque con ellos, que, además, son amigos, la calidad está asegurada.

¿No echa de menos más papeles cómicos y menos personajes serios? ¿Cuándo volveremos a rescatar al Sacristán sonriente?

Cuando me lo ofrezcan. Nunca he tenido predilección por ningún género. Es igual de difícil hacer bien la tragedia, el drama, la comedia, el cine, la televisión, el teatro…

Dijo usted no hace mucho: “Me toca los cojones el tufo de progresismo que tiene todo esto”, hablando de la decisión del Ayuntamiento de Manuela Carmena de echar al teatro del Matadero y dejarlo solo para nuevas “experiencias”. Hábleme de ese tufo. Hábleme de ese progresismo.

No me niego en absoluto a la experimentación y a la investigación en el ámbito del teatro, pero costó muchísimo llevar a la gente al teatro en Legazpi, y allí se representaban muchas obras de absoluta vanguardia y de compromiso social. Le quitaron el nombre de la sala a Max Aub, y que esa decisión venga de la izquierda, tiene huevos. ¿Qué es este progresismo sin señas de identidad?

Parece que Andrea Levy, delegada de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, quiere rebobinar esa decisión.

Parece ser. Sería lo más sensato. Insisto: no me niego a la experimentación, pero es que no estamos en un país con exceso de lugares públicos o privados para hacer teatro como para cerrar las puertas a lo que no es solo vanguardia.

¿Qué piensa de quien utiliza la cultura como púlpito?

Los púlpitos y las tarimas me dan cien patadas y, además, utilizarlos en la cultura es un error. Ser actor no me exime de mi responsabilidad como ciudadano, y el ciudadano tampoco se debe escudar en el actor. Los púlpitos no me gustan.

Aunque sea Sacristán…

Con más razón.

¿Podemos es teatro?

En la puesta en escena de todos los partidos hay un alto componente de teatro, que, además se nota muchísimo cuando miras a los políticos al fondo de los ojos. Están los que atienden al rigor del personaje, y los que atienden a quienes lo venden barato. Se nota quién asume la disciplina del personaje, y razona, y argumenta, y quién va a que le aplaudan o se caguen en su padre.

¿Y se nota que funcionan como con apuntador de argumentarios?

Sí. Pero lo que a mí me parece más obvio es el político que gesticula y hace el paripé como un personaje vacío de verdad.

¿Alguna vez ha sido ideológicamente intolerante?

Ni ideológicamente, ni patológicamente, ni zoológicamente... La intolerancia y yo no nos hemos llevado bien. Mi única intolerancia es contra la necedad, porque procuro que los tontos no me invadan.

¿Por qué, de pronto, contra Plácido Domingo?

Yo respeto y aplaudo la figura de Plácido Domingo sin tener dudas. Nunca mezclaría persona y trabajo, como o acaba de hacer la señora Martel en el Festival de Venecia a raíz del estreno de una película de Polanski. No tiene ningún sentido que esta señora presida el jurado de la Mostra que ha hecho una selección que incluye una película del señor Polanski y después le haga el vacío. En coherencia, este tipo de personas que lo mezcla todo deberían no asumir responsabilidades culturales. ¡Mire lo de Woody Allen! ¡Y mire lo de Kevin Spacey, que ahora resulta que ha sido absuelto!

Uno de los primeros libreros del Círculo de Lectores: ¿Qué ha leído este verano?

Me he leído el último libro de Nieves Concostrina, que me parece divertidísimo; el de Karina Sainz Borgo, La hija de la española, que es excepcional, y La lluvia fina, de Luis Landero, y vuelvo permanente a la Ordesa de Manuel Vilas, porque eso no lo puedo dejar. Leo también a Juanjo Millás, y estoy deseando que mi amigo Eduardo Mendoza saque la segunda entrega del ciclo iniciado con El rey recibe.

¿Es el libro que está sobre su mesa de noche?

Normalmente está Antonio Machado, pero desde que descubrí Ordesa voy y vuelvo.

¿Qué película hubiera deseado con todas sus fuerzas?

¡Uf! ¡Muchas! Me hubiera encantado ser Rhett Butler [Clark Gable] en Lo que el viento se llevó. Estar ahí apoyado en el pasamanos, mientras sube Escarlata y cruzarme Atlanta en llamas, y cabalgar por aquellos planos…

¿Qué bueno quisiera haber sido en un papel?

Atticus, en Matar un ruiseñor.

Dígame una cosa para los títulos de crédito. Cuando se apague su vida, qué espera honestamente que le canten los obituarios…

Algo flamenco. Que me canten algo de Las Niñas de los Peines

REBOBINANDO

Señora de rojo sobre fondo gris -el libro- es una profunda lección de humanismo y madurez. De amor sin Cupidos, pero lleno esperanza. De Delibes, y ahora también un poco de José Sacristán, que ha resucitado el texto poniéndole voz, y gesto, y pasión. Homenaje y exorcismo. Mientras Ángeles moría, Miguel grababa a fuego su bella estampa realista para pintarla con letras.

Un lienzo al revés. Unos cubos, unas brochas gordas y unos pinceles finos. Un diván. Una mesa para hablar sin nadie en frente. Banquitos y banquetas. Todo es gris en este escenario de reflexión.

Sacristán poseído de Delibes habla de lo que quizás no dijo en vida y ahora se amontona, impulsivo, en la punta de sus lenguas. Aquella sensibilidad disfrazada de audacia. Aquella maravillosa capacidad de adaptarse a un contrario. Aquella imaginación espumosa. Aquel deslumbramiento infantil ante lo nuevo. Aquellos ojos enseñados a mirar. El fracaso de pensar que no hemos amado en directo. El recuerdo vivido en una piel distante. Y “un beso de hielo sobre su frente muerta”.

Ángeles ha muerto con 48, cuando “dentro de la cabeza, salvo un par de ideas, no podía haber nada benigno”. Delibes tenía 71. Sacristán peina los 82. Miguel cazó el retrato y José lo interpreta con la misma capacidad de sorpresa representando la misma empatía, igual de “tenazmente enamorado” de las vidas que merecen la pena.

A través de las pupilas del hijo de La Nati escuchamos una historia universal hecha epitafio: amores que fallecen, pero se hacen eternos. Entre las líneas del texto hablado está también la vida, las cábalas, las idas y las venidas, el Pepe del actor. En ese mundo que rueda a granel, que endiosa el físico, que vende a precio de almas los minutos de gloria, que mata por un plano e imposta corazones, el desnudo integral de emociones de Delibes-Sacristán es una catedral de lo que de verdad importa. También sobre las tablas.  

Miguel Delibes cumplirá una década bajo tierra en la próxima primavera. Y se oyen sobre tierra sus aplausos.José Sacristán_4

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