Las recetas del ‘médico del ébola’ para no morir de histeria con el coronavirus

Juan Manuel Parra es el médico de Urgencias que atendió a Teresa Romero, la única paciente con ébola en España en 2014. Estos días atiende falsos positivos de coronavirus en su servicio del Hospital de Alcorcón. Seis años después de la anterior crisis de salud pública, lamenta que los medios de comunicación “sigan informando como si fuera un espectáculo”, pero cree que se han aprendido lecciones, “aunque todavía debemos estar mucho mejor preparados para afrontar brotes de este estilo”. Su receta es clara: una voz que coordine desde el Ministerio de Sanidad: “la de Fernando Simón, que transmite conocimiento y paz”; mucha seguridad para los profesionales sanitarios y “máxima calma social, porque un ataque de pánico puede hacer que se colapsen las estructuras sanitarias”. Además, apuesta por la creación de una especialidad médica de Urgencias, estandarizada en Europa, y más recursos humanos y materiales para afrontar los picos de asistencia.

Juan Manuel Parra, médico de Urgencias del Hospital de Alcorcón.
Juan Manuel Parra, médico de Urgencias del Hospital de Alcorcón.

Entre agosto y septiembre de 2014, la auxiliar de enfermería Teresa Romero forma parte del equipo del Hospital Carlos III, de Madrid, que atiende a Miguel Pajares, infectado de ébola en Liberia. El 12 de agosto el religioso toledano muere por culpa del ébola. Pocos días después, el Gobierno repatría a Manuel García Vallejo, que aterriza en estado grave desde Sierra Leona con el mismo virus letal. El 25 de septiembre fallece y Romero se encarga de limpiar la habitación de la sexta planta del centro hospitalario de referencia.

El malestar y la fiebre alta hacen que Teresa llame al 112 y acuda al Hospital de Alcorcón en la primera semana de octubre. Después de 13 horas de tensión es derivada a su hospital, y a su planta, porque las pruebas confirman que es la primera española afectada por ébola.

Juan Manuel Parra es médico y trabaja en el servicio de Urgencias del Hospital de Alcorcón. Ese día está de guardia. Aunque seis años después de aquella crisis “los detalles han quedado como en una nebulosa”, calcula que “sobre las ocho de la mañana llegó Teresa y me tocó atenderla, porque había llegado el primero, y porque ese día estaba yo al frente del servicio”. Con mil dudas y unos recursos materiales muy ajustados, Parra tira de vocación médica y se vuelca con la paciente. Bata quirúrgica impermeable. Mascarilla. Dobles guantes de látex. Todavía no hay diagnóstico confirmado, pero las sospechas están en el aire. La jefa de Enfermería canaliza una vía a la paciente para analizar su sangre. Parra entra y sale, porque Teresa empeora rápidamente y requiere una asistencia permanente. Sobre las cinco de la tarde, tanto Juan Manuel como la enfermera infectada se enteran por los medios de comunicación de que el análisis ha dado positivo en dos casos. Última hora. El virus conquista los informativos y las redes sociales.

El doctor sabe qué es el ébola y cómo se transmite, pero falta un protocolo de actuación para este caso concreto y la virtud suple la necesidad. Se embute la vestimenta de máxima seguridad: un traje de protección individual (EPI) que le queda corto de mangas, y acompaña a la paciente durante todo el día, hasta que sobre las 21.00 horas se decide trasladarla al Hospital Carlos III. Noche larga de guardia, en duermevela después de un día agotador. Parra no atiende a pacientes, pero está a pie de servicio.

A la mañana siguiente, Juan Manuel se ducha y sale del hospital, entre aplausos de compañeros que despiertan la curiosidad de los medios apostados en puerta. Se encienden las cámaras. Unas declaraciones. Las televisiones ya tienen su cara y su voz, aunque le han pillado por sorpresa a una persona “sin experiencia para hablar con la prensa”. Después de un día entero de guardia densa, el médico se va a su casa y después de unas cuantas horas siguiéndose a sí mismo la temperatura por si se ha incoado el contagio, ingresa en el Carlos III, “por si las moscas”. Una habitación aislada durante más de dos semanas. Los residentes, el personal de enfermería y los celadores de la noche de guardia en que atendieron a Teresa le acompañan en ese encierro preventivo y voluntario.

Casi 20 días, por si acaso, sin ver a nadie y sin poder salir. Los que entran a verle lo hacen con el traje EPI: bandejas de comida de cartón, desinfección radical cada que vez que usa el baño… Aislamiento total.

¿Cómo se gestiona ese vacío, esa soledad, esa sensación de ‘sospechoso’, ese posible miedo?

-Sin ser toc, soy muy organizado. Me llevé unos libros, un ordenador, un disco duro con películas y me puse un horario para establecer una rutina: levantarme a tal hora, desayuno, actividad deportiva, un ratito de televisión, otro de lectura, un momento de estudio, de dibujo, algo de videojuegos… Los médicos me preguntaron si necesitaba algo, y les pedí una colchoneta para hacer deporte y moverme.

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Solo, con una tele de monedas y con las monedas contadas. “Nadie quería cambiarme un billete, Nadie quería tocar mi dinero en ese clima de miedo”. Hasta que llegó un técnico para cambiar la máquina por algo estable “completamente asustado: ‘por favor, ni se mueva, ni se acerque’, me dijo el pobre. ¿Cómo no iba a tener miedo? Tampoco es que yo quisiera ver mucho la tele, porque todo era el ébola, y las imágenes de Teresa, y la mía, y aquello generaba demasiada ansiedad y más inquietud. La presión mediática fue lo peor de aquellos días. Muchos periodistas intentaron acceder a hablar conmigo a través de todos y cada uno de mis amigos y de mis perfiles en redes sociales”.

A los pocos días de ingreso le ponen internet y Juan Manuel constata con horror “que algún medio había hecho público mi perfil de Twitter. De aquella avalancha noté el nivel de varios trolls que deseaban mi muerte y la de Teresa… Y a estos señores, ¿qué les he hecho yo? ¡Fue tremendo!”.  El médico está bien, pero los bulos corren rápido por las redes. Él los desmiente uno a uno, hasta que se harta de responder tonterías y deja de tuitear desde el hospital. “Algunos tuits afirmaban que me había muerto o que me habían quitado el móvil porque estaba muy grave… ¡Es que aquello lo estaba leyendo mi familia y mis padres estaban muy nerviosos! ¡Era una situación de desinformación tóxica mortal!”.

La presión mediática fue lo peor de aquellos días. Muchos periodistas intentaron acceder a hablar conmigo a través de todos y cada uno de mis amigos y de mis perfiles en redes sociales

Juan Manuel cree que aquel clima de fake news tuvo que ver “con el horror de información oficial que se transmitía, que fue un caos hasta que Fernando Simón puso pie en pared, como ha hecho ahora desde el principio con el coronavirus. La voz de este señor es la que manda. Desde que él tomó las riendas se fue serenando la cuestión y todo fue volviendo a la normalidad. Aunque sigo leyendo titulares que anuncian el fin del mundo, en esta ocasión la información oficial es muy correcta”.

Se va diluyendo la presión y Juan Manuel desconecta de los medios: “en esos días de ingreso en el Carlos III me harté de ver documentales de La 2”. Además, el interés informativo decae “también porque salió lo de las tarjetas black de Bankia, y los medios cambiaron su foco”. 

¿Los profesionales sanitarios están ahora más preparados para atender una crisis de salud pública como esta?

-Con él ébola pensábamos que a nosotros no nos iba a pasar, una actitud muy de España, y lo que supimos es que, si no te preparas, pasa y te pilla casi por sorpresa. No estábamos preparados, faltaban criterios claros de seguridad. Después hemos avanzando algo, pero todavía no demasiado.

Tras dos semanas largas de aislamiento, Juan Manuel sale del Carlos III a finales de octubre de 2014 y pasa una semana “de aclimatación”. Va a Sevilla a saludar a sus padres, “que tenían que tocarme, y saber que estaba bien”.

¿Desde que sales del internamiento ves, encima, que la gente te mira regular, como con miedo, como con sospecha?

-No. Pensé que podía pasar, pero no lo noté nunca. El día que volví a mi trabajo, en el tren de cercanía una señora se me acercó para darme las gracias. En el hospital algunos pacientes nos miraban como diciendo: ‘es ese, el del telediario’; y algunos compañeros bromeaban, y ya. Los medios dejaron de hablar de mí, gracias a Dios. Yo dejé de hablar, porque no era un personaje público. Desde que salí del Carlos III no volví a exponerme a la prensa, salvo en alguna colaboración puntual que me han pedido en algún aniversario o en alguna ocasión especial. Aquello fue un caso médico de los muchos que gestiono desde que ejerzo, y fin de la historia.

Con él ébola pensábamos que a nosotros no nos iba a pasar, una actitud muy de España, y lo que supimos es que, si no te preparas, pasa y te pilla casi por sorpresa. No estábamos preparados, faltaban criterios claros de seguridad. Después hemos avanzando algo, pero todavía no demasiado

Removiendo el café sin azúcar seis años después por Embajadores, Juan Manuel comenta que “ahora mismo estaríamos más preparaos para un ébola, aunque como no es un caso habitual, siempre nos faltará entrenamiento. Pero hemos avanzado. En mi hospital se cambió por completo la sala de aislamiento y, seguramente, eso haya sucedido en otros centros hospitalarios. Hemos acumulado experiencia y medios, pero todavía no nos hemos concienciado para tener hospitales y profesionales perfectamente cualificados para lo que pueda venir.

semes

Médicos sin especialidad oficial en Urgencias

-¿Por qué España es uno de los pocos países europeos que no tiene médicos especialistas en urgencias y emergencias?

-Solo España, Austria, Chipre y Portugal no forman a sus médicos en esa especialidad, que en este país reivindicamos desde la Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias (Semes) desde hace mucho tiempo.

La cuestión es que la creación de la especialidad de Urgencias lleva más de diez años sobre el tapete político. En abril de 2009, el ex ministro de Sanidad Bernat Soria anunció su creación, e incluso avanzó que se ofertarían plazas de formación médica en la especialidad en el curso 2011-2012. Ese mismo día dejó el ministerio. Trinidad Jiménez asumió entonces la cartera y durante su mandato dio a entender en muchas ocasiones que ese compromiso ministerial seguiría adelante. Pero nada.  Con Leire Pajín al frente, el Ministerio de Sanidad volvió a anunciar la creación de la especialidad de Urgencias en noviembre de 2011. Un mes después de aquellas palabras cesó en el cargo.

Con la llegada de Mariano Rajoy a la Moncloa se enfrió el compromiso político adquirido con los profesionales de Urgencias. Desde el 2011 hasta 2016 toman los mandos de la sanidad española Ana Mato, Alfonso Alonso y Dolors Montserrat y no hay avances, a pesar de que Europa había solicitado al Gobierno de España un paso adelante. Es verdad que en el abordaje político de la puesta en marcha de Urgencias media también el conflicto generado por los propios médicos, porque los especialistas de Medicina Interna y de Medicina de Familia, en muchos casos, han puesto zancadillas a esta especialidad, aunque después sean los urgenciólogos los que tratan en consulta estas crisis sanitarias con riesgos particulares para su propia salud.

Cuando Pedro Sánchez toma las riendas del Ejecutivo, su primera apuesta para ministra fue Carmen Montón, que defendió la creación de Urgencias siendo consejera de Sanidad de la Comunidad Valenciana. En los tres meses que duró su breve mandato ministerial no tuvo tiempo de mover ficha. Su sustituta, María Luisa Carcedo, mostró su respaldo, pero ralentizó su creación. A Salvador Illa la llegada al ministerio le ha coincidido casi con el coronavirus y la negociación Gobierno-Cataluña, y aún no ha tenido tiempo de emplearse a fondo en muchas de sus competencias. Hasta ahora. Es verdad que, en 2018, la Comisión de Sanidad del Senado instó a su creación, pero eso ya es legislatura pasada…

¿Tiene que darse una altera roja de salud pública para que alguien haga algo?

-Eso parece. Y ya llevamos dos.

Juan Armengol es el presidente de Semes, la sociedad científica que agrupa el trabajo de “entre 8.000 y 10.000” urgenciólogos que operan en nuestro país. En su opinión “es una absoluta vergüenza que tengan que desatarse crisis como la del ébola o la del coronavirus para reactivar la especialidad de Urgencias: “Hemos tenido que recurrir a los tribunales para demostrar la obligatoriedad de las instituciones para regular la formación específica del segundo colectivo médico de España. Plantear una subespecialidad o un área de capacitación específica es pura corrupción”.

Dice Armengol que “una crisis como la del coronavirus implica formarse en nuevos procedimientos y estar en primera línea. Mientras unos estamos muy expuestos, otros especulan desde sus casas intentado hacer negocio a nuestra costa”.

“Una crisis como la del coronavirus implica formarse en nuevos procedimientos y estar en primera línea. Mientras unos estamos muy expuestos, otros especulan desde sus casas intentado hacer negocio a nuestra costa”

Además de la creación de Medicina de Urgencias, el Gobierno tiene sobre la mesa desde hace más de una década la puesta en marcha de otras especialidades médicas que tienen mucho que ver con estas nuevas crisis de salud pública: Enfermedades Infecciosas, presente en toda Europa, salvo en Bélgica y Chipre; y Genética Clínica, donde España es la única excepción en toda la UE tras la aprobación de la especialidad en Grecia en 2018.

fernando simón

Preparados para lo que venga, aunque no venga

Juan Manuel se enfrenta estos días a “unos tres casos diarios de posible coronavirus”. Ve más coordinación institucional, aunque critica “que se cambie el protocolo cada dos días, porque es que no nos da tiempo ni a aprendernos el anterior. Pero vamos aprendiendo sobre la enfermedad. Es lógico que cambie la película entre el primer caso importado de contagio y el primer caso autóctono”.  

Él piensa que “los médicos de Urgencias estamos preparados para este envite, pero necesitamos más medios. Si se espera una escalada de casos, debemos tener los recursos para afrontar la situación y evitar que se colapsen las urgencias. Tenemos que prepararnos también para eso. Si el coronavirus hubiera coincidido con la gripe estacional, en los hospitales habríamos sufrido una tormenta perfecta”.

Los médicos de Urgencias estamos preparados para este envite, pero necesitamos más medios. Si se espera una escalada de casos, debemos tener los recursos para afrontar la situación y evitar que se colapsen las urgencias

Los médicos de los servicios de Urgencias están expuestos casi constantemente al riesgo de un contagio: de tuberculosis, de cualquier resfriado, de neumonías, de gripe, de ébola… “Estamos en contacto con virus y gérmenes de todo tipo permanentemente, aunque tenemos nuestras medidas de protección”.

-¿Las administraciones públicas valoran este trabajo de riesgo?

-No. Desde el momento en que te tratan como “los médicos de la puerta” están denostando el trabajo de todos los urgenciólogos, que no estamos en ninguna puerta, sino en los servicios de Urgencias. Junto a los médicos de Familia, somos el canal por el que los pacientes acceden al sistema sanitario, somos la imagen del hospital, somos los que filtramos o no los ingresos, los que decidimos qué pruebas necesita un enfermo. Ahora mismo nos encargamos de pelear contra el coronavirus, junto a los profesionales de Atención Primaria. Pero cuando pase esta crisis, los responsables nacionales y autonómicos de la sanidad española volverán a dejar de mirarnos con tanta atención. Al tiempo.

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Una receta del pasado y el presente para el futuro

¿Viendo el riesgo, volvería a atender a una paciente con ébola o con una enfermedad altamente contagiosa sin mirar hacia atrás?

-Lógicamente. Soy médico. Ahora estoy mejor preparado.

Seis años después, Juan Manuel recuerda perfectamente “a los paparazzi que habían alquilado las terrazas de los edificios de enfrente del hospital para hacer fotos con teleobjetivo a las habitaciones de Teresa y de nosotros. ¡Alucino! Una vez, hablando por teléfono con mi padre me asomé a la ventana y al día siguiente vi mi foto en pijama en un periódico. Fue una presión mediática terrible. El hospital tuvo que poner vinilos opacos en las ventanas para que no se viera nada desde fuera. Una cosa de locura”.

Ahora, el mismo médico, en el mismo puesto de trabajo, y ante un riesgo similar, valora que “se está dando toda la información, cunde el afán de tranquilizar a la sociedad, de explicar las cosas. Lo vemos, por ejemplo, en Twitter, donde muchos profesionales hacen hilos destacando que estamos ante un virus respiratorio de alta contagiosidad y muy baja letalidad. Que puede tener consecuencias graves para pacientes Inmunocomprometidos y personas mayores pluripatológicas, que se ponen especialmente enfermas con cualquier catarro o con cualquier gripe. Valoro el afán global por contener el nivel de contagio, pero no porque sea una pandemia, sino por evitar una mega expansión que nos obligue a paralizar todo el país. Entiendo que llega a la opinión pública que lo importante es lavarse las manos, toser al codo y no en la mano con la que después saludamos… Y que las mascarillas son solo para quienes de verdad las necesitan. ¡En la sala de espera de Urgencias he visto pacientes con tres mascarillas a la vez!

Como reflexionando en voz alta con interés constructivo, Juan Manuel recuerda que en el caso del ébola no hubo contagios en profesionales. Si los hubiera habido, quizás ahora habríamos dado muchos pasos adelante, empezando por adecentar los servicios y consolidar la especialidad de Urgencias. Si hubiera habido consecuencias para la salud de Juan Manuel o las enfermeras de entonces, “habría sido todo muy peliagudo. ¿Hubo quejas? Las hubo. Sabíamos que no se habían hecho bien las cosas, no se avisó, improvisamos, fuimos sido demasiado españoles y deberíamos haber sido más lógicos. Solo estar más en contacto con el Ejército, o con la cantidad de oenegés que cuentan con médicos en zonas muy límites y en peores condiciones, nos habría posibilitado haber aprendido antes”.

Apuramos el café.

¿Le hizo mejor persona y mejor profesional aquel capítulo ébola?

-Me hizo ser más crítico. Como profesional, ahora exijo estar mejor preparado para lo que venga, y más informado. Ese episodio también me ha servido para empatizar más con los pacientes. Como persona, entre muchas otras cosas, veo más clara la importancia de que la política no lo enfangue todo y no paralice interesadamente los progresos sociales.

Después de la anamnesis del recuerdo y el diagnóstico, el urgenciólogo prescribe su propuesta de tratamiento para hoy y para cuando salten otra vez las alarmas de la histeria, argumentadas o no:

“¿Mis recetas para hoy y para el futuro a corto plazo, si aterrizan aquí más enfermedades emergentes? Vamos a hacer las cosas bien. No politicemos las crisis de salud pública, como sucedió con el ébola. No caigamos en la trampa de los 17 consejeros de sanidad disparando cada uno por libre, que en este caso no está pasando. Oigamos una sola voz: la del experto Fernando Simón, aunque las decisiones políticas dependan del ministro. Que el Sistema Nacional de Salud sea una piña. No dilatemos las medidas de prevención. No escatimemos en recursos humanos y materiales. Pongamos en marcha la especialidad de Medicina de Urgencias. Mucha seguridad. Mucha calma. Más responsabilidad aún por parte de los medios de comunicación para no intoxicar innecesariamente a la opinión pública. Más epidemiólogos en los platós y menos tertulianos habituales. Pongámonos mascarillas de silencio a las fake news.  El miedo no cura y puede traer consecuencias colaterales letales totalmente absurdas. La paranoia nunca es el camino para superar una crisis”.

Más responsabilidad aún por parte de los medios de comunicación para no intoxicar innecesariamente a la opinión pública. Más epidemiólogos en los platós y menos tertulianos habituales. Pongámonos mascarillas de silencio a las fake news

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