LA OTRA CARA DEL COVID-19

Un ‘Punset’ en el banquillo y la precariedad de la ciencia española, sin filtros

Pablo Barrecheguren no tiene un nombre muy comercial, pero es un divulgador con peso y prestigio en las redes sociales. Doctor en Biomedicina, experto en comunicación científica, beca de investigación ‘La Caixa’ y máster en el Imperial College. A sus 33 años: sin casa propia y sin muchas expectativas, antes y durante la pandemia del coronavirus. Nació para formar parte de una nueva generación de divulgadores científicos, pero solo le dejan pensar en sobrevivir al mes

Pablo Barrecheguren es el alma de ‘Neurocosas’, un canal de You Tube con 12.900 suscriptores y 68 vídeos en los últimos dos años
Pablo Barrecheguren es el alma de ‘Neurocosas’, un canal de You Tube con 12.900 suscriptores y 68 vídeos en los últimos dos años.

Pablo Barrecheguren llegó el viernes a Zaragoza con permiso de movilidad. Una maleta. Una mochila. Una bandolera con ordenador. El mismo equipaje que le acompaña en los últimos años de aquí para allá en la vida nómada de un científico de 33 años que sigue el camino de referentes como Punset con la aquiescencia de las circunstancias.

Las cinco primeras semanas de confinamiento las ha pasado en Barcelona. Encerrado en un pisito del Eixample en el que pudo instalarse en noviembre, entre las prisas por asentarse en la capital catalana para empezar un nuevo proyecto profesional que se ha esfumado en estos días. Allí trabajaba antes de que la pandemia extinguiera su contrato entre guiones de divulgación: “El coronavirus está parando casi toda la producción cultural. Es duro quedarte sin trabajo, pero se ha recortado tanto en cultura durante la última década que entiendo que muchas empresas del sector directamente no tienen capacidad de mantener los contratos si se para la facturación”.

En la ciudad condal ha compartido estancia y costes con un chico y una chica a los que no conocía de antes. Una pareja que saltó por los aires justo antes del estado de alarma que se ha visto en la obligación de convivir en la misma habitación sin más corazón que el del pasado. Ambiente de submarino cerrado. Clima de tensión. ¿Su refugio? Un balconcillo y una suite de barrio de nueve metros cuadrados para un cuerpo de 1,80, pero con vistas a un patio interior, por donde se fugan los olores a coliflor y a sofrito de todas las cocinas del vecindario… Porque hay confinamientos mejores y confinamiento de alto riesgo de asfixia.

De Londres y Barcelona, “a casa de mis padres”

Pablo llegó a Barcelona con su maleta, su mochila y su bandolera desde Londres. Un año entero estuvo cursando el máster de Producción Audiovisual y Ciencia del Imperial College apto para talentos contados. Sus ahorros no le dieron más que para vivir en casa de un amigo y su mujer, donde también hubo chispas y tuvo que buscar posada en otro rincón sin incendios. En cualquier caso, del Reino Unido se vino con otra equis en su currículo: formación high level para guionistas dedicados en cuerpo y alma a hacer de la divulgación científica un trabajo estable con vistas al algún mar de paz.

Antes había recibido una beca de investigación de La Caixa, de las que caen a los que están maduros y pivotan sobre las élites frescas del conocimiento, con la que hizo una tesis sobre la formación de tumores cerebrales y desarrollo cerebral con los dieces del jurado. Y había estudiado un máster en Neurociencias. Y la carrera de Bioquímica en una universidad pública. Y en un instituto, y un colegio. Y así, hacia atrás, hasta el instante en el que despertara su inquieto uso de razón. Porque Pablo nació para ser alguien y decir cosas en voz alta. La ciencia era su mundo y la divulgación era su manera.

Con una maleta, una mochila y una bandolera y, sin embargo, el viaje a Ítaca no va mal. Tiene un canal en You Tube que se llama Neurocosas con 68 vídeos en dos años y 12.900 suscriptores. Tiene una cuenta en Twitter con 21.050 seguidores. Fue finalista de Famelab España -un concurso internacional de monólogos científicos-, es miembro de Big Van, científicos sobre ruedas, y autor habitual en Naukas, Materia o Principia. Por resumir. Y, aun así, su camino hacia la tierra prometida de la estabilidad es largo, largo, largo. Largo y solitario. Y él no tiene ningún reparo en contarlo sin filtros, que antes del coronavirus serían más dorados y desde hace unas semanas son más gris-oscuro-casi-negros. Otros, quizás, disfrazan entre pipetas al Oliver Twist que llevan dentro.

Con este tsunami del covid, sus proyectos de libros se retrasan, sus monólogos se cancelan, sus producciones se complican. Volver a la normalidad, ahora mismo, es tener más fe ciega que esperanza, y eso que Pablo lleva años deambulando de una ciudad a otra, sin más posibilidades que instalarse en agujeros. Ahora, confinado, se mira en el espejo de la casa de sus padres en Zaragoza y ve 1,80 metros de eslora, barba, ojos audaces que los apaga el contexto, 33 años, sin un hogar propio “en el que poder colgar mis posters”, porque toda la sabiduría y la experiencia acumulada llenarían un tráiler, aunque la terca realidad haga que parezca que caben aquí: en una maleta, una mochila y una bandolera.

“Vacas flacas” antes y durante el covid

Estamos hablando del doctor Barrecheguren, un influencer de la ciencia con las ventanas abiertas a la calle que lleva “cinco o seis años sin una semana de vacaciones trabajando todos los días. Salí de la carrera cuando petó la crisis económica, y desde entonces he vivido siempre en un país con la ciencia en vacas flacas, ahora vacas flacas con covid”.

Ha perdido peso. Ha sufrido en sus carnes la ansiedad de un presente con curvas y un futuro con precipicios. Tiene 33 años y la película de sus sueños avanza en sepia y a cámara ultra lenta. La vida sigue. La meta se distancia. Y los sueños grandes se convierten en “ilusiones por tener un sueldo mínimo, porque con lo que gano no me puedo ni plantear un alquiler de 30 metros cuadrados”.

 

¿Y si tuvieras cargas familiares?

-Si tuviera cargas familiares mi carrera como divulgador se habría acabado hace tiempo.

¿Y aquello de que el esfuerzo y la buena preparación siempre tienen recompensa?

-El esfuerzo rara vez se paga. Los mínimos son lamentables. No me siento valorado adecuadamente. Solo pido una jornada de 35-40 horas semanales, unas vacaciones, un sueldo de 1.200 euros limpios…

“El esfuerzo rara vez se paga. Los mínimos son lamentables. No me siento valorado adecuadamente. Solo pido una jornada de 35-40 horas semanales, unas vacaciones, un sueldo de 1.200 euros limpios…”

Es duro. Sin filtros de Instagram todo es más duro, incluso se ven las costuras de una ciencia apellidada “precaria” sin que eso mueva los resortes de cualquier país que quiera mirar al futuro. Incluso ahora, donde todo es urgencia, corto plazo y coronavirus. Como una Expo 92 sin pensar ¿y después, qué? Se desgastan las ilusiones, se enmohecen las metas, se desuella el talento… Un hombre entre crisis económica y crisis sanitaria-económica-social. Una lumbrera bajo las mil capas de las circunstancias capantes. Un científico con voz y contenidos que dice, como resoplando: “Es que estoy peor que hace seis años”.

Claro. Así, el humor de un monologuista se empaña y “se enfoca más desde el pesimismo”. Estos días de confinamiento en casa de sus padres, incluso, “el humor me cuesta”. Aun así, rema el alma de Punset hecha maño. Contra viento y marea. Sin motores, pero a vela. De su bandolera saca el portátil y de su portátil sacará horas para repasar sus libros, para reactivar sus trabajos en las plataformas de You Tube, para darle brillo a su cuenta en Instagram. Parado no se va a quedar ni confinado bajo el agua, porque pensar y moverse están en su ADN. Él es solo uno más y de los que están muy por encima de la media. Por encima de él hay científicos en precario también. Y por debajo, muchas vocaciones de mártires con títulos brillantes y condiciones de becarios.

Pablo es solo uno más y de los que están muy por encima de la media. Por encima de él hay científicos en precario también. Y por debajo, muchas vocaciones de mártires con títulos brillantes y condiciones de becarios

Mientras toda España confía en que la ciencia nos saque del túnel del coronavirus -que pululen los estudios, que salga una vacuna, que nos libren de esto los que de verdad saben-, la misma España se asoma por el patio interior de las cocinas para no mirar de frente a una generación de jóvenes investigadores y divulgadores que se agosta en las casas de sus padres. Probablemente Punset, que nació precisamente en 1936, ha tenido que sortear menos obstáculos.

Una maleta. Una mochila. Una bandolera. Un científico errante con el domicilio a cuestas saca los cuernos al sol. Sin filtro. No es culpa del coronavirus. El virus que infecta el futuro de la ciencia española, por lo que cuenta Pablo, viene de lejos y seguimos sin interesarnos mucho por buscarle una vacuna.

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