“La RAE resistirá cualquier injerencia política: jamás censurará el español”

Darío Villanueva está en el esprint final de su mandato al frente de la Real Academia Española. En pleno abordaje del Gobierno sobre la reescritura inclusiva de la Constitución, él y la RAE sacan la lengua de hace 305 años para evitar el manoseo oportunista de un idioma que es propiedad de sus 570 millones de hablantes

Daría Villanueva dirige la RAE, la institución que más ondea España en un mundo con 570 millones de hispanohablantes.
Darío Villanueva dirige la RAE, la institución que más ondea España en un mundo con 570 millones de hispanohablantes. Álvaro García Fuentes (@alvarogafu)

Darío Villanueva lleva diez años con la D mayúscula a sus espaldas en el hemiciclo de una lengua muy viva. Dardo. Dársena. Dato. Dialecto. Diligencia. Diplomacia. Discreto. Ni divo, ni duque, ni dique. Más dintel que dédalo institucional. Gallego de discurso sin curvas, pero con tacto. Declara su empeño en refundar una RAE para nativos digitales. Se declina por ahorrarle la deriva hacia la decrepitud arqueológica. Despeja políticos a córner en el país de las miembras. Con porte de escribano, con parsimonia y categoría, pone la lengua sobre las íes y cierra las dispuestas oportunistas sobre el idioma con el pegamento de 305 años de historia y el patrimonio de sus hispanohablantes. Aunque Trump le contraiga el diafragma y Carmen Calvo no discierna entre ocurrencia y censura, su vara y su cayado infunden aliento al español y a unos académicos lejos de las cruzadas y fieles a los principios. Los eufemismos en efervescencia, las posverdades y lo políticamente correcto piden vez en su despacho. Y no pasarán.

Entre el Museo del Prado y los Jerónimos está la casa del español desde hace ya 305 años, y no hay telarañas. Hay alfombras, lámparas y balaustradas. Y paredes de libros. Y salones de plenos donde las palabras se han hecho mayores y libres.

La Real Academia Española es, probablemente, la institución que más ondea España sin vientos cortoplacistas, porque cerca de 570 millones de hispanohablantes tienen aquí el hogar de su lengua. Aquí reside el árbol genealógico del español y se cuida con mimo cada paso que da en la calle.

La Real Academia Española es, quizás, la única institución que podría grabar en su frontispicio “Del pueblo y para el pueblo”, sin que aquello fuera una posverdad romántica picada en la piedra a golpes de cinismo. Aquí rige una democracia ilustrada, donde la razón pesa más que las déspotas emociones del momento.

Darío Villanueva tiene la mesa llena de expedientes, a cuatro meses de terminar su mandato. El académico del sillón D sale impoluto de su despacho. Un breve recorrido por la RAE: escalera, Quevedo en el descansillo, luces, cortinas rojas y bailes de salón con la tradición del idioma que nos une.

En una esquina de la sala del timón, entre libros, como es lógico, desenrollamos la lengua para saborear la experiencia del trigésimo director de la Real Academia Española. En traje beige y canas de cultivada juventud, a dos frases subordinadas de distancia, hablamos, con el catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, de sujetos, atributos, complementos directos, indirectos y circunstanciales de la prosa y los versos de España. Y así comenta el texto un señor de palabra:

Parece que el Gobierno quiere que el 40 aniversario de la Constitución dependa casi exclusivamente de la RAE…

Nosotros estamos en la comisión que se creó a principios de años para la conmemoración del cuadragésimo aniversario de la Constitución, y hemos asistido a las reuniones que ha habido hasta el momento en el Congreso y en el Senado. Nuestra actitud es de absoluta colaboración, porque sentimos la necesidad de conmemorar la Carta Magna de 1978.

¿Teme que la cortina lingüística arruine otros cambios más éticos que estéticos?

Lo único que lamento es que, en un aniversario en el que debemos conmemorar los cuarenta años del texto legal que ha significado el periodo más beneficioso para el conjunto de los españoles, estemos lanzando mensajes que parecen sugerir la existencia de borrones en la Constitución, empezando por la propia lengua en la que está escrita.

 

¿Incluiría usted en la Constitución que “ningún Gobierno ni poder pervertirá la libertad histórica de la Real Academia Española para frenar la utilización del español a los arbitrios del político oportunista de turno”?

Nosotros no tenemos ninguna facultad para intervenir en la modificación de la Constitución, que es un asunto muy serio que corresponde a los representantes de la soberanía nacional: los diputados y los senadores. La RAE tiene 305 años. A lo largo de este tiempo ha pasado por momentos difíciles a causa de la injerencia del poder político. Ocurrió durante el Absolutismo de Fernando VII y también en el régimen franquista. Al final de la República, a partir de 1936, incluso se llegó a suprimir esta institución. Sin embargo, el balance de estos más de trescientos años es positivo. La RAE ha sobrevivido y ha resistido esos embates, y estoy seguro de que podrá seguir haciéndolo.

¿Con un Parlamento así se puede hacer algún cambio serio?

Francamente, como ciudadano español, no creo que en este momento exista el clima político y la mayoría parlamentaria suficiente para abordar algo tan importante y tan complejo como la reforma de la Constitución.

El director de la RAE tiene manos de cirujano: precisas, prudentes y con visión saludable del futuro.

¿Por dónde cree que irán las conclusiones del informe sobre el lenguaje inclusivo para la Constitución que prepara la RAE?

No habrá absolutamente ninguna sorpresa. A instancias de la vicepresidenta del Gobierno, nosotros, por supuesto, vamos a contestar, pero con los argumentos que vienen de la doctrina lingüística que la RAE atesora durante sus 305 años de vida y de trabajo.

Lleva 10 años en la RAE y los últimos cuatro, al timón. Dígame: ¿El español evoluciona para bien o para mal?

Creo en la evolución en sentido positivo, porque todo tiempo pasado solo fue anterior. Ahora mismo, el español es la segunda lengua del mundo por número de hablantes nativos, y la tercera en número de hablantes totales. No lo digo yo, lo dice The Languages of the World, el órgano de referencia que estudia el devenir de las 6.900 lenguas que hay en el mundo. Estamos entre los 475 y los 570 millones de hablantes.

En Estados Unidos está sucediendo un fenómeno interesantísimo de afirmación del español. A pesar de la política de Trump, que es totalmente hostil al español, nuestra lengua está pasando allí de la diglosia –una que es lengua subalterna a otra en prestigio y poder- al bilingüismo. El español es ya la segunda lengua en Estados Unidos, con cerca de 50 millones de hablantes, y las previsiones de crecimiento son muy significativas.

¿Cómo es usted, para adaptarse y ayudar a la lengua a adaptarse a los cambios con 68 años?

Hubiese sido difícil ser director de la RAE con menos años a mis espaldas… Los años significan envejecimiento, pero desde el punto de vista intelectual tienen muchas ventajas. Con el tiempo, uno ha experimentado más cosas, ha leído más libros, ha viajado por más países, ha hablado con más gente y, probablemente, ha dulcificado aspectos de su carácter que antes le impedían entender la conflictividad de lo real… Todo eso es positivo y enseña a tener una postura muy abierta.

Espero que en algún momento se me reconozca que desde el principio de mi mandato he hablado de la Academia de los nativos digitales. El trance que nos ha tocado vivir es el de una refundación de la Real Academia Española 305 años después de su puesta en marcha, para convertirse en la academia de las nuevas generaciones que han nacido ya en la galaxia de internet. Si eso no se completa, la RAE acabaría entrando en una vía muerta, y se convertiría en una institución puramente arqueológica. Hay que tener en cuenta también que la RAE está al frente de las 23 academias de la lengua española que hay por todo el mundo.

Además de que la apertura ante lo que sucede en la vida es algo que me caracteriza, tengo el convencimiento absoluto de que con las lenguas no se puede jugar. Las lenguas son el resultado de una decantación de siglos, en una especie de acuerdo entre todos los hablantes que la hacen evolucionar como ellos desean, pero midiendo esos cambios, que en ningún caso se pueden inducir desde el poder político.

¿No aceptar en el diccionario todas las palabras que se usan –aunque se utilicen mal- es no entender la libertad?

Hasta ahora, la RAE ha trabajado con un instrumento que es el diccionario, y que no es elástico. Tiene unas limitaciones que impone el espacio que le dan las matrices tipográficas del libro. La caja del último diccionario –de 2014- la hemos incrementado hasta las 20 millones de matrices, y eso nos ha permitido incluir 93.000 palabras y unas 200.000 acepciones. Evidentemente, ahí no está todo el español. Y las palabras que no están registradas, ni están proscritas, ni están negadas por la Academia. En la selección a la que nos obliga el espacio tienen prioridad las palabras de uso más frecuente, y las que se utilizan en más países hispanohablantes, porque este diccionario no es solo el del español de España. También se conservan palabras que marcamos con una señal de desuso, ya que nuestro diccionario quiere servir para entender el español desde 1500.

Usted se empeña en hacernos entender que el diccionario de la RAE no es una selección moral de palabras, sino un registro. Hay quien piensa que una palabra en el diccionario es una realidad justificada.

La primera piedra de esta Academia fue el Diccionario de Autoridades, elaborado entre 1726 y 1739. En el prólogo, sus admirables autores dicen que no incluirán “términos que designen desnudamente objeto indecente”. Ellos sí aplicaron un criterio de moralidad puritana de la época. En él no hay palabras relacionadas con el sexo y la escatología. Hoy en día eso sería absurdo.

Ahora nos encontramos con un fenómeno curiosísimo, por el cual la censura, que pensábamos superada en una sociedad democrática, está empezando a renacer. Ya no es una censura de la Iglesia, del Estado, o del poder político. Es la censura de una especie de nebulosa que llamamos lo políticamente correcto. Por eso hay quien está continuamente exigiendo a la Academia que se convierta en censora del idioma que los hispanohablantes, libremente, utilizan. Eso jamás lo vamos a hacer. Como decía Aristóteles al principio de su Política, las palabras sirven para lo justo y para lo injusto, para lo conveniente y para lo que no lo es. No podemos hacer un diccionario solo de las palabras bonitas. Y, sin embargo, hay personas y grupos que pretenden introducir esa nueva forma de censura a través del diccionario, como si la Academia fuera la culpable de la existencia de esas palabras ofensivas o discriminatorias. Decía Ortega en El hombre y la gente: “El lexicógrafo es la única persona que, cuando escribe una palabra, no la pronuncia”. En su diccionario, la Academia actúa como notario, regida por la voluntad soberana de los hablantes.

¿Cómo testa usted el lenguaje juvenil? ¿Bien? ¿Mal? ¿Demasiado simple? ¿Por encima de los tópicos?

Siempre ha habido una jerga juvenil característica de una determinada cohorte de edad. Este modo de hablar es muy fresco, muy vivo, enormemente interesante, pero al mismo tiempo es muy efímero. Cada generación juvenil introduce palabras que con el paso de los años se abandonan. Hace años los jóvenes utilizaban el adjetivo “pagafantas”. Hoy, pocos jóvenes de 15, 16 ó 17 años entienden su significado. La palabra murió con aquella generación, que ya empieza a peinar canas.

Lo que sí parece que comienza a registrarse es un empobrecimiento en el caudal léxico que utilizan algunos grupos juveniles. Según diferentes estudios, se reduce considerablemente el número de palabras de nuestro idioma que conocen y usan los jóvenes. Esto tiene mucho que ver con nuestro sistema educativo. Nunca antes en la historia de nuestro país y de otros países desarrollados ha habido un sistema educativo universal, gratuito y obligatorio. Uno de los objetivos principales del sistema educativo es, precisamente, que la ciudadanía conozca su propio idioma y se sirva de él para expresarse en sociedad. Para ello, la lectura es un instrumento básico. Si los jóvenes pierden caudal léxico, es probable que sea por una deficiencia en la lectura y algún relajo en el sistema educativo.

Por ejemplo: lo que antes nos gustaba, nos encandilaba, nos apasionaba, ahora solo “mola”…

Efectivamente. Nuestro lenguaje tiene una riqueza de matices verbales que, a veces, se supedita a palabras comodín, que sirven para un roto o para un descosido. Es algo parecido a lo que nos ocurre con los emoticonos, que son signos visuales con los que se pretende resumir emociones, pero las emociones son complejas. Un emoticono nunca reflejará lo que una persona puede estar sintiendo en un momento determinado y podría expresar a través de palabras.

¿Le da miedo que las distopías más leídas y sus precuelas acaben descatalogando a El Quijote entre las lecturas de las nuevas generaciones de españoles?

Tal cosa podría ocurrir, pero lo dudo mucho. Las grandes obras de la literatura universal, entre ellas El Quijote, tienen una acreditada capacidad de resistencia. No me gusta nada generalizar. Ahora mismo tenemos datos contradictorios. Por ejemplo, hemos sido testigos, dentro de la crisis general que se produjo hace ahora diez años, del daño que ha sufrido el sector editorial en todos los países. Sin embargo, dentro de la industria editorial española, el subsector que mejor ha resistido ha sido el de la literatura infantil y juvenil. Han mantenido un ritmo de publicación considerable. España tiene editoriales en ese campo que son excepcionales. Si esos libros se editan, se distribuyen y se venden, hay que pensar que también se leen. Los índices de lectura en España, que ahora mismo rondan el 50% de la población, es posible que tengan que ver con una práctica de lectura bastante intensa en la etapa infantil y juvenil, que después se pierde en la época adulta.

¿Qué edad tiene el académico más joven de la RAE? ¿Qué relevos tiene usted en la cabeza?

En estos momentos, la académica más joven, nacida en los 60, es Inés Fernández Ordóñez, aunque ahora hay un académico electo, el dramaturgo Juan Mayorga [1965], que va a ser el benjamín de la Academia. Entiendo bien el sentido de su pregunta… Como los sillones académicos son vitalicios, aunque entremos más o menos jóvenes, mientras no dejemos vacante el sillón, vamos envejeciendo.

¿Ahora mismo hay vacantes?

No. No es habitual. Los 46 sillones están adjudicados: 44 están cubiertos, y dos, pendientes de ingreso.

Cuando lee a autores jóvenes, escritores o periodistas, columnistas o poetas, ¿no le entran ganas de llamarles y proponerles una silla en la RAE, aunque sea una silla de playa supletoria?

Claro que sí. La Academia está atenta a la consolidación de personas destacadas de un amplio sector con hueco en la RAE, donde no solo hay escritores. El problema es que los sillones son 46. Hay mucha más gente que merece ser académico, pero falta hueco para todos ellos.

Se sienta usted en la silla D, de Darío:

Lo de “solo” sin tilde a muchos nos produce DISNEA verbal…

Es curioso que un signo gráfico produzca disnea, pero sé que es un tema polémico. La última edición de la Ortografía, que es monumental, no establece una prohibición para usar esa tilde, sino que, sobre argumentos lingüísticos, sostiene que no es necesaria. Por lo tanto, como nuestra ortografía es muy sencilla y muy agradecida, y en parte responde al ajuste entre lo que se escribe y lo que se pronuncia, hemos querido avanzar más hacia esa simplificación. Nuestro acento suele tener un propósito diacrítico. Lo que dicen los ponentes de la Ortografía es que esa tilde de “solo” no es necesaria, porque no es distintiva. Ahora bien, el asunto cabe debatirlo, porque, efectivamente, con frecuencia se nos recuerdan frases en las que prescindir de la tilde produce una ambigüedad. No es lo mismo tomar un güisqui en solitario que tomarse uno, y no dos. En frases de este tipo la tilde podría ser todavía conveniente.

¿Usted utiliza esa tilde en la intimidad?

No. Yo debo respetar escrupulosamente las normas de la Academia que dirijo. En gramática y ortografía soy fiel a los postulados de la RAE.

El español desparece de la web de la Casa Blanca. ¿El lado DEMIURGO de Trump no acierta? ¿Se da cuenta de que el español le está pisando los talones y está tomando medidas restrictivas?

Cuando la ciencia y el conocimiento son la base de un trabajo público, las injerencias políticas tienen su sitio: la papelera.

Soy muy escéptico sobre la capacidad del presidente Trump de darse cuenta de las cosas… Aquella medida fulminante nada más llegar a la Casa Blanca es un signo de algo más complejo y deletéreo, que está produciendo un efecto totalmente contrario: un cierre de filas entre la comunidad hispana al considerarse agredida, favorecido por el empoderamiento que están protagonizando en Estados Unidos. Actualmente, la comunidad hispana representa un 20% del electorado norteamericano. Cada vez hay más hispanos ocupando puestos de relevancia en la política, la economía, los medios de comunicación, el arte, el deporte… El español está en condición de ser la segunda lengua de Estados Unidos, porque la comunidad que la habla va ocupando cada vez más espacio en la vida pública norteamericana. Se calcula que en 2050 Estados Unidos tendrá 400 millones de habitantes, de los cuales un tercio serán hispanos.

¿La coma del vocativo está DENOSTADA?

El vocativo, para ser eficaz, necesita ir entre comas: “Oye, Pedro, quiero que vengas para hablar conmigo”… Esas dos pausas de las comas son necesarias para que funcione como apelación…

Aprovechando el ejemplo de vocativo que me ha puesto -“Oye, Pedro, quiero que vengas  para hablar conmigo”-: ¿Pedro Sánchez y su Gobierno están cerca de la RAE? Veo que crece el apoyo privado a la Academia, pero no sé si el Estado está cumpliendo su parte.

El ejemplo de vocativo que le acabo de poner no tenía segunda intención… El Gobierno actual está cumpliendo sus primeros cien días, y ya hemos recibido una visita de la ministra y del secretario de Estado de Educación, algo que indica un interés que agradecemos. Además, tenemos contacto con otros ministerios, y esperamos que vayan cuajando. Contamos con el compromiso firme del ministro de Cultura de acudir a la Academia, y está también invitado el ministro de Ciencia, Innovación y Universidades, de quien ahora dependemos.

¿Y cuentan con su respaldo económico?

Seguimos con el presupuesto aprobado a instancias del Parlamento por el Gobierno anterior, que mantiene un recorte brutal que la RAE experimenta desde hace ya cinco años, poniendo en graves dificultades financieras nuestra actividad. En 2008, el Estado atribuía a la Academia el 50% de su presupuesto. En este momento ha habido un descenso del 60% de aquella aportación y lo que hoy nos ofrece el Estado cubre solo el 20% de nuestras cuentas.

El español es la segunda lengua del mundo en número de hablantes nativos después del mandarín. ¿Somos conscientes en todos los ámbitos de la responsabilidad de estas cifras?

A veces pienso que no. Contra eso hay que reaccionar comunicando eficazmente lo que significa la lengua española. Los españoles debemos ser conscientes de que representamos el 8% de los hispanohablantes del mundo. Habría que erradicar, si queda, esa cierta actitud patrimonialista del español. Este año se produjo una medida, ya neutralizada, que fue radicalmente inconveniente: a principios de año se intentó acoplar a la Marca España la defensa y la promoción del español. Fue un error morrocotudo, que va en esa línea indeseable de ignorar que somos el 8%, y que el español es una lengua multicéntrica, aunque toda la comunidad hispanohablante dé particular importancia al papel de España, pero para coordinar y favorecer un trabajo compartido por las 23 academias que representan a esos 570 millones de hispanohablantes.

¿El lenguaje necesita cruzadas?

Soy muy receloso a mezclar las lenguas con pulsiones de tipo político, y más en clave belicosa.

¿Cómo consigue usted sortear los imperativos radicales de lo políticamente correcto?

Manteniendo con toda firmeza la posición en la que creo y la que defiende la RAE. Al fin y al cabo, soy solo un portavoz de lo que piensan mis compañeros. Y haciendo mucha didáctica. Firmeza en el mantenimiento de nuestros criterios, porque creemos en ellos al estar fundamentados en la razón, y pedagogía para explicar las razones.

¿España es la capital mundial de los eufemismos? ¿Ser negro es malo? ¿Ser gordo es insultante?

El eufemismo es el rey de lo políticamente correcto. Se da en todas partes. En Brasil, durante la presidencia de Lula, se publicó una guía sobre el lenguaje políticamente correcto en la que se imponen de manera expresa muchas indicaciones. Prohibía, por ejemplo, decir “viejo” y proponía usar en su lugar el adjetivo “añejo”… Eso ocurre en todos los países en los que la corrección política está triunfando. Es algo que George Orwell ya había previsto en su distopía 1984, donde la neolengua que se instaura en esa sociedad terrible que describe está trufada de eufemismos y posverdades.

He leído que han pedido a la RAE retirar la palabra “racional” por considerarla una ofensa contra los seres irracionales. ¿De verdad?

Sí, totalmente cierto… El mismo día de esa petición llegó también la reivindicación muy airada de una señora para que se retirara del diccionario la palabra “mayormente”, porque ofendía a sus oídos y le hacía llorar cuando se pronunciaba…

Una locura y un acierto que hayan llegado desde la calle.

Un acierto fue la propuesta de “mileurista”, porque ha arraigado muy pronto, aunque solo en España. Salvo sugerencias que o son descabelladas o se formulan de manera agresiva, el resto de las iniciativas, aunque no puedan ser aceptadas, siempre son vistas con respeto. Si decimos que los hablantes son los dueños de la lengua y creemos en lo que decimos, debemos aceptar lo que nos llega. Hubo un muchacho mexicano que vive en Estados Unidos que nos dijo que, para evitar que se imponga el término inglés “brunch”, estudiáramos la viabilidad de la palabra “desmuerzo”. Le dijimos que, si arraigaba, estupendo, pero nosotros no podemos bendecirla de entrada, porque no está en el protocolo de nuestra actuación.

¿Heteropatriarcado o feminazi están más cerca de entrar en el DRAE?

No están cerca. Son palabras, como muchas otras, que están registradas y las estamos documentando. Ahora es cuestión de tiempo y de arraigo.

¿La televisión ayuda en algo al progreso de nuestra lengua?

Sí, por supuesto. La televisión ha sido muy importante para que en España fuéramos más sensibles al español hablado en América. En el avance de la unidad de la lengua es fundamental el reconocimiento de sus diversidades.

¿Qué piensa sobre el uso del español cuando lee los periódicos?

No soy ni catastrofista ni hipercrítico. Hay quien escribe mejor y quien lo hace peor, pero en las páginas de los periódicos hay textos de una corrección y una brillantez expresiva extraordinaria. El periodismo, en sus mejores expresiones, es un género literario, y hay columnas en los periódicos que son como sonetos en prosa por la utilización magnífica del idioma.

¿Los periodistas se merecen más sillas en la Academia?

Están muy bien representados en este momento por dos figuras indiscutibles del periodismo español. Pero aquí hay 46 sillones, en los que deben sentarse los poetas, los dramaturgos, los novelistas, los ensayistas, los lingüistas, los lexicógrafos, los dialectólogos… Y también debe haber académicos que nos hablen desde la Historia, la Bioquímica, la Medicina, la Arquitectura, la Economía, el Derecho, las artes plásticas, el cine… Los dedos nos faltan.

El otro día hablaba con un político filólogo que me decía que “el lenguaje es lo más ideológico que hay”. Entiendo que el uso, no las bases…

No lo comparto. La lengua es un instrumento de comunicación al servicio de todas las ideologías.

¿Cuáles son sus prioridades para la institución, antes de que termine su mandato a finales de año?

Son unos meses intensos, con una agenda importante, empezando por el viaje a China que haremos en breve para ayudar a poner las primeras piedras del desarrollo del español como lengua que se enseñará en sus colegios.  Además, estamos preparando las señas de la nueva Fundación pro-RAE, con una modificación parcial, pero significativa, de sus estatutos. Por otra parte, siempre tenemos el trabajo del nuevo diccionario, de base digital, y las tareas de otros avances panhispánicos. En octubre, por ejemplo, nos reuniremos en Salamanca representantes de todas las academias para cerrar un glosario de terminología gramatical que será muy útil para la educación. Estamos pendientes también de publicar un libro de estilo de la RAE y un diccionario de fraseología panhispánico. Y trataremos de contribuir al fortalecimiento de las relaciones con el Gobierno para que, convencidos de la importancia enorme que tiene el español como instrumento también de presencia internacional de España, se atiendan las necesidades de la Academia, para sí y para la Asociación de Academias de la lengua Española.

Mucho trabajo para cuatro meses. ¿Le pueden pedir que se quede otro mandato más?

Los estatutos lo contemplan, pero no está en mi agenda. Es un futurible que no depende de mí.

¿Cuesta gobernar y tomar decisiones vinculantes para toda la sociedad, en este ambiente de relativismo, sin parecer un inquisidor de las palabras?

Hay dificultades que, quizás, en otros momentos más dulces no hubo. Lo que más me preocupa es lo que pomposamente podríamos llamar la quiebra de la racionalidad. Esta Academia nació en plena Ilustración, y la razón era lo que guiaba la vida pública y el pensamiento, algo que venía del Humanismo renacentista anterior y continuó con el positivismo científico del siglo XIX y parte del XX. Hoy, sin embargo, la emocionalidad está desplazando a la racionalidad. Se pone en solfa la existencia de una verdad, y la posverdad es la sustitución de la ficción sin ningún tipo de complejo. En medio de esta marejada, es difícil dirigir una nave como una Academia.

Dentro del impacto mundial del castellano, la Iglesia Católica tiene un Papa hispanohablante después de años. ¿Se nota en algo?

Se nota. Estuve con el Papa Francisco y le llevé una edición facsímil del Diccionario de Autoridades que hicimos con motivo del centenario de la RAE. Pude participar en una entrevista privada con él, en la que recordó su etapa de profesor en un colegio jesuita. No cabe duda de que él utiliza mucho el español; más, incluso, que el inglés. Su primera lengua es el italiano, pero con frecuencia después sale el español; cosa lógica y natural, porque un número considerable de los católicos del mundo son hispanohablantes.

¿Ve síntomas de mejora en el discurso político, con la llegada de profesores universitarios jóvenes a las tribunas?

Sí. Asistimos a un cambio generacional entre los líderes políticos, lo cual no quiere decir que los anteriores fueran poco hábiles en el uso de la retórica, instrumento básico para todo político desde los sofistas griegos. Los nuevos referentes políticos tienen especial cuidado en aprovechar los recursos de la lengua para convencer a sus electores, e incluso también a sus opositores.

¿Cuáles serán sus últimas palabras cuando deje la presidencia de la RAE?

Hasta luego –porque seguiré como académico- y gracias.

Dos sugerencias:

Se puede ir pensando la posibilidad de incluir una acepción de “máster” como “regalo gratuito con título propio para acceder a un cargo público”…

No. Lo que pasa es que quien quiera utilizar esa acepción lo puede hacer con toda libertad. Desafortunadamente, la gente entenderá a qué se está refiriendo.

“Iniesta”: persona que destaca a la vez por su bonhomía y por la calidad de su trabajo. O algo así…

Nada es imposible, pero para ello debería haber un gran consenso de los hablantes para transformar el apellido de un ilustre futbolista en un nombre común. Esperemos 50 años y a ver qué ocurre.

REBOBINANDO

La RAE es una joya que registra, vigila, entiende, une, enseña, difunde, lustra y defiende el español como una madre, queriendo la lengua como es, no como la quieren los que no entienden cómo funcionan los idiomas y buscan controlarlo todo disfrazados de superhéroes de la libertad.

Por su dirección han pasado Antonio Maura, Menéndez Pidal, José María Pemán, Dámaso Alonso, Laín Entralgo, Manuel Alvar, Lázaro Carreter o García de la Cocha. Y, aunque la ristra de nombres propios salga sola por Wikipedia, todos juntos suenan a soneto institucional de verso libre y rima consonante con la historia de nuestra lengua.

Salvo que los académicos pidan un bis, Darío Villanueva pasará a finales de año el testigo de esta carrera de relevos incesante. Se iría, entonces, con el reconocimiento general por haber refundado la Academia, vertiendo su tradición a la generación de nativos digitales que la contempla. Se iría después de acercar el español a China, en un paso de gigante por encima de las murallas o del vértigo. Se iría con la arroba en el escudo, las academias del mundo unidas y asentadas, y el español pisando con naturalidad la plata del podio mundial.

Villanueva lleva aún la batuta de la nueva y vieja Academia poniendo la tilde en oídos, progreso, independencia, historia, conocimiento, futuro y mundo. Junto a todo el equipo de la RAE, ha sabido mantener la herencia de poner entre corchetes lo que los políticos adolescentes se atrevan a pedir. Ante la sangría presupuestaria, ha desplegado otro párrafo de iniciativas para conseguir que el capital privado ponga sus letras y se sigan construyendo frases que digan todo lo que deban. Con la Corona siempre en mayúsculas y cerca, Villanueva deja abierto el texto con puntos suspensivos, sin caspa ni cartón.

Si alguna vez buscan independientes y libres, hombres y mujeres, ilustres y sabias, no duden en pasar por Felipe IV, la calle. Solo entrar en el templo de la RAE ya ayuda a valorar el oficio de estos académicos que, sin doblez ni engaño, están engarzando un Imperio lingüístico, un ejército pacífico de hispanohablantes por el mundo, un pedestal para el español que puede convertir Babel en un diálogo real de civilizaciones. A pesar de Trump. Y de nosotros mismos.

Villanueva en el centro de la biblioteca solemne de la Real Academia Española.

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