Santirso, corresponsal en Asia: “La información sobre el coronavirus es de tal interés vital que la sociedad valora más el periodismo profesional”

Jaime Santirso es el corresponsal de El País en Asia. Lleva casi tres meses informando desde el epicentro sobre cada paso del coronavirus, primero desde Wuhan y ahora desde Pekín. Mientras se desinfectan los focos de origen, hace balance sobre su experiencia periodística ‘in situ’, sus aprendizajes y la importancia de mirar a China para prever mejor cómo salir de esta pandemia sin más improvisaciones

Santirso, corresponsal en Asia “La información sobre el coronavirus es de tal interés vital que la sociedad valora más el periodismo profesional”
Santirso, corresponsal en Asia: “La información sobre el coronavirus es de tal interés vital que la sociedad valora más el periodismo profesional”

La Antología Poética de Wisława Szymborska duerme en la mesita de noche de Jaime Santirso desde que estalló esta pandemia. Entre esas páginas, los recuerdos, las normas morales, las respuestas a preguntas sin respuestas, la visión del mundo y muchas otras esencias de la Premio Nobel de Literatura de 1996. Una mujer con capital en Cracovia con una biografía entre las vías del tren y los raíles de la Universidad. Entre el comunismo militante y el comunismo desde el retrovisor. Una dama de idas y vueltas, de mundos, de negros sobre blancos, de versos escritos como De la muerte sin exagerar.

Santirso es periodista y escritor. Corresponsal de El País en Asia, a veces con voz propia en la Cadena SER. Y lleva tres meses mal contados en el epicentro de una tragedia llamada coronavirus. De carne, hueso, teclas, ojos, oídos, manos, lenguaje, materia prima y forma sustancial, aunque alguna distopía ajena a la noticia de verdad haya querido convertirle en un personaje de ficción entre los síntomas de la otra pandemia: la de las conspiraciones.

Son las 18.00 de ayer en Pekín y al otro lado de la línea se oye algún ligero bostezo de periodista que hecha las persianas: 11 muertos en China en una curva que baja, que baja hasta el infierno, con una cadencia dolorosa, pero cada día más esperanzadora. La contención estricta del Gobierno chino se mantiene con matices: hay locales abiertos con sus límites de clientes, hay movilidad por vecindarios, y cada persona en la calle viste su rostro con mascarillas obligatorias. Siguen clausurados los museos, los cines, los gimnasios, pero la normalidad va tomando cuerpo en este país de cadáveres donde arrancó el tsunami.

Santirso está en su oficina de Pekín después de que cerraran Wuhan, donde empezó a contarnos todo; después de volver a España para confinarse dos semanas en el Hospital Gómez Ulla, y después de regresar a la capital china cuando ni siquiera había despertado la primavera un 3 de marzo de corresponsales a sus trincheras.

El rostro que no se olvida

Han pasado días largos, pero Jaime recuerda perfectamente el primer rostro de la tragedia al que se quedó mirando: “una chica joven que estaba a las afueras de un hospital de Wuhan muerta de desinformación e incertidumbre, esperando a recibir noticias de su madre, ingresada por positivo. Unos días después me la encontré en la sala de familiares de pacientes en otro hospital. En espera. Con comida traída de casa para abastecer las necesidades de su madre y de una hermana que también había sido infectada. Perdí el contacto con ella. No supe nada más de su historia. No supe nunca más qué había sido de su madre, de su hermana, de ella. No sé si habrá sobrevivido. Cuando llegué a España tras la repatriación fui muy consciente de esta historia y de la suerte que tenía de poder volver a un país con un sistema sanitario con medios y recursos para hacer más humano todo este trance”.

Ha perdido la cuenta de las veces le han medido la temperatura y eso que los síntomas han sido balas perdidas en su historia clínica. Ni una tos de virus en tres meses de cobertura.

¿Qué nos cuenta Pekín que sirva para mirarnos a corto plazo?

-Mi experiencia china demuestra que el coronavirus es una amenaza global que necesita una solución global. Ya no se trata de controlar los casos activos, o los focos de infección fuera de control. Hasta que la movilidad internacional no sea viable no podremos volver a la normalidad. Mi experiencia aquí me dice que la lucha contra el covid requerirá mucho más tiempo del que pensaba.

“Hasta que la movilidad internacional no sea viable no podremos volver a la normalidad. Mi experiencia aquí me dice que la lucha contra el covid requerirá mucho más tiempo del que pensaba”

Sin embargo, Santirso considera fundamental estar atentos a lo que pasa en China y a eso dedica sus horas de trabajo desde el corazón trimilenario de Pekín, y sus misterios, y sus 21,54 millones de habitantes que empiezan a mirar al cielo por encima de la angustia que les tapa la boca con fieltro. Porque saber lo que pasa en el punto de partida “nos ayuda a prever y adelantarnos para enfrentarnos mejor a lo que queda”. Desde allí, casi en directo, Santirso confirma que “el patrón de contagios ha cambiado”. La certeza que le ofrecen los datos es que el cierre del país ha hecho que los casos autóctonos sean mínimos y que la mayoría de los nuevos positivos sean de chinos vuelven a casa sin que sea, precisamente, Navidad. Menos de 20 vuelos internacionales aterrizan en China cada día. Solo 4.000 personas entran cada jornada. Y entre esas maletas, más las que llegan por los huecos de los pactos fronterizos terrestres, es por donde se cuela el virus en su tercer mes de inhumana bacanal.

 

Lo que ve Santirso es que al extranjero se le mira ahora allí con recelo, como con cara de vector culpable, “lo cual no tiene mucha lógica, porque, insisto, los datos de las autoridades chinas avalan que la mayoría de los nuevos contagios son chinos que proceden del exterior”. Y ve algún brote xenófobo, incluso, y comunidades africanas golpeadas por un recelo sin evidencia científica que se quedan sin mesa en restaurantes y sin entrada libre a un centro comercial. El peso de ese miedo convertido en arma arrastra a algunos a dormir al raso, en los rincones de la calle donde reposa la profiláctica indiferencia.

Un trimestre de idas, venidas, ¿y miedos?: “En Wuhan sí. El miedo es lógico, es inevitable y es sano, porque genera protección. Entonces no se sabía nada. Lo combatí esmerándome en las medidas de protección, pero hubo sus días mejores y peores, con miedos que van, y miedos que vienen”.

Un trimestre de trinchera, pero a Santirso le va la marcha, porque entiende que “cualquier periodista quiere estar siempre donde pasan las cosas para contar lo que pasa”. Añade un ligero factor-suerte: “Ha habido algo de azar, porque conseguí entrar en Wuhan en el último vuelo antes del cierre de la ciudad y he sido uno de los pocos periodistas que ha podido estar allí en aquellos momentos tan críticos y tan preocupantes. Profesionalmente, está siendo una experiencia gratificante, también porque tengo la absoluta seguridad de lo importante para todos que es la información”.

¿Cuántas veces al día te llaman tus padres?

-Desde Wuhan les escribía todos los días para que no se preocuparan. Ahora sigo muy en contacto con ellos, pero menos. Por desgracia, su situación hoy, en España, es más peligrosa que la mía.

El valor social del riesgo periodístico

¿Todo el riesgo, todo el esfuerzo, todo el desgaste y todo el pack que lleva su profesión en un contexto como este lo valoran las audiencias? Jaime cree que sí, que “la gente presta más atención a los medios ante una pandemia como esta, porque no estamos hablando de la elección de un nuevo Papa, o del último fichaje del Barça, sino de una información que es vital para ellos y para sus seres queridos. Todo lo que tiene que ver con la información sobre el coronavirus se lee con el interés de la primera persona”.

“La gente presta más atención a los medios ante una pandemia como esta, porque no estamos hablando de la elección de un nuevo Papa, o del último fichaje del Barça, sino de una información que es vital para ellos y para sus seres queridos”

¿Qué piensas cuando un bulo tiene más audiencia que tu trabajo?

-No estoy seguro de que haya bulos con más audiencia que la información regular que se ofrece desde los focos informativos. De hecho, no sé hasta qué punto la atención a la métrica es la manera ideal de medir el trabajo del periodismo. Pienso que la mayoría de los ciudadanos son conscientes de la importancia de contar con medios y periodistas profesionales que expliquen lo que sucede en una situación como esta.

Sobre el trabajo de los medios de comunicación, el corresponsal de El País no cree que China sea ahora el epicentro: “Los que hacen periodismo hoy a pie de campo son mis compañeros que están en España. Ellos son los que ejercen ahora con más peligro”.

¿En una facultad de Comunicación se prepara para un acontecimiento así?

-En la Universidad se ofrece un conocimiento teórico, y me parece bien que sea así. A mí, la experiencia vital que más me ha servido para preparar esta cobertura ha sido la que adquirí durante tres años en la Ruta Quetzal, donde aprendí a buscar soluciones y alternativas en situaciones hostiles.

¿A un periodista en mitad del bollo mundial le molesta leer columnas escritas desde el salón opinando sobre todo a tantos kilómetros de distancia? Dice que no. Que la libertad de expresión es sagrada. Que esas líneas de reflexión talladas con esmero, sin amenazas que rompan la paz “no me producen ninguna reacción visceral”. Y ahondando en las opiniones, sí, el corresponsal de El País cree que “en España se han hecho las cosas muy mal. Es sano que los poderes públicos, empezando por el propio Gobierno, hagan autocrítica”.

Él mismo ha hecho su primer balance de autocrítica: “Cuando cerraron Wuhan y nos repatriaron a España, nunca pensé que aquello desembarcaría aquí con esta brutalidad, y es algo que debería haber pensado, para sembrar semillas de concienciación con mi trabajo. No lo vi venir. No hice nada. Para mí es importante, al menos, darme cuenta de eso”.

“Cuando cerraron Wuhan y nos repatriaron a España, nunca pensé que aquello desembarcaría aquí con esta brutalidad. No lo vi venir. No hice nada. Para mí es importante, al menos, darme cuenta de eso”.

¿Reflejan bien las páginas de El País todo lo que has visto desde la capital del coronavirus?

-Sí. El periódico ha hecho un trabajo realmente bueno desde el principio.

¿Crees que el teletrabajo puede suponer una tentación de comodidad para el periodismo cuando pase todo esto?

-Forma parte esencial del periodismo ir al sitio y contar en primera persona lo que sucede.

¿Qué has aprendido, de momento, de esta crisis mundial llena de historias de dolor y de nubes negras?

-Que un país es un colectivo de gente unida por lazos solidarios que se ayudan mutuamente como una verdadera comunidad. He tenido el privilegio de palparlo en mis carnes con el trabajo del personal consular que nos repatrió desde Wuhan, y con el desempeño de la tripulación de los aviones que nos trajeron de nuevo a casa, y con el cariño y la dedicación de todos los profesionales sanitarios del Hospital Gómez Ulla… Esta realidad de país-piña se hace más patente en estos días. El aplauso de las 20.00 que sale de los balcones de España para los médicos, las enfermeras, los farmacéuticos, los cuerpos de seguridad del Estado, las cajeras o los camioneros y de toda la gente que mantiene el país en pie, es una manera de evidenciar que esta lección la estamos aprendiendo todos.

Corresponsal en directo desde la médula del coronavirus. Devolvemos la conexión a nuestros estudios centrales.

Entre el ramo de páginas de Szymborska que velan la habitación donde reposa cada noche la conciencia de informador seguramente haya unas páginas con estos versos de Despedida de un paisaje. Por si vienen al caso: Nada le pido / a las aguas junto al bosque, / a veces esmeralda, / a veces zafiro, / a veces negras. / Una cosa no acepto. / Volver a ese lugar. / Renuncio al privilegio / de la presencia. / Te he sobrevivido suficiente / como para recordar desde lejos.

Punto final desde donde todo fue al principio.

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