LA OTRA CARA DEL COVID-19

Valdepiélagos, un oasis ‘anticoronavirus’ al noroeste de Madrid

A 50 kilómetros de la capital, 30 familias viven confinadas por obediencia a las autoridades, pero libres del miedo que se respira en las calles vacías de Madrid. Hace 24 años, Víctor Torre puso la primera piedra de esta ecoaldea donde afrontan la crisis del coronavirus con anticuerpos especiales generados por un modo de vida bio-ecosostenible y familiar

Víctor Torre, fundador del barrio ecológico madrileño, junto a dos voluntarias antes del confinamiento.
Víctor Torre, fundador del barrio ecológico madrileño, junto a dos voluntarias antes del confinamiento.

Víctor Torre acaba de cumplir 65 años, es vegetariano, tiene dos hijos, hace yoga, no necesita televisión, come de su huerta, está sano y vive con su pareja y otras 30 familias en la ecoaldea que él mismo fundó hace 24 años en Valdepiélagos, a 50 kilómetros de Madrid. Sabe perfectamente lo que pasa en el mundo, anda confinado como todo el país, pero se siente libre de la pandemia del coronavirus y de sus efectos en medio del campo, “en mitad de esta especie de ejercicios espirituales en que estamos todos y en los que sería oportuno aprovechar para reflexionar sobre nuestros modelos de vida”.

En 1996, el codirector en Teatro Sol y Tierra se lanzó a levantar este oasis en medio de la vorágine madrileña como una sociedad cooperativa de vivienda. En 2008 el barrio ecológico era una realidad: 30 casas unifamiliares construidas con criterios de arquitectura bioclimática y materiales ecológicos. Bajo el mismo espacio se conciliaron “personas sensibilizadas por la relación de los seres humanos con la naturaleza” en un entorno “que minimizase el impacto negativo sobre el medio ambiente”. Y aquí sigue: en pleno siglo XXI -con su perfil de Linkedin, su blogs y su web- pero bebiendo “la calidad de vida de los pueblos”.

Torre acota que esto no es “una comuna hippie de nudismo, drogas y sexo libre. Aquello tuvo su tiempo en otras épocas. En Valdepiélagos la libertad es norma básica, pero nuestras relaciones son diferentes, adaptadas a un contexto distinto: una huerta comunitaria, talleres varios, clases de yoga, comidas en casa de unos y de otros, una relación vecinal muy fluida, pero cada uno tiene su casa y elige de la oferta lo que más le interesa, según sus principios y costumbres”. Eso sí, consumen mayoritariamente el pan que hace Rafa cada mañana, aunque en estos días las clases de yoga son on-line, se relacionen a través de las vallas y se respalden más moral que físicamente para convivir en el confinamiento, siguiendo las recomendaciones de las autoridades.

Digamos que Valdepiélagos tiene algo de Peñafría -escenario cinematográficamente ubicado en Soria de la serie El Pueblo, de Contubernio Films para Telecinco y Amazon Prime-, pero menos de lo que marcan los estereotipos. En la ecoaldea madrileña las casas son de 300 metros cuadrados, todas de nueva planta y están diseñadas para emitir la mínima huella de carbono: el 80% de la calefacción es solar, el 80% de la basura orgánica se convierte en abono en el propio domicilio, las cocinas tiran por gas propano y más del 40% de la alimentación nace, crece y se reproduce en las huertas del barrio.

En este oasis real conviven “personas de izquierdas, de derecha y de centro. Agnósticos, ateos y de diferentes confesiones. No hay un nexo común en materia política ni religiosa. Estamos educados en no pisar la libertad de los demás con nuestro propio modo de vida, así que evitamos conductas extremas con las que otros pueden no estar cómodos, y cada cual en su casa hace lo que vea. Todo gira en torno al respeto de la conciencia personal y a la confianza. Aquí no hay policías”.

Dice Víctor Torre que los habitantes de este enclave están “más preparados para vivir la crisis del coronavirus, entre otras cosas, porque hemos asumido esa resiliencia propia del ambiente rural desde hace muchos años. De alguna manera, hacemos la vida propia de los caseríos o las masías de nuestros abuelos”. El teletrabajo de sus habitantes estaba en las raíces del proyecto. La convivencia vecinal es el alma social que late los 365 días del año. “Como vemos todos muy claro en estos momentos, aquí hace tiempo que descubrimos que la familia es más importante que el dinero, y que sin esa red que nos sostiene emocional, económica y psicológicamente, nos caemos”.

“Los que vivimos en este barrio ecológico estamos más preparados para afrontar la crisis del coronavirus, porque hemos asumido esa resiliencia propia del ambiente rural desde hace muchos años”

Los residentes de Valdepiélagos siguen cultivando la huerta común de Torremocha y respirando aire puro entre sus árboles frutales de más de 30 especies. Mayores y pequeños conviven entre trabajo, familia y ocio de música y artistas. Reina un ambiente rural, no un eau de pueblo Amish. Ahora, en esta cuarentena de encierro, echan en falta las tertulias, los cumpleaños al unísono, las clases de uno y de otra. Unos no tienen coche, y otros tienen dos. Unos no superan los 1.500 vatios de energía fotovoltaica -frigoríficos pequeños, lavadoras sencillas-, y otros han ampliado la potencia. Unos son veganos, otros vegetarianos, y otros comen de todo.

Víctor, en concreto, considera que este modelo de vida le ha servido para mantener un sistema inmune con más anticuerpos contra virus como este. Lleva años asumiendo lo que hoy recomiendan todas las autoridades sanitarias: más frutas, más verduras y menos alimentos procesados. Y en su casa se cocina todos los días para almorzar y para la cena. Hace ejercicios. Pasea. Recién jubilado, respira a fondo. Contempla la vida tranquila. Por eso, cuando se acerca a Madrid, dice, vuelve con dolor de cabeza.

 

“Como vemos muy claro estos días, aquí hace tiempo que descubrimos que la familia es más importante que el dinero, y que sin esa red que nos sostiene emocional, económica y psicológicamente, nos caemos”

¿Habéis recibido llamadas estos días de personas que querrían pasar aquí el confinamiento?

-Hemos recibido algún mail en esa línea, pero siguiendo las normas del Gobierno no podríamos acoger a nadie. Estamos en stop. No podríamos aceptar nuevos vecinos, pero sabemos por las redes sociales que muchas personas se lo han planteado.

Normal. Aquí hay aire y hay metros. Hay verdes y azules. Más de 4,5 millones de españoles pasan el encierro en pisos de menos de 60 metros cuadrados. Y el 23% de los “hogares” de Madrid están por debajo de esos estándares con techo.

De todas formas, en estos momentos Valdepiélagos solo cuenta con dos casas disponibles y solo para vender. No se ofrecen en régimen de alquiler. La hipoteca roza los 900 euros al mes, cuando el importe medio del crédito hipotecario en toda España oscila los 126.250 euros. Todo eso sin contar con la vida social y cultural que palpita en esta ecoaldea que el año que viene celebra sus bodas de plata con laureles de creativa juventud.

Ni rastros del virus en Valdepiélagos. Dice Víctor que no escucha por aquí “ni los rumores de apocalipsis” que narran las grandes ciudades. En esta esquina de la España despoblada a sabiendas se oyen pájaros, se mueven las copas de los árboles, se vive sin mirar para otro lado. Los nubarrones de dramas reales están cerca, y, sin embargo, aquí parecen una distopía todavía mayor.  

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