Un maestro

Pedro Sorela Cajiao

Los foros de alumnos de Periodismo mostraban con él, como una plaza de toros, división de opiniones. Había quien lo aborrecía por raro y por soberbio, y quien lo idolatraba por genio. Hace unas semanas murió Pedro Sorela Cajiao, periodista, escritor y profesor.

Lo conocí en el aula 532 de la Facultad de Ciencias de la Informacion de la Universidad Complutense de Madrid: cárcel de muros de hormigón, puertas violetas destartaladas, decenas de bancos con pupitre organizadas en dos filas, y un profesor en la mesa ante la pizarra que, por un micrófono viejo unido por cinta aislante a un soporte, me enseñó (entre otros, pero en gran medida) a escribir.

Entre el aluvión de asignaturas absurdas y catedráticos grises de cualquier carrera universitaria a veces uno tiene la suerte de dar con un profesor que de verdad justifica haberte matriculado allí. Sorela lo fue para mi, creo que también para otros alumnos; y lo fue por la sencilla (y sorprendente, y ¿revolucionaria?) razón de que a los aspirantes a periodistas nos hacía escribir, cada día, cada semana, noticias, reportajes, crónicas... (Nota aclaratoria: una excepción en cinco años de Licenciatura, sí, en Periodismo).

Aprendí a escribir para un medio de comunicación y a tener ese olfato, ese instinto que lleva a un periodista a reaccionar a la sirena de una ambulancia y correr detrás para saber qué ha pasado. En suma, a ser lo que él llamaba un “cargaladrillos”, un reportero.

Durante ese curso nos dejó los mejores y más útiles consejos sobre cómo escribir para un periódico: desde luego, mejores y más útiles que cualquier manual o libro de texto tocho que otro profesor nos hubiera encargado comprar... y que, por supuesto, del que él sería el autor.

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Sorela nos dejó algunas ideas claras. Por ejemplo, que escribir en un periódico debe regirse por un principio supremo para cualquier “cargaladrillos” que se dedicara a buscar y escribir noticias: la precisión del lenguaje utilizado. Y que lo mejor que nos podía pasar era tener la mirada abierta a lo nuevo, tantos años como pudiéramos antes de que la edad nos quitara ese apetito.

También nos regaló recomendaciones y sugerencias de lectura en una lista (un folio que conservo nueve años después, doblado y desgastado) de la que voy tachando conquistas literarias: “El vicio de la lectura”, le escuché decirnos en una clase, “es el mejor regalo que os pueden hacer. Así que miradme como a Papá Noel”. Al enterarme de su muerte leí su novela, ‘El sol como disfraz’. Eso sí que es un manual para alumnos de periodismo”.

Y como todo genio nos dejó frases, citas, sentencias que yo tengo apuntadas en libretas y grabadas en el rincón de la mente dedicada al oficio de periodista:

-- “En periodismo, la expresión ‘es que’ [como excusa] no existe”.

-- “Escribir en un periódico no es hacer literatura, pero la buena escritura periodística bebe de la buena literatura”.

-- “Esto [la universidad] no es el colegio”.

-- “Se os está poniendo cara de pagadores de hipoteca”.

Nunca lo olvidaré. Requiescat in pace.