Javier Fumero

ETA ya no te quita el sueño

Les voy a decir una cosa. Hay un dato de la última encuesta del Centro de Investigación Sociológicas (CIS) no suficientemente ponderado. Tiene que ver con las principales preocupaciones de los españoles.

Fíjense en estas respuestas:

No sé si coincidirá usted o no con los datos que aquí se muestran. No me quiero centrar en eso. Sólo quiero señalar un detalle: la banda terrorista ETA ha desaparecido, como por ensalmo, de nuestro horizonte de inquietudes cotidianas.

Es algo asombroso, ¿no les parece? Alguien podría replicar que se trata de algo obvio. Sin embargo, para el que tenga un poco de memoria no deja de ser casi un milagro. Porque hasta hace un par de días, como quien dice, la sombra del terror todavía encogía nuestros corazones.

Teníamos miedo a las bombas lapa, al tiro en la nuca, al secuestro en zulos, a las ollas cargadas de metralla, a los lanzagranadas frente a los acuartelamientos, al Tytadine, el amonal, la pentrita, la cloratita y el cordón detonante, a las troqueladoras de matrícula, a los 9 milímetros Parabellum...

Eran aquellos días en los que, en algunas capitales de España, cualquier estruendo de cierta consideración provocaba la misma pregunta: “¿Habrá sido un coche-bomba?”, “¿serán otra vez los pistoleros de ETA segando vidas inocentes?”, “¿cuántos guardias civiles habrán perdido la vida esta vez?”, “¿cuántas viudas, cuántos niños habrán quedado huérfanos hoy?”.

Y esas terribles imágenes de casas cuarteles destrozadas, de coches reventados, de cuerpos mutilados, de funerales de estado, del luto, el miedo, la angustia… y esa dolorosa sensación de impotencia.

Ya lo he dicho en alguna otra ocasión: todo esto lo vivimos anteayer. No ha pasado mucho tiempo y ya parece que lo hemos olvidado. Alguna reflexión merece el tema.

 

Un último apunte: también llegará el momento de rendir homenaje a todas esas personas –la mayoría, desconocidas- que han sido fundamentales para el fin del terrorismo en España.

Me refiero, principalmente, a quienes han dedicado su vida a este fin sobre el terreno. Como infiltrados, como guardias y agentes de campo, que para sobrevivir pusieron la condición expresa del anonimato.

No lo hicieron por dinero porque sacrificaron bienes inmateriales que jamás les podrán ser devueltos: el legítimo derecho a una vida privada, a una familia, a un futuro normal y corriente… Y lo hicieron por servir a un país que, insisto, difícilmente estaría en condiciones de devolverles ni siquiera una pequeña parte de lo que nos dieron.

Llegará el momento, digo yo, de tributar a esas personas el homenaje que merecen. ¿No les parece?

Más en twitter: @javierfumero

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