Javier Fumero

Jordi Évole transgrede lo más sagrado

Antes que nada, un apunte: me parece legítimo que cada uno haga lo que le parezca oportuno. Dicho esto, opino: considero un despropósito lo que hizo Jordi Évole el pasado domingo con su falso documental sobre el 23-F emitido en La Sexta.

El programa tuvo una gran audiencia y repercusión en las redes sociales. Se ha generado incluso un interesante e higiénico debate sobre la práctica periodística. La propuesta demuestra ingenio, creatividad y osadía. Sin embargo... todo eso me parece insuficiente si uno piensa que se ha atentado contra lo más sagrado que tiene un medio de comunicación: su credibilidad.

Si un periódico, una web, una radio o una cadena de televisión no es fiable ha firmado su sentencia de muerte. Con eso no se juega. No es cuestión de pasarse de estirados o rígidos. Vacilar al respetable con un engaño, aprovechando su credulidad, es una torpeza, una irresponsabilidad, una imprudencia.

La confianza de las personas no se profana; mucho menos, cuando se vive de ella. Es lo que yo pienso.

Imaginen el siguiente titular:

-- “Garzón investigará las Copas de Europa ‘franquistas’ que ganó el Real Madrid”.

Sería muy sencillo fabular con este asunto: fabricar un confidente en sede judicial, destapar una red de supuestos requerimientos judiciales, comisiones rogatorias, acusaciones particulares en pro de la memoria histórica... Nos podríamos echar unas risas y, al final, salir a decir que no, que se trataba de un experimento sociológico, un ensayo de opinión pública sobre los límites entre lo falso y los verosímil, y tal.

Lo repito. Yo no lo veo: erosionar ‘graciosamente’ algo tan difícil de conseguir como es el rigor y la solvencia no sale a cuenta. La bufonada no merece la pena.

Una última cosa. Utilizar el escándalo como elemento de atracción es otra deriva peligrosísima. Hay que sorprender siempre un poco, pero de ahí a gritar hay un trecho. Esa dinámica también tiene las patas muy cortas porque el vociferador, el que capta audiencia a bocinazos, termina por quedarse afónico.

 

Los lectores, oyentes, televidentes o internautas se acaban cansando del ruido. Unas semanitas a 20.000 decibelios pueden tener su gracia y hasta suponer una buena inyección de adrenalina. Pero a la larga, provoca hartazgo, se vuelve insoportable y genera rechazo. Ahí están las hemerotecas (y audiotecas) de este país para demostrarlo.

Más en twitter: @javierfumero

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