Javier Fumero

Niños sacados a patadas del jardín de infancia

Acabo de leer el impresionante análisis del doctor Jan Kizilhan sobre el drama de los refugiados y un discreto colectivo que está sufriendo especialmente esta situación: los niños.

Kizilhan trabajó en el Departamento de Salud Mental de la Universidad de Villingen-Schwenningen y se dedicó, directamente, al estudio de los refugiados en Turquía, Siria, Iraq y Alemania. Estas son algunas de las conclusiones que ofrece:

-- “Los chicos se sienten aterrorizados, desprotegidos, preocupados por la extrema gravedad de lo que está ocurriendo y por los fallos de toda índole para protegerlos”.

-- “Estas emociones estresantes van acompañadas de reacciones físicas muy fuertes, como la aceleración del ritmo cardíaco, los temblores, la diarrea, y la sensación de que están viviendo como en un sueño”.

-- “Haber sido testigos de la violencia, de lesiones graves y de muertes brutales puede ser traumático. En situaciones así, se sienten en peligro, o lo ven sobre los otros, y se pueden infligir a sí mismos heridas muy serias”.

-- “Muchos niños han perdido a sus padres, bien físicamente o bien cuando estos han venido a Europa, y se sienten profundamente amenazados al verse separados de sus cuidadores. Los niños pequeños confían en un ‘escudo protector’, forjado por sus parientes adultos para evaluar la seriedad del peligro y asegurarles su seguridad y bienestar. Por eso, se perturban realmente cuando escuchan llorar de angustia a sus familiares. Una vez en Europa, necesitan inmediatamente de una ayuda psicosocial profesional”.

-- “No creo, por otra parte, que la mayoría de los refugiados verán en el futuro a las sociedades europeas como una amenaza, o que reaccionarán contra ellas. Por supuesto, tendremos a algunos jóvenes frustrados, con una identidad difusa, como los jóvenes europeos que hoy se pasan al Estado Islámico y asesinan a la gente en Iraq y Siria, pero pienso que la mayor parte aprovechará su oportunidad de encontrar la paz aquí”.

Es sobrecogedor.

Es cierto que los niños de hoy, criados en esta sociedad de la globalización y el bienestar, han perdido casi toda su infancia. Ya no son niños. Su forma de ser y comportarse muchas veces no se corresponde con el estereotipo de la infancia que algunos hemos conocido. Se ha perdido, para empezar, el principal signo identitario de esa etapa: la inocencia.

 

El niño no debía conocerlo todo. Mucho menos, adelantar esos conocimientos de adulto sobre la vida y sus tragedias, sobre la violencia y el mal, sobre el sexo y tantos desafíos que caracterizan el mundo adulto. Todo eso, se consideraba inadecuado y perverso que el niño lo conociera con demasiada antelación. No se actuaba por prejuicios, sino por la propia naturaleza del alma del niño: demasiado sensible e indefensa ante las realidades duras y malas de la vida. El niño no puede digerir todo eso, le faltan herramientas, y queda irremediablemente traumatizado.

Vale. Pues estos niños patera, que llegan a Europa por tierra y mar, y tras recibir un curso acelerado de drama, son responsabilidad nuestra. Nosotros, con nuestras guerras, los hemos sacado a patadas del jardín de infancia.

Más en twitter: @javierfumero

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