Javier Fumero

Partidas de rastreo a la caza de tuits desvergonzados

Llevamos semana y pico muy cañeros. Se han organizado partidas de rastreo para salir por las redes a la caza de tuits desvergonzados. Se están peinando con mimo los perfiles y cuentas de los nuevos representantes públicos para intentar pillarles en un renuncio.

La cosa tiene su lógica tras la irrupción de tantas caras nuevas en la política nacional. Queremos saber quién nos gobierna, cómo piensan de verdad. Si se descubre un pasado ‘kale borroka’ sepultado de forma inocente por mensajes inocuos, se debe afear la conducta y exigir responsabilidades.

Sin embargo, hay quien comienza a advertir del peligro que esconde el afán justiciero desplegado en las redes sociales. Quizás estamos cargando la mano por encima de nuestras posibilidades.

En este sentido, recuerdo un artículo publicado hace unos meses en el Sunday Magazine, la revista dominical que distribuye The New York Times.

El periodista Jon Ronson se mostraba favorable a esta nueva ‘justicia popular’ que permite denunciar a los amantes del exceso. Por fin hay una herramienta capaz de ajustarles las cuentas a los políticos, a los empresarios, a los tertulianos y opinadores, a los deportistas y celebrities en general que, hasta la llegada de las redes sociales, podían permitirse el lujo de lanzar una astracanada y que les saliera gratis. Ya no. Perfecto.

Sin embargo, advertía también de algo muy interesante. De un tiempo a esta parte, los ajustes de cuentas están provocando excesos y graves daños colaterales. Y citaba dos ejemplos que ha investigado:

1. Justine Sacco es una chica norteamericana que llegó a ser trending topic mundial por un comentario considerado racista, aunque ella dice que solo quería criticar la privilegiada vida de los occidentales: “Me voy a África. Espero no coger el sida. Es una broma. ¡Soy blanca!”.

Sacco, ex directora de comunicación corporativa de InterActiveCorp, envió este tuit justo antes de viajar en avión desde Nueva York a Sudáfrica. Su teléfono móvil estuvo apagado durante las 11 horas que duró el trayecto, precisamente cuando se desató la furia colectiva. Al aterrizar en su destino, un tuitero fotografió a la infractora, alimentando todavía más la espiral de insultos. El desafortunado comentario le costó el despido.

2. Otro caso es el de un hombre de California, casado y padre de tres hijos. Asistía a una conferencia para expertos en tecnología. En un momento dado, hizo una broma machista a su compañero de al lado. Le oyó una mujer que tenía delante, se dio la vuelta y le sacó una foto. Después, envió la foto del hombre y el chiste a sus 9.209 seguidores en Twitter. Dos días después, el hombre fue despedido.

 

En este caso, el espíritu justiciero de las masas también se volvió en contra de la mujer, quien tuvo que mudarse de casa tras recibir amenazas de muerte a través de Twitter y Facebook. La campaña de acoso y derribo contra la autora de la foto incluyó un ataque informático a su empresa, que no cesó hasta que la despidieron.

Debemos estar atentos para evitar linchamientos y ajustes de cuentas desproporcionados. Es lo que Jon Ronson ha llamado la alegre ferocidad de la justicia popular.

Más en twitter: @javierfumero

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