Javier Fumero

Perdón, he dicho perdón

Extraña sensación la que vivimos este lunes: medio país pendiente de la comparecencia en el Congreso de la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, ante la posibilidad de que pidiera perdón por el accidente del Yak-42 en 2003 en el que fallecieron 62 militares españoles.

Y así fue.

-- “No tengo ningún problema en pedir perdón en nombre del Estado por no haber reconocido con anterioridad la responsabilidad del Estado. Lo reitero y lo hago de corazón”, afirmó la ministra durante su comparecencia en la Comisión de Defensa.

Entonces, se armó un gran revuelo. Una agitación sorprendente que revela algo muy grave y profundo: lo poco acostumbrados que estamos a pedir perdón y a escuchar manifestaciones de este tipo.

Esto no puede ser bueno, ¿no les parece?

Creo que una sociedad sana, valiosa, inteligente y fértil es aquella que no se avergüenza de admitir sus errores, aquella a cuyos miembros no se le caen los anillos por pedir disculpas si algo no sale bien y uno tiene algo que ver en ello.

No es un deshonor, ni una ignominia. Es algo muy lógico entre quienes se consideran falibles. Y algo muy sensato en quien tiene una percepción cabal de quién es y cuáles son sus limitaciones.

Lo contrario (y esta civilización que estamos construyendo tiene mucho de esto) es monstruoso. Detrás del perdón hay fragilidad –sí- pero también lucidez, humanidad, conciencia, responsabilidad… términos que no pueden ser aplicados a los animales.

Una colectividad cuyos integrantes no piden perdón es ruda, irracional y lerda. Algo que vale también, por cierto, para quienes no son capaces de perdonar.

 

Más en twitter: @javierfumero

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